Comunicarnos desde el amor, no es evitar los conflictos, es aprender a encontrarnos. Porque cuando un hijo siente que es amado, puede equivocarse sin perder el rumbo, y volver siempre a ese lugar seguro que llamamos hogar.
Por Rosa Cornejo Briceño. 24 noviembre, 2025. Publicado en Diario Correo, el 22 de noviembre de 2025
Ser padre de un adolescente es mirar cómo nuestro niño va dejando la infancia y empieza a construir su propio mundo. A veces duele. Otras, asombra. Y muchas veces, nos deja sin palabras. Queremos acercarnos, pero no sabemos cómo. Lo intentamos con consejos, advertencias o reclamos… y terminamos más lejos.
Quizás el secreto no está en hablar más, sino en hablar con el corazón, no solo con la razón. Antes de intentar entender a nuestros hijos, vale la pena entender lo que pasa dentro de nosotros. Detrás de nuestra impaciencia, suele haber miedo: a que se equivoquen, sufran o se alejen. Si aprendemos a reconocer ese miedo, podemos transformarlo en cuidado. No se trata de tener siempre la respuesta, sino de estar presentes con calma y sin juzgar.
Los adolescentes necesitan menos discursos y más escucha. No buscan un juez, sino un refugio. Una mirada de comprensión, un abrazo a tiempo o un simple “te entiendo” pueden sanar más que mil palabras.
Hablar con amor no significa ceder en todo. Los límites también son una forma de amar, cuando se dicen con ternura y respeto. Un “no” puede sonar diferente si va acompañado de un “porque me importas”. Nuestros hijos necesitan saber que nos importa su bienestar, incluso cuando no están de acuerdo con nosotros.
Ellos nos observan más de lo que escuchan. Aprenden de cómo los miramos, cómo resolvemos los problemas y cómo tratamos nuestras propias emociones. Pedir perdón, reconocer un error o simplemente decir “hoy no tuve un buen día” también enseña. Les muestra que ser adulto no es ser perfecto, es ser auténtico.
Comunicarnos desde el amor, no es evitar los conflictos, es aprender a encontrarnos. Porque cuando un hijo siente que es amado, puede equivocarse sin perder el rumbo, y volver siempre a ese lugar seguro que llamamos hogar.








