La vida social está llena de signos con que los miembros de una comunidad se comunican entre ellos o con otras comunidades. Un signo es una realidad creada por el hombre. Su función “consiste en comunicar ideas por medio de mensajes” (Pierre Guiraud). En la celebración del Año Nuevo abundan signos que se aprenden a […]

Por Shirley Cortez González. 13 enero, 2014.

La vida social está llena de signos con que los miembros de una comunidad se comunican entre ellos o con otras comunidades. Un signo es una realidad creada por el hombre. Su función “consiste en comunicar ideas por medio de mensajes” (Pierre Guiraud).

En la celebración del Año Nuevo abundan signos que se aprenden a usar e interpretar de según la sociedad en que se emplean. Por ejemplo, en Perú, el vestir prendas de color amarillo busca atraer la buena suerte; en España, se evita el uso de ese color, pues indica lo contrario. El comer doce uvas, un deseo por cada mes; las lentejas o el arroz para atraer la prosperidad; el quemar un muñeco para eliminar lo malo del año que se va; los fuegos artificiales a las doce; el correr con las maletas por la manzana…; son signos exclusivos de una cultura o son más o menos compartidos entre comunidades (efectos de la globalización).

Los signos, por su propia naturaleza, artificial, están fuertemente ligados al contexto de uso, que determina su valor e interpretación. Existen signos no lingüísticos, como los anteriores; o lingüísticos: palabras o frases que restringen su uso a un momento o lugar determinados. Así, solo en esta época del año se emplea la fórmula de saludo “feliz Año Nuevo”; es más, el mismo nombre de esta época es un signo lingüístico que depende de la comunidad: “Año Nuevo” o “Nochevieja”, en el mundo hispanohablante.

Los signos, no obstante, no son de cumplimiento necesario, es decir, la ropa amarilla no garantiza la buena suerte; las lentejas o el arroz, la prosperidad; las maletas, los viajes; etc. son meras tradiciones que revelan, en este caso, el anhelo humano de buscar su bienestar.

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