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Abr

2015

La cubierta del buque USS Missouri, mejor conocido como el Mighty Mo, había sido decorada con una antigua bandera estadounidense de 31 estrellas. La bandera contaba con casi cien años y se encontraba en tan mal estado que el conservador del Museo de la Academia Naval estadounidense tuvo que adherirla a una tela que la […]

Por Maria Gracia Bullard. 15 abril, 2015.

La cubierta del buque USS Missouri, mejor conocido como el Mighty Mo, había sido decorada con una antigua bandera estadounidense de 31 estrellas. La bandera contaba con casi cien años y se encontraba en tan mal estado que el conservador del Museo de la Academia Naval estadounidense tuvo que adherirla a una tela que la protegiera del deterioro pero que, cubierto su lado original, solo permitía mostrar su reverso. No obstante se le enmarcó y colocó en la cubierta del buque. Fue así como el 2 de septiembre de 1945, en esa cubierta, el ministro Mamoru Shigemitsu, en representación del Imperio de Japón y Douglas MacArthur, Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas, firmaron del rendimiento de Japón y el final oficial de la Segunda Guerra Mundial, acompañados de un grupo de representantes japoneses, un puñado de navales norteamericanos y una antigua bandera al revés.

Este año se cumplen setenta años del final de la Segunda Guerra Mundial y aún así no la llegamos a conocer a profundidad. Registramos los hechos, las fechas, las estadísticas, pero no conocemos a las personas. Hay muchas vidas que merecen ser desenmascaradas y desempolvadas para aprender de ellas. Empecemos por una.

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Retroceda unos setenta años en el tiempo y pretenda que lucha en la Segunda Guerra Mundial. Imagine que va en un avión de guerra y es atacado por sus enemigos. Imagine que ese avión cae en el medio del océano dejándolo con dos amigos por más de 40 días a la deriva en un pequeño bote salvavidas. Solo hay sol, agua y alucinaciones por delante. Suponga que estando al borde de la muerte, sus enemigos lo vuelven a atacar, debe defenderse de tiburones. Empiece a aceptar la idea de la muerte como su mejor posibilidad. Suponga que luego de días de sufrimiento, llega a una isla solo para encontrarse con enemigos que lo llevan a una isla conocida como la Isla de la Muerte. Ahora imagine que todo lo que le ha ocurrido hasta ahora, no es nada comparado a lo que le espera.

Este es solo el inicio del recorrido de Louie Zamperini, un atleta californiano de familia italiana que tras ser laureado en Estados Unidos, competir en las Olimpiadas de Berlín y estrechar la mano de Hitler, se vio arrastrado a combatir en la segunda Guerra Mundial. Pasó de sobrevivir semanas en el océano a ser herido, humillado y golpeado hasta perder el conocimiento en campos de prisioneros de guerra en Japón. Pasó de correr una milla en cuatro minutos, a no poder sostener sus piernas.

Lo más asombroso de esta historia es la fortaleza del aviador. No me refiero a aquella resistencia que hace frente a una realidad sin agua ni alimento, ni tierra firme; sino a aquella que se enfrenta a los golpes más duros contra su dignidad. Los japoneses descargaban su furia contra los prisioneros de guerra de la manera más violenta. En una ocasión, el general más cruel de los campos, El Ave Watanabe, mandó que cada prisionero dé un puñetazo en el rostro a Louie tan fuerte como fuera posible. Recibiría 220 golpes. Aquí es cuando Louie Zamperini se da cuenta que olvidar nuestra dignidad puede ser mortal. Solo quien se ha encontrado alguna vez en estas situaciones puede describirlo. ¿Quién hubiera pensado que ser humillado y que la degradación podía ser tan letal como una bala?

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“Si el hombre se aferra a la dignidad a pesar de las pruebas físicas más extremas, el alma humana es capaz de mantener vivo un cuerpo mucho más allá del punto en que éste debería haber claudicado. La pérdida de la dignidad puede afectar tanto a un ser humano como la sed, el hambre la asfixia o las mayores crueldades.”

Laura Hillenbrand realiza una investigación cuidadosa y exhaustiva en su último libro, “Inquebrantable”, que relata la historia de Louie Zamperini. Su estilo periodístico muestra una detallada visión del pasado y permite conocer la interioridad de los personajes y, así, llega a retratar, tal vez sin darse cuenta, el poder de la voluntad humana. Extraordinario.

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