27

Jul

2021

Feliz 28, entonces; pero, confiando en que Dios, que no nos abandona, nos ayude a buscar el auténtico bien común, que es el mayor bien de cada uno, el del conocimiento de Dios.

Por P. Jesús Alfaro. 27 julio, 2021. Publicado en El Tiempo

Por estas fechas, siempre nos hemos saludado con un “felices fiestas”, ya que nos anima la esperanza de que cada 28 de julio signifique un nuevo comienzo, especialmente, cuando como este, reinicia una etapa de vida ciudadana.

Pero, un nuevo comienzo, ¿en qué condiciones? La esperanza humana de una vida renovada sólo se entiende si está vinculada a la trascendencia. Joseph Ratzinger (en Esatología) dice: “Lo primero que nos impide tener una esperanza viva en la vida eterna, es que ya no somos capaces de imaginar nada al respecto. En tiempos antiguos era más sencillo llegar a tener una serie de referencias, imaginando el cielo como un lugar donde encontrar la plenitud de la belleza, la alegría y la paz; pero la imagen moderna del mundo ha eliminado sin contemplaciones tales pilares de la imaginación. (…)”. Entonces, de aquello que uno no puede tener una imagen, tampoco puede poseer esperanza, porque el pensamiento humano necesita alguna forma de visibilidad.

Frente a esto, la pregunta contraria sería: ¿es cierto que no esperamos nada más? Si fuera así, entonces el «principio esperanza», que Ernst Bloch sitúa como la esencia del marxismo, no habría podido encontrar tantos seguidores; y no se habrían sumado tantos hombres a la fe en las utopías políticas. Quien no espera nada, tampoco puede vivir, porque “la existencia humana está, por su propia esencia, impulsada a algo más grande”.

El 28 de julio, esperamos un futuro mejor; y debemos consolidar esa esperanza: la originaria, la que anida en el hombre y no se le puede arrebatar. Una de sus manifestaciones esenciales es que tenemos esperanza en la justicia. No nos conformamos con que el fuerte siempre tenga la razón y someta al débil; ni con que, el inocente tenga que padecer siempre y el culpable parezca tener toda la dicha del mundo. Nuestra ansia de justicia es también ansia de verdad, y de que esta alcance su derecho, para que la mentira no siga expandiéndose Pretendemos que la habladuría sin sentido, la crueldad y la miseria desaparezcan; y que las tinieblas de la incomprensión y el desamor que nos dividen, se extingan y reluzca el auténtico amor que libera toda nuestra existencia de la cárcel de su soledad, la abre a los demás, a lo infinito, sin destruirnos. También, todos, ansiamos alcanzar el verdadero gozo.

Feliz 28, entonces; pero, confiando en que Dios, que no nos abandona, nos ayude a buscar el auténtico bien común, que es el mayor bien de cada uno, el del conocimiento de Dios. Negarlo sería una desdichada utopía. Afirmarlo, en cambio, sería el inicio de una auténtica reconciliación ciudadana.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

Comparte: