03

Oct

2022

Artículo de opinión

El lenguaje del populismo

Conviene conocer la retórica populista para desactivar el poder de sus falacias y para proponer un discurso político que apele tanto a la emoción como a la razón; que respete la pluralidad democrática

Por Enrique Sánchez. 03 octubre, 2022. Publicado en El Tiempo (Suplemento Dominical), el 2 de octubre de 2022.

El populismo es una retórica (una forma de persuasión), un estilo de discurso político. De ahí que pueda parasitar cualquier ideología, en cualquier época y continente. Entiende que el ser humano es un animal más emocional que racional, y más social y comunitario que individual. Por eso apela al “pueblo”, a la colectividad: herederos de la tribu ancestral.

El discurso populista prende, especialmente, en sociedades en situación de crisis o transformación. Es entonces cuando el populista, armado con su retórica inflamatoria, enciende las pasiones del descontento ciudadano. Según el periodista Charles Duhigg, “la indignación [ira] es una de las formas más densas de comunicación. Transmite más información, más rápido que cualquier otro tipo de emoción”. De hecho, en las redes sociales reaccionamos mucho más ante publicaciones que provocan indignación que ante otras que no alteran nuestro ánimo. A mar revuelto –piensa el populista– ganancia de pescadores (de votos).

La cuestión, claro, es cómo canalizar esa indignación para provecho del político. Ahí entra el mecanismo del chivo expiatorio (tan bien estudiado por el antropólogo René Girard).. Todo populismo señala un chivo expiatorio al que culpar de la crisis (las élites o el “establishment”), cuya caída resolvería –o, al menos, apaciguaría– los problemas del pueblo. El acusado del desastre variará según la ideología del populista, pero el mecanismo es idéntico.

El político conservador español Santiago Abascal contrapone así el pueblo-víctima a la élite-culpable: “Para los europeos: restricciones, miseria, pérdida de poder adquisitivo. Para los poderosos: sumisión, favores y subvenciones a fondo perdido. Debemos decidir. O la Europa de las naciones, la seguridad y las libertades o la Europa rendida a los globalistas” (2022). Por su parte, el político comunista español Pablo Iglesias elige a otro colectivo como élite-culpable: “Los millonarios no necesitan hospitales y escuelas públicas, se pueden pagar las privadas. Los millonarios desprecian la ley, tienen su dinero en paraísos fiscales y en cuentas en Suiza” (2016).

En el lenguaje maniqueo populista, las élites culpables (“globalistas”, “antipatriotas”, “millonarios”, “casta política”, “imperialistas”, “antipueblo”, etc.) se contraponen al “pueblo” sufriente, que encarnaría, de modo prístino, las virtudes o valores de la nación. Así lo manifestó, por ejemplo, el presidente venezolano Hugo Chávez, en su discurso inaugural del 2007: “Todos los particulares están sujetos al error o a la seducción; pero no así el pueblo, que posee en grado eminente la conciencia de su bien y la medida de su independencia. De este modo, su juicio es puro, su voluntad fuerte; y, por consiguiente, nadie puede corromperlo, ni menos intimidarlo”.

Ese pueblo incorruptible necesita, por supuesto, al héroe populista, que se fusione con él y derrote al dragón de las élites. La argentina Evita describía a Juan Domingo Perón como el “conductor” (eso significa el “Duce” italiano), con “un alma extraordinaria” y “la sensibilidad suficiente para poder oír las voces del alma gigantesca de la multitud”.. De modo menos poético, el polemista estadounidense Steve Bannon, estratega de Donald Trump en 2016, describía así su campaña electoral: “‘Ella [Hillary Clinton] es la guardiana de una élite corrupta e incompetente. Y tú eres el Tribuno del Pueblo. Y vamos a martillear esto cada día’. Eso es lo que nos llevó a la victoria” (2018).

La retórica del populismo es como el romano Jano, dios bicéfalo que mira con una cara al pasado y otra al futuro. El populismo conservador idealiza el pasado y reclama un regreso de la nación a los valores y triunfos pretéritos. De ahí el lema popular de Trump: Make America Great Again (condensada en el acrónimo MAGA: breve, contundente y de resonancias mágicas). El populismo socialista o comunista, en cambio, tiende a acentuar la cara más oscura del pasado (opresión, discriminación, etc.) para contraponerlo a su propuesta ‒realista o utópica‒ de futuro.

Como hemos visto, el lenguaje del populismo florece en tiempos de crisis. Cuando más aguijonea el desempleo, el hambre, la desigualdad, la inseguridad, etc., más anhelan los ciudadanos un líder carismático que resuelva los problemas de modo radical y devuelva la confianza, el orgullo y el poder al pueblo. El líder populista se presentará como “viento del pueblo” (Pablo Iglesias, 2016) o, como el venezolano Nicolás Maduro, confundirá su destino con el de la nación: “Soy un presidente pueblo y ustedes son un pueblo presidente” (2018).

Conviene conocer la retórica populista para desactivar el poder de sus falacias y para, en su lugar, proponer un discurso político que apele tanto a la emoción como a la razón; que respete la pluralidad democrática; y que trate al oponente no como enemigo a destruir, sino como adversario con quien debatir cordialmente.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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