¿Por qué gran parte de la gente honesta no desea participar en la vida política? La respuesta parece obvia. Una mayoría no quiere perder su tranquilidad. Perciben la política como un espacio lleno de conflictos y de riesgos.
Por Alberto Requena. 28 octubre, 2025. Publicado en Suplemento de El Tiempo el 21 de octubre de 2025La situación actual del país nos obliga pensar qué se está haciendo mal o bien en la vida política. En las siguientes líneas, en un ejercicio de reflexión (personal), planteo algunos supuestos.
¿Por qué gran parte de la gente honesta no desea participar en la vida política? La respuesta parece obvia. Una mayoría no quiere perder su tranquilidad. Perciben la política como un espacio lleno de conflictos y de riesgos. Nadie en su sano juicio desearía cambiar la paz de su trabajo o vida familiar por amenazas, injurias o denuncias. La mayoría, quizá, percibe que tienen mucho que perder. Por otro lado, son muy buenos diagnosticando la realidad del país, tienen teorías, enfoques y buenas soluciones; sin embargo, al pensar que podrían perder su prestigio, credibilidad o buena honra, se alejan de cualquier intención de postular para a ser regidor, alcalde o presidente de la república.
Además, han idealizado la política en sus corazones. Solo se animarían a participar si el sistema cambiara. ¿Se les puede culpar? En principio, no. Los seres humanos buscamos la seguridad. La temeridad no es una virtud, la prudencia sí.
Pensamientos clásicos, de siglos atrás, explican esta realidad. Por ejemplo, Platón lo decía ya hace más de dos mil años en “La República”: “las gentes de bien no quieren gobernar ni por dinero ni por honores; pues no quieren aparecer como mercenarios, exigiendo abiertamente el salario de sus funciones, ni como ladrones, sacando ellos mismos de sus cargos intereses secretos (…) Pero el mayor castigo es el ser gobernado por uno peor que uno.” Entrar en política es -para una persona honesta- un sacrificio muy alto que no suele estar dispuesto a hacer.
¿Por qué los deshonestos sí?
En la otra acera están los que ven en la política un mundo de oportunidades para sí mismos como la de enriquecerse, tejer influencias o lavarse la cara. Piensan que la política es un trampolín para mejorar su situación económica. No sienten que tengan algo que perder, y sí, mucho que facturar. Entran al ruedo político porque entienden que el sistema los favorece y los ayuda a seguir siendo lo que son: deshonestos. Mentir, robar, corromper son vicios permitidos y valorados por este grupo. Es más, creen que para ganar una elección no hay que decir la verdad, mejor aún hay que desinformar.
El deshonesto siente una atracción genuina por la política porque se le hace familiar a su vida privada. ¿Se les puede culpar por desear entrar a ocupar cargos de gobierno? Tal vez, no queremos responder esa pregunta.
Quizás, hay quienes nos recuerden las citas de “El Príncipe” para intentar sostener que los deshonestos tienen un vocero en la historia de las ideas políticas. Sobre los gobernantes, Maquiavelo, sostenía: “hay que tener bien en cuenta que el príncipe (…) no puede observar todo lo que hace que los hombres sean tenidos por buenos, ya que a menudo se ve forzado para conservar el estado a obrar contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad, contra la religión. Por eso tiene que contar con un ánimo dispuesto a moverse según los vientos de la fortuna y la variación de las circunstancias se lo exijan, y como ya dije antes, no alejarse del bien, si es posible, pero sabiendo entrar en el mal si es necesario.” No es de extrañar que -actualmente- se usen estos textos en escuelas de negocios, gobierno o gestión pública.
La realidad de la vida política
Los cierto es que en el gobierno actual hay gente muy capaz y otras incapaces. ¿Cifras? No lo sabemos. Las generalizaciones, si se desearan hacer, serían insatisfactorias. Decir que la mayoría de los políticos peruanos y funcionarios públicos son deshonestos podría parecer una corroboración palpable de lo que está pasando. En contraparte, afirmar que hay mucha gente honesta dentro del gobierno y de la administración pública parecería no ir acorde con un razonamiento alturado. Lo cierto es que el escenario permite matices.
Hay tanto personas honestas como deshonestas dentro de la vida política. Pero, parece ser que unos hacen más que otros. La polarización actual impedirá ver aquellos matices. La frase del momento “Que se vayan todos” ejemplifica muy bien esa idea. Nadie se salva. La generalidad vuelve al ataque e impide el ejercicio sosegado de una reflexión más realista. La política se presenta para los honestos como un territorio de ingratitud; para los deshonestos, un lugar de aspiraciones.
La simplificación de buenos contra malos, superiores morales contra inferiores morales, derecha versus izquierda, lovers contra haters, e incluso la división entre personas honestas y deshonestas es un ejercicio peligroso si se malinterpreta. Las personas humanas no somos bondad pura ni maldad pura. Tenemos la capacidad de hacer acciones para ambas direcciones gracias a nuestra inteligencia y voluntad.
Quizás, debamos hacer “la pregunta” aunque no se proponga la solución. ¿Cómo lograr que la gente adecuada se anime a participar en la vida política? Toda idea -en estos tiempos- es bienvenida.









