Cada 10 de octubre conmemoramos el Día Mundial de la Salud Mental, una fecha que invita a la reflexión sobre un aspecto esencial de la vida humana que, a menudo, permanece invisibilizado.
Por Rosa Cornejo Briceño. 07 octubre, 2025.
La salud mental no solo se refiere a la ausencia de trastornos psicológicos. Constituye un estado de equilibrio interno que permite a las personas afrontar el estrés de la vida, trabajar de manera productiva, reconocer y gestionar sus emociones, establecer relaciones significativas y proyectarse hacia el futuro con propósito.
No obstante, pese a su importancia, persisten en la sociedad prejuicios profundamente arraigados. Expresiones como “todo está en la mente”, “hay que ser fuerte”, “solo hay que distraerse” o “es una debilidad personal”; todas ellas reducen el sufrimiento psíquico a simples actitudes, negando su complejidad y profundizando el estigma.
Estos discursos, aunque comunes, dificultan que quienes atraviesan un malestar emocional se permitan reconocerlo y buscar ayuda profesional.
Desde la psicología se ha insistido en que las emociones no son señales de fragilidad, sino mensajes que requieren ser escuchados y comprendidos. La tristeza, la ansiedad o el miedo son parte inherente de la experiencia humana. Lo problemático no es sentirlas, sino callarlas, ocultarlas o considerarlas inaceptables. Tal como atendemos un malestar físico, también resulta indispensable atender el malestar emocional.
Cuidar la salud mental implica adoptar una perspectiva integral, supone propiciar espacios de diálogo libres de juicio, fomentar hábitos de autocuidado, promover vínculos interpersonales saludables y reconocer el valor de la ayuda profesional cuando las circunstancias lo requieren. Se trata, en suma, de dignificar el bienestar psíquico como un componente ineludible de la vida humana.
El Día Mundial de la Salud Mental nos invita, entonces, a algo más profundo que una conmemoración. Es una oportunidad para cuestionar los estigmas, abrir conversaciones y asumir que la salud mental no es un asunto individual, sino una responsabilidad compartida. En nuestras familias, escuelas, lugares de trabajo y comunidades, todos podemos ser agentes de cambio. Porque cuidar de la mente no es una opción secundaria, sino una responsabilidad colectiva que nos concierne a todos.








