El artículo reflexiona sobre la desigualdad educativa en el Perú rural, resaltando el esfuerzo de los jóvenes andinos por acceder a la universidad y la urgencia de políticas públicas que garanticen oportunidades reales e inclusión educativa.
Por Martha Casas. 28 octubre, 2025. Publicado en diario Correo el 25 de octubre del 2025Hace unos días estuve en Marcapata, un pequeño distrito de unos 5000 habitantes a más de 3600 m s. n. m., en las alturas del Cusco. Vi a niños reír mientras corrían por caminos de tierra, sin imaginar las carencias que los rodean. Detrás de su inocencia se esconde el esfuerzo silencioso de familias que sueñan con un futuro distinto y mejor para sus hijos.
Esa escena podría repetirse con otros miles y miles de niños y en cualquier rincón del Perú rural. En los pueblos andinos, la educación sigue siendo un sueño que muchos persiguen con más esperanza que recursos. Según datos del INEI (2023), solo uno de cada cuatro jóvenes rurales, de entre 17 y 24 años, accede a la educación superior. Una cifra que recuerda que el talento no nace en las ciudades, pero las oportunidades sí.
Cuando un joven de una zona rural llega a la universidad, carga consigo una historia de esfuerzo y renuncias. Su esfuerzo por aprender refleja el valor y la perseverancia que muchas veces el país no ve. Para llegar a una institución de educación superior ha tenido que superar barreras que pocos imaginan y enfrentarse a un sistema que no siempre lo comprende ni lo acoge. Las cifras actuales muestran más acceso, sí; pero la igualdad real todavía no llega.
Es hora de que las políticas públicas lleguen también allí donde los sueños aún esperan una oportunidad. El 2026 será un año de decisiones. Ojalá recordemos que ningún cambio será verdadero si no empieza por la educación. Dar oportunidades a quienes nacen lejos de todo no es un gesto de buena voluntad: es una responsabilidad compartida. Porque ningún país puede avanzar si deja atrás y sin camino a sus jóvenes más brillantes.
