Un avance científico sin precedentes abre nuevas puertas en la medicina regenerativa, pero también plantea serios interrogantes éticos sobre los límites de la biotecnología moderna.
Por Jaime Millás Mur. 01 julio, 2025.Por primera vez, científicos han logrado que embriones de cerdo desarrollen corazones latientes compuestos parcialmente por células humanas. Estos embriones, cultivados en condiciones de laboratorio, sobrevivieron durante 21 días y comenzaron a formar órganos con características similares a los del cuerpo humano. Este avance fue presentado recientemente durante la reunión anual de la Sociedad Internacional para la Investigación con Células Madre, celebrada en Hong Kong.
Este tipo de investigación se enmarca en el desarrollo de quimeras humano-animales, una técnica biotecnológica que busca generar órganos humanos para futuros trasplantes. Como la escasez de órganos es un problema crítico en medicina, la creación de órganos cultivados en animales representa una posible solución a largo plazo.
Cómo se crean las quimeras
La estrategia que emplean los investigadores consiste en manipular genéticamente embriones animales, en este caso de cerdo, para que carezcan de genes esenciales en la formación de un órgano específico —como el corazón—. En ese entorno, se introducen células madre humanas con el objetivo de que sean estas las que se encarguen de formar dicho órgano. Este procedimiento ya ha sido aplicado con éxito parcial en otros estudios para cultivar tejidos musculares y vasculares humanos dentro de embriones porcinos.
El cerdo se considera un candidato ideal para este tipo de experimentación, ya que su tamaño y estructura orgánica se asemejan considerablemente a la anatomía humana. Según Lai Liangxue, biólogo del desarrollo en los Institutos de Biomedicina y Salud de Guangzhou de la Academia China de Ciencias, los órganos de los cerdos tienen una compatibilidad morfológica que los hace particularmente aptos para este tipo de investigaciones.
El experimento: crear corazones humanos en embriones de cerdo
En el estudio más reciente, el equipo de Lai reprogramó células madre humanas para que fueran más resistentes y tuviesen mayor capacidad de crecimiento dentro del entorno del embrión porcino. Para lograr esto, se modificaron genéticamente las células humanas, añadiendo genes que inhiben la muerte celular y promueven su proliferación.
Simultáneamente, los investigadores generaron embriones de cerdo con dos genes clave desactivados, necesarios para el desarrollo natural del corazón. Luego, en una etapa muy temprana del desarrollo embrionario, conocida como mórula —cuando el embrión es una pequeña esfera compuesta por una docena de células—, se inyectaron las células madre humanas. Estos embriones modificados fueron implantados en cerdas sustitutas, donde continuaron su desarrollo durante 21 días.
Al finalizar este período, aunque los embriones no sobrevivieron más allá de ese punto, los investigadores pudieron observar que los corazones en formación habían comenzado a latir. Además, el tamaño de estos corazones era comparable al de un corazón humano en la misma fase embrionaria, aproximadamente del tamaño de la yema de un dedo. Las células humanas se habían marcado con un biomarcador fluorescente, lo que permitió identificarlas fácilmente al iluminarse dentro del tejido cardíaco.
Limitaciones y desafíos
Pese a los avances, el estudio aún no ha sido sometido a revisión por pares, por lo que sus resultados deben considerarse preliminares. Además, no se especificó qué porcentaje del tejido cardíaco estaba compuesto efectivamente por células humanas. En experimentos anteriores del mismo grupo, cuando se generaron riñones en cerdos, entre el 40 % y el 60 % del tejido estaba formado por células humanas, mientras que el resto permanecía de origen porcino.
Expertos internacionales presentes en la conferencia manifestaron cautela respecto a los resultados. Hiromitsu Nakauchi, investigador de células madre en la Universidad de Stanford, expresó que se requiere una evaluación más detallada para confirmar que las células presentes en el tejido cardíaco son verdaderamente humanas, ya que existe el riesgo de contaminación cruzada entre especies durante el proceso de cultivo.
Por su parte, Hideki Masaki, especialista en células madre del Instituto de Ciencias de Tokio, señaló que las células fluorescentes humanas solo se encontraban en una zona limitada del corazón. Esto plantea dudas sobre el nivel de integración real entre las células humanas y las porcinas. Para que en el futuro se puedan utilizar estos órganos en trasplantes humanos, será necesario que estén compuestos en su totalidad por células humanas. Solo así se podría evitar una reacción inmunológica adversa en el paciente receptor.
Un paso más hacia la bioingeniería de órganos
A pesar de los desafíos técnicos y éticos que plantea este tipo de investigaciones, el estudio representa un avance significativo en la biotecnología médica. Cultivar órganos humanos funcionales en animales sigue siendo un objetivo lejano, pero con cada experimento, los científicos logran superar barreras y acercarse más a una solución para miles de personas que figuran en listas de espera para trasplantes en todo el mundo.
