24

Ene

2022

Artículo de opinión

Las buenas y las malas decisiones corporativas

Las empresas en la realidad no toman decisiones, son las personas que las mueven las que las toman y las que actúan en nombre de la organización. Los gerentes, los emprendedores y los trabajadores

Por José Antonio Arambulo. 24 enero, 2022. Publicado en El Peruano, el 23 de enero de 2022.

Los constantes escándalos provocados por empresas de diversos sectores de la economía, de nuestro país y del mundo, nos llevan a hacernos repetidamente la misma pregunta, ¿Qué hace que estas empresas tomen tan malas decisiones? La sabiduría popular nos da varias respuestas que van desde la mala fe hasta la poca preparación de los directivos, funcionarios y demás miembros de las empresas para enfrentar los retos que exige un mundo tan cambiante y diverso. En gran medida, la sabiduría de la gente al parecer no se equivoca.

Cuando se dice que las empresas toman malas decisiones, es necesario recordar que una empresa no existe si detrás de ella no hay, como mínimo, una persona. Las empresas en la realidad no toman decisiones, son las personas que las mueven las que las toman y las que actúan en nombre de la organización. Los gerentes, los emprendedores y los trabajadores son estas personas que, se enfrentan diariamente a situaciones en las que están obligadas a decidir qué hacer frente a los problemas operativos del día a día o a quienes se le exige definir el rumbo del negocio.

Podríamos decir entonces que, una empresa es el reflejo de las personas que la hacen funcionar, y que las “acciones empresariales” son una extensión de los deseos, la lógica e intenciones de sus miembros.

Siguiendo el razonamiento anterior, la pregunta inicial se debería replantear de esta forma: ¿qué hace que las personas detrás de las empresas tomen tan malas decisiones? Hay infinidad de estudios científicos que tratan de explicar las razones; sin embargo, muy pocos logran ver el panorama completo. Mientras unos alegan que la causa de todo esto es que los gerentes no han estudiado en prestigiosas escuelas de negocios, otros le echan la culpa a su falta de experiencia en este campo. La realidad misma no parece darles la razón a los primeros ni a los segundos. Es frecuente ver en las noticias que altos ejecutivos con mucha experiencia directiva y, a la vez, egresados de las mejores universidades del mundo resultan implicados en grandes escándalos empresariales, algunos de ellos incluso con consecuencias penales muy graves. Parece ser que hay algo más que mirar antes de dar una respuesta a este problema.

En los últimos 20 años, se ha empezado a hablar nuevamente de un elemento que fue dejado de lado por muchos científicos que trataron de explicar el funcionamiento de las empresas: ¿qué es lo que pretende obtener el que toma la decisión? Es decir, lo que lo mueve a tomar una decisión en lugar de otra. Si el gerente busca hacer dinero a toda costa, sin importar lo que les pase a los clientes o a los trabajadores, estará dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirlo, incluso a violar la ley.

En el otro extremo, si se trata de un gerente que en cada decisión busca que el cliente obtenga lo mejor del producto o servicio que vende, que sus trabajadores obtengan el mejor aprendizaje con una retribución justa y que los dueños alcancen la mejor rentabilidad posible, estaríamos ante alguien que evalúa cada situación de manera concreta y que está dispuesto a actuar correctamente. ¿Cuál es la diferencia entre el primero y el segundo? Que el segundo tiene una clase de sabiduría que no se aprende en la universidad: una sabiduría práctica que lo lleva a actuar como debe ser en cada situación concreta. Esta sabiduría tampoco se obtiene solamente con muchos años de experiencia en la industria, sino mediante la formación constante del carácter de la persona.

Pero, cuidado, sería muy ingenuo pensar que solamente basta el carácter de la persona para tomar una buena decisión empresarial. Todo lo contrario. La sabiduría práctica exige, por una parte, tener los conocimientos técnicos adecuados (que en la mayoría de los casos lo proporciona la educación superior); y, además, tener la experiencia de trabajo suficiente (en el tipo de empresas y en el sector); y, finalmente, poseer el carácter y la prudencia para utilizar correctamente el poder que se tiene en las manos. Si estos tres elementos no actúan a la vez, el riesgo para la empresa es muy grande. Los grandes perdedores no solamente serán los dueños, sino que también perderán los trabajadores y los clientes, en definitiva, toda la sociedad.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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