La mala costumbre de los dimes y diretes ha pasado al periódico y a la televisión y es una pesadilla en ámbitos tan distantes como la farándula o los gobiernos municipales sea porque le interesan más a la gente o porque en verdad no les interesa en absoluto. El caso es que en todas partes pasa […]

Por Carlos Arrizabalaga. 30 enero, 2012.

La mala costumbre de los dimes y diretes ha pasado al periódico y a la televisión y es una pesadilla en ámbitos tan distantes como la farándula o los gobiernos municipales sea porque le interesan más a la gente o porque en verdad no les interesa en absoluto. El caso es que en todas partes pasa igual solo que los piuranos tenían su propio vocabulario del “reveseo” con su fraseología incluida.

“¡Qué estás revesea que revesea, china prevaricada y ardilosa!”. Parece que ya no se emplea como antes este piuranismo que recoge Carlos Robles, en octubre de 1983, recordando a su abuela llamar la atención a una doméstica, que al notar que le hervía la boca le reclamaba “¡qué reveseas!”.  Y es que en Piura advertían de inmediato, concluye Robles, cuándo se va a entrar en el reveseo o se está reveseando porque como decía: “boca que se agita reveseo hace”.

Es la escena con que comienza “El impuesto al piajeno” de Jorge Moscol Urbina: “-El gobernador está oriento, china. ¿Qué habrá pasao? Dejuro que ni durmió anoche. El gobernador escuchó el rumor de voces y protestó: -¿Qué estás reveseando cholo de m…? -¡Gua! ¡Quisque reveseyando, patrón! -Consultaba nomás con la china comuiba ser el negocio pa después”.

En fin, “reveseo” se dice de hablar maliciosamente de terceras personas a sus espaldas”, lo que hoy por hoy se suele decir “rajar” a alguien o de alguien (porque con los dos regímenes se puede hallar), o “ir con el chisme” o “maletear”.

Robles le dedicó dos amenos artículos: “Esta manera de obrar, a espaldas de otras gentes, con mala intención o por distraer la mente y dar movimiento a la lengua es lo que llamamos reveseo”. Todos lo hacen, decía Robles, pues “los reveseros y reveseras no tienen clase social fija”. Raúl Mendoza la incluía en un breve apunte periodístico publicado en día del idioma del 2002 como vocablo particularmente norteño. Arámbulo Palacios lo consigna con “ce” y la epéntesis propia de la pronunciación popular de “reveceyo” con que aparece en los relatos de Vegas Seminario: “qué reveceyas negro tinto como la asadura”.

Debe escribirse con “ese” ya que, como dice Robles, “la voz es castiza” y deriva de “revés” (del latín, “reversus”), que es lo que ves a la espalda de algo. Pero no viene simplemente de “revesado”, variante del adjetivo “enrevesado”, sino de “revesero”, que es la forma registrada por el padre Esteban Puig y Carlos Arellano Agurto para este piuranismo que antes era común en todo el Perú (lo emplea Riva Agüero en sus cartas), y todavía en Bolivia tiene la acepción de “desleal” y en Costa Rica se decía de la persona que responde de forma grosera o malcriada. Es la pronunciación popular del dejo piurano la que lo ha convertido en “reveseo” y “reveseyo”.

También la costumbre estimula la sabiduría popular en dichos y frases jugosos, como este aparte que le espeta la Rosa Palma al negro Ñoro en el relato de Teodoro Garcés Negrón: “No se meta en vida ajena, puede concluir la suya. Bien dicen que no hay que confiar en zambo de boca chica, porque pa hablar se les ancha”.

También podríamos traer a colación esa cumanana recogida por Raúl Estuardo Cornejo: “Que bonito corre el agua debajo de las almendras, así corriera mi amor si no hubieran malas lenguas”.

Era un término familiar en todo el Perú. Lo emplea Riva Agüero en una carta de 1936, para referirse a un fulano que le parecía “un elemento nocivo, tanto más cuanto es hipócrita y revesero”. Lo recogen Álvarez Vita y Ugarte Chamorro como “persona que procede con doblez, que emite juicios adversos de las personas ausentes a quienes aparenta amistad; “hipócrita, que fingiendo amistad habla mal de los otros”.

El origen del término debe ser una metáfora, porque se llamaban así unos cuchillos con doble hoja que se empleaban en los trapiches, tinas y curtiumbres del siglo XVIII. El arado revesero en Andalucía costaba media fanega, mientras que el arado sencillo valía un cuartillo solamente. Cualquier cosa con revés puede serlo. El de curtir se llamaba aquí “cuchillo revesero” y así aparece en un documento conservado en el Archivo Regional de Piura: el contrato de arrendamiento que otorga en Piura el capitán don Juan de Sojo al capitán Juan de Palacios en 1705 del trapiche de Morropón, “con sus tierras, pastos y abrevaderos”.

Entre las cosas que registra el contrato menciona todas las herramientas: un candado grande con su llave, un candelero de bronce, tres sierras, una lima vieja, una romana, tres cuchillos reveseros, veinte y una lampas, diez y seis hachas”, etc. El documento fue estudiado por Jakob Schlüpmann, y aunque su transcripción estuviera plagada de malas lecturas del manuscrito, ha dado a conocer una fuente llena de detalles interesantes, una más al fin y al cabo de las muchas que cuidadosamente conserva esta importante institución piurana.

En España es popular el dicho de que “le mete una puñalada” cuando alguien revesea de otro o simplemente decir que tal expresión es “una puñalada trapera” por lo bajo que cae la infamia. Mario Mejía Huamán lo incluye en su diccionario quechua como equivalente a “iskayllu”, que también significa “desleal, falso, enredador”, y en ese idioma todavía es transparente porque “iskay” es el número dos en ese idioma.

Como la metáfora no es tan netamente piurana, así tampoco lo es la manía de revesear, porque esa debilidad tan social del chisme y la habladuría, y las pestes de la injuria y la calumnia, en el vasto mundo de la deslealtad es tan antigua como la sociedad humana y el pecado original, y ya decía el escritor renacentista Diego de San Pedro aquello de que “porque en detenerme en plática tan fea ofende mi lengua, no digo más”.

Docente.

Facultad de Humanidades.

Universidad de Piura.

Artículo publicado en el suplemento SEMANA, diario El Tiempo, domingo 29 de enero de 2012.

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