Una línea difusa entre ciencia y ética
El reciente anuncio del desarrollo de corazones latientes con células humanas en embriones de cerdo, presentado en la reunión anual de la Sociedad Internacional para la Investigación con Células Madre, representa sin duda un avance técnico notable. Sin embargo, a la luz de investigaciones previas —como el experimento liderado por el reconocido científico Juan Carlos Izpisúa Belmonte sobre la creación de embriones quiméricos entre humanos y monos— es necesario cuestionar no solo los alcances científicos de estos trabajos, sino también los principios éticos que los sustentan.
En el experimento dirigido por Izpisúa, publicado hace algunos años en la revista Cell, se introdujeron células madre humanas pluripotentes de capacidad expandida (hEPSCs) en embriones de Macaca fascicularis, una especie de mono evolutivamente próxima al ser humano. Estas células fueron obtenidas a partir de células somáticas humanas reprogramadas, y tienen la capacidad no solo de generar los tejidos del embrión, sino también los extraembrionarios, lo cual amplía significativamente su potencial biológico. De los 132 embriones modificados, solo tres sobrevivieron hasta 19 días, pero en todos los casos las células humanas se integraron con éxito en el blastocisto del primate.
Este tipo de investigaciones se fundamenta en un objetivo que, al menos en teoría, parece loable: resolver la escasez crítica de órganos para trasplantes. Sin embargo, el camino que se está tomando para llegar a esa meta abre interrogantes éticos de gran envergadura. La transición de los experimentos en cerdos a los realizados en primates sugiere que las limitaciones técnicas de las especies más alejadas evolutivamente del ser humano están empujando a los investigadores a cruzar umbrales más delicados, no solo desde el punto de vista biológico, sino moral.
Si bien en el caso de los corazones creados en cerdos no se utilizaron embriones humanos completos, sino células madre pluripotentes humanas, la línea ética que separa una innovación aceptable de una potencial transgresión se vuelve cada vez más difícil de trazar. Incluso si se cuenta con el respaldo de bioeticistas que adoptan una perspectiva utilitarista —justificando estos procedimientos por sus beneficios potenciales— persiste una pregunta fundamental: ¿hasta qué punto se puede permitir la manipulación de la vida humana, aunque sea en etapas iniciales, sin socavar su dignidad intrínseca?
Christine Mummery, presidenta de la Sociedad Internacional para la Investigación con Células Madre, expresó preocupaciones claras al respecto. Afirmó que los científicos “están traspasando los límites éticos y científicos establecidos” y cuestionó directamente la justificación de este tipo de experimentos bajo el pretexto de avanzar en la medicina regenerativa. De hecho, el objetivo de producir órganos funcionales humanos en animales para su trasplante aún parece muy lejano y lleno de incertidumbres técnicas, inmunológicas y éticas.
Un informe citado por la revista Science de la Academia Nacional de Ciencias, Ingeniería y Medicina de EE. UU. advierte, por ejemplo, que las células humanas introducidas en un embrión de primate podrían llegar a colonizar su cerebro o incluso sus órganos reproductivos. Este riesgo, aunque en el caso de los embriones de cerdo actuales parezca remoto, cobra especial relevancia cuando se trabaja con especies más próximas al ser humano, como los monos. Si las células humanas llegaran a alterar la cognición, la conciencia o la identidad biológica del animal huésped, estaríamos ante consecuencias que no solo serían científicamente incontrolables, sino moralmente inadmisibles.
En este contexto, las investigaciones actuales no pueden ser evaluadas únicamente desde su potencial biomédico. Es urgente que la comunidad científica, los comités de bioética y la sociedad en general reflexionen colectivamente sobre los límites que no deben cruzarse. La creación de quimeras que puedan, en el futuro, albergar elementos humanos esenciales —como el tejido cerebral o los gametos— plantea una amenaza directa a la identidad de las especies y a la unicidad de la persona humana.
Si bien la ciencia ficción alguna vez imaginó escenarios en los que seres híbridos caminaban entre nosotros, la realidad científica parece haberla alcanzado. Por ello, el desafío no es simplemente técnico, sino profundamente humano: garantizar que la ciencia permanezca al servicio de la dignidad de la vida, no de una ambición desbordada por el control y la manipulación biológica. Avanzar en la medicina no puede hacerse a costa de diluir los principios que nos definen como civilización.
En resumen, aunque el experimento con corazones humanos en cerdos marca un hito en la bioingeniería de órganos, no debe desvincularse de un debate ético profundo. La vida humana, incluso en su forma celular más temprana, merece respeto. La ciencia debe avanzar, sí, pero siempre con conciencia, con límites claros y con la dignidad humana como brújula moral. Principio del formulario