Llamémosla Rapunzel. Después de todo, por la pandemia, ha pasado encerrada la mayor parte de su vida. Vendrán de ahí ese continuo afán de salir a la calle, y su fascinación por los carros y las motos, que tanto le gusta saludar desde la ventana.

Por Manuel Prendes Guardiola. 21 marzo, 2022.

Rapunzel va a cumplir tres años y sonríe más de lo que suelen los niños de su edad. Sus ojos adormilados vuelven más sonrisa su sonrisa, más curiosas sus miradas. Nació con un cuerpo más frágil que el de otros niños. Mejor dicho, al que le llevaría más tiempo fortalecerse. Con la ayuda de sus padres, sus hermanas y de terapeutas a los que no reconoce sin mascarilla, ha ido progresando. Solo aprender a sentarse le costó pacientes contorsiones. Llevó también su tiempo empezar a arrastrarse, y luego gatear, treparse a cuanto podía y, finalmente, en caminar. Sigue flexible como un junco, pero fuerte como un roble.

Hay padres que, para acompañar los logros de sus hijos down, les puede más la desazón que la voluntad. Es comprensible. En el brindis de su bautizo, el padrino de Rapunzel citó un dicho africano: “para criar un niño se necesita la tribu entera”. Pero a veces falla la tribu. El clan de parientes y amigos, o esa tribu expandida que llamamos Estado. Falta información ante la eventual llegada de un niño down a la familia; falta una red de asistencia para su primer desarrollo. En la educación, las normas sobre inclusividad suelen quedarse en el papel, o en apariencias como la mera reunión