La señora Rosa tenía apenas 24 años cuando llegó a trabajar a la Universidad de Piura. Para entonces, ya tenía a sus cuatro hijos: Raquel, Maribel, Jorge Luis y José Walter, sus principales motivaciones.
Por Elena Belletich Ruiz. 18 julio, 2025.Corría el año 1983. La señora Elvira Siancas, quien trabajaba ya en el Servicio de Limpieza de la universidad, pasó la voz a Rosa Sánchez Carhuachinchay que estaban buscando personal. Rosa no lo dudó y vino a una entrevista y se quedó hasta hoy. Las lluvias de El Niño habían causado estragos en la ciudad, en el pueblo joven Los Algarrobos (vecino a la UDEP) donde ella vivía, y también en la universidad, así que fue un año de grandes esfuerzos y de mucho trabajo para todos.
Doña Rosa recuerda que, en aquella época, debían madrugar para llegar caminando a su centro de labores. No había movilidad cerca de su casa, menos motos o mototaxis u otro vehículo de servicio público. “Me dolía dejar a mis pequeños hijos en casa; pero, eran justamente ellos mi alegría y motivación más grande”, nos dice. Durante sus más de 40 años en la UDEP, doña Rosa Sánchez realizó, como han señalado sus jefes, “un trabajo perfecto”. También destacan su diligencia y responsabilidad y el cuidado para que las tareas resulten bien hechas.
Sus compañeras y excompañeras coinciden en señalar que Rosa es una persona reservada, callada y tranquila. Nos dicen que valoran la confraternidad y camaradería que se vivió siempre entre el personal de limpieza.
Magaly, una de sus amigas, destaca que Rosa es una persona “honesta, integra, empática y perseverante. Además, es caritativa y muy responsable en todo lo que emprende; le gusta trabajar en equipo y, como amiga, sabe escuchar y aconsejar”.
Esther Yaksetig, una de las jefas que ha tenido Rosa en estos años, comenta: “Era tan trabajadora que parecía que no se cansaba nunca y donde la ponía hacía una exquisitez de trabajo; contábamos con ella en todo. Era muy buena compañera y era más bien callada, pero cuando le buscabas conversación se abría como una flor y siempre en plan positivo”.
Esa reserva de su carácter la ha acompañado siempre. Nadie recuerda que haya hecho un comentario malintencionado y al preguntar por ella, nunca se la relaciona con problemas sino con soluciones. Eso sí, cuando la tratas más de cerca, te das cuenta de que su lucha constante es contra sus nervios; pero su nerviosismo no le impidió aprender y ni dar lo mejor de sí.
También, recuerda que cuando llegó a la universidad aún trabajaban aquí Socorro, Fidela, María Oliva, Elvira, René, Liliana, entre otras de las primeras señoras del Servicio de Limpieza. “Uno de los primeros edificios que me tocó limpiar fue el principal; pero, nos rotaban cada cierto tiempo”, así que doña Rosa conoce Campus Piura como la palma de su mano.
Recuerda con nostalgia todo lo que aprendió en esta casa de estudios, a la que ella llama “mi casa verdadera”, desde manualidades, tejido, repostería, bisutería, a hornear; y, hasta formación cristiana que reforzó en las clases de catequesis y cursos que recibían.
“Aunque han vivido dificultades y también problemas, el compañerismo y las experiencias en la universidad han sido muy gratos. Me he sentido a gusto porque hacía las cosas con responsabilidad y ganas de que queden bien”.
Parte de ese sentido de responsabilidad, comenta, también lo aprendió aquí, así como el respeto a los demás y al trabajo que realizan. “A quienes vengan, les digo que hagan bien su trabajo, que sigan adelante y que en todo pongan mucho respeto, orden y responsabilidad”.
Angélica Albán, jefa del Servicio de Limpieza, señala: “Rosa es una excelente trabajadora. Realiza su labor de modo impecable, siempre puntual, responsable, justa con su trabajo. Muchas veces nos ha aportado conocimiento, pues es consciente de que la tarea debe ser bien realizada”. En lo personal, “es padre y madre para sus hijos; y, sabe sobrellevar sus dolencias. Está convencida de sus principios, los cuales se reflejan en un carácter un poco duro y reservado. ¡La vamos a extrañar mucho, Rosa!”.
“Estoy muy agradecida con todos mis jefes, desde las primeras: Ana María Vergara, María Martha Bello, por haber confiado en mí, por haberme escuchado cuando lo he necesitado; por su preocupación por mí y mi familia. Esta ha sido mi casa verdadera; aquí he estado desde que tenía 24 años. ¡Cómo no voy a extrañarla! Me voy con pena y también con alegría”, nos dice Rosa. Sin duda, en adelante disfrutará del amor de sus hijos por los cuales tanto dio; y del cariño y travesuras de sus queridos nietos (siete), por quienes se le llena el rostro de emoción.
¡Gracias, señora Rosa, por todo lo que ha dado a nuestra universidad, su universidad!
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