09

Jul

2021

También los seres humanos desplegamos el talento con la presión y el calor de la competencia. Así nos sacudimos la modorra. Así superamos la mediocridad. Así trascendemos lo ordinario y nos elevamos como ángeles.

Por Enrique Sánchez. 09 julio, 2021. Publicado en Correo

La competencia –y la tensión creativa que imprime– ha sido el mayor acelerador del progreso humano.

La universidad medieval recogió sus mejores cosechas intelectuales retándose París y Bolonia, Oxford y Cambridge. El arte gótico fue una carrera entre los burgos, entre las nacientes ciudades –pletóricas de fervor y vanidad– hacia la altura, la ingravidez y la luz.

El Renacimiento fue posible por la pugna mercantil y política entre las ciudades-estado italianas. Por la emulación en el mecenazgo entre los comerciantes venecianos, el Papa y los banqueros Medici. Y por el éxtasis creativo, apuntando a la inmortalidad, entre Donatello, Brunelleschi, Da Vinci, Rafael o Miguel Ángel.

Las naciones-estado de la Modernidad se forjaron en la competitividad. Los navegantes portugueses y españoles se lanzaron a la conquista de los mares. Y las compañías y las bolsas de Gran Bretaña y Holanda pujaron entre sí por abrir mercados.

La Revolución industrial rivalizó por la rapidez y la productividad. El tiempo era el nuevo oro. Competían los nuevos gigantes empresariales. Competían Pasteur y Koch para neutralizar los gérmenes. Y competían los inventores, como Edison, Westinghouse y Tesla, para iluminar y mover las ciudades con la magia eléctrica.

Qué sería del deporte sin el duelo entre Barça y Madrid, Messi y Ronaldo o Federer y Nadal. Qué sería de la informática sin el combate entre IBM, Apple y Microsoft. Qué sería del COVID sin la carrera por las vacunas entre Pfizer, Janssen y Moderna.

Un elemento humilde y ubicuo como el carbono, sometido a alta presión y temperatura, produce diamantes. También los seres humanos desplegamos el talento con la presión y el calor de la competencia. Así nos sacudimos la modorra. Así superamos la mediocridad. Así trascendemos lo ordinario y nos elevamos como ángeles.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

Comparte: