07

Sep

2015

Walter Alva

[Premio Campodónico 2015] Discurso del doctor Walter Alva

Hace algunas semanas recibí la llamada telefónica del Dr. Antonio Mabres, anunciándome la grata noticia que el Premio Esteban Campodónico me había sido otorgado, un anuncio inesperado que me llenó de inmensa alegría, inmediatamente compartida con mi familia. Con la misma emoción, recibo hoy esta premiación que tiene un inmenso y significativo valor por tratarse […]

Por Dirección de Comunicación. 07 septiembre, 2015.

Hace algunas semanas recibí la llamada telefónica del Dr. Antonio Mabres, anunciándome la grata noticia que el Premio Esteban Campodónico me había sido otorgado, un anuncio inesperado que me llenó de inmensa alegría, inmediatamente compartida con mi familia. Con la misma emoción, recibo hoy esta premiación que tiene un inmenso y significativo valor por tratarse de uno de los Premios más importantes del Perú, instituido siguiendo la voluntad del Dr. Esteban Campodónico, para reconocer a personas o instituciones que brindan servicios destacados a la sociedad peruana o a un sector determinado de la misma. Durante 20 años, esta premiación se ha visto prestigiada con el reconocimiento a instituciones educativas o de servicio, así como personalidades destacadas en diferentes áreas que honrosamente me han antecedido como el Dr Antonio Brack, el padre Gastón Garatea, el Ing. Julio Kuroiwa y la Dra. Ruth Shady entre otros, y por supuesto a los finalistas de este año que quizás en sus respectivos campos hayan tenido tantos o mayores méritos que mi persona.

Esta premiación que tomó como preclaro ejemplo a Don Esteban Campodónico Figallo, me brinda el privilegio de incorporarme a un grupo de hombres y mujeres íntegros, con trayectorias que vienen beneficiando a la colectividad y ejemplos de contribución al conocimiento y la ciencia.

A lo largo de mis 40 años de actividad al servicio del país, he recibido algunas importantes condecoraciones y reconocimientos que han estimulado mi trabajo como arqueólogo; sin embargo, hoy recibo esta primera y generosa premiación que viniendo de una prestigiosa organización católica constituye simbólicamente un verdadero regalo del cielo que agradezco con humildad.

En una circunstancia como esta, caben también algunas confesiones que hacer y comuniones que compartir.

Los hombres y nuestras acciones somos producto de la sociedad, entorno y circunstancias. Cuando recibimos un galardón como este premio, resulta justo y grato, reconocer y agradecer a todas aquellas personas que nos formaron, apoyaron y acompañaron en la aventura de la vida, sus retos y tareas cumplidas.

En un momento tan significativo como este, debo compartir esta alegría con todos ellos, mis queridos familiares, compañeros de trabajo, los trabajadores del campo que me ayudaron a develar los misterios de nuestro pasado, el personal del museo que hoy dirijo, mis colegas y maestros de la vida y de la ciencia.

Debo traer la memoria de los que ya no están entre nosotros, a mi padre por su ejemplo de conducta, a mi abuela Rosa por sus maravillosos cuentos que sembraron en mi espíritu infantil, la inquietud por los misterios; a mi maestro Max Díaz pionero de la arqueología norteña, quién me inculcó la pasión por nuestro pasado milenario y a Susana Meneses madre de mis dos hijos mayores, por el apoyo profesional de tantos años.

Mi agradecimiento a la Dra. Ruth Shady, por proponer mi candidatura con una generosidad poco usual en estos tiempos, a mi madre por su paciencia y comprensión soportando al niño inquieto y joven aventurero que fui, a Emma mi esposa y colega que desde hace 11 años me devolvió la vitalidad y el entusiasmo, respaldándome permanentemente para continuar juntos los proyectos profesionales, sueños y retos que aún nos quedan por delante.

Los arqueólogos tenemos la misión de investigar, recuperar e interpretar los restos materiales de los pueblos y culturas originarias de nuestro país para reconstruir su historia.

Los resultados de este silencioso trabajo profesional, usualmente se venían exponiendo en conferencias, reuniones de eruditos y se reflejaban en libros de la especialidad. Una arqueología de expediciones o temporadas de campo. Los cambios han venido y tengo el honor de pertenecer a una generación que hemos asumido la responsabilidad de desarrollar una arqueología a tiempo completo, una arqueología social, que va más allá de una competencia por nuevos descubrimientos, para preocuparnos por el impacto que deben tener nuestros proyectos en las comunidades del entorno a los monumentos que investigamos y sus regiones, a fin de generar no solo el sentimiento de identidad que buscamos, sino también la necesidad indispensable de mejorar las condiciones de vida y desarrollo.  El turismo y sus beneficios en nuevos espacios como Caral, Moche, Cao y Lambayeque son los ejemplos tangibles de estos cambios, apreciables también en la actitud de la comunidad nacional hacia su pasado, el rescate de la autoestima y el respeto internacional que reconoce hoy una verdadera arqueología nacional.

Esta arqueología tiene la virtud de rescatar, de un nebuloso pasado la experiencia y sabiduría de los pueblos y los hombres que forjaron una portentosa civilización que nos representa dignamente ante el mundo.

Me fue concedida la oportunidad de salvar del saqueo y recuperar la tumba de un antiguo gobernante mochica, un hallazgo que he pretendido siempre brindarle una condición humana llamándole “El Señor de Sipán”.

Hoy recibiendo este reconocimiento, considero simbólico y necesario agradecer a nuestros ancestros por éste maravilloso privilegio.

En lo concerniente a este importante capítulo de mi trabajo, agradezco a las instituciones y empresas que en los difíciles momentos iniciales, me apoyaron y respaldaron: nuestra Policía Nacional, la entonces Corporación Regional de Lambayeque, la Empresa Backus y la Fundación Ligabue entre otros, así como a mi colega Luis Chero y al arquitecto Celso Prado.

Finalmente, debo reiterar mi agradecimiento a la Fundación Clover en la persona del Dr. Ralph Coti, al Rector de la Universidad de Piura Dr. Sergio Balarezo y al Dr. Antonio Mabres Presidente del Consejo Consultivo del Premio.

Frente a ellos, recibo este reconocimiento y asumo la responsabilidad implícita de mantener los valores, la dedicación plena y el compromiso de seguir trabajando por la ciencia, la identidad y el desarrollo de nuestra patria, su legado histórico y sus inmensas posibilidades.

Muchas Gracias.

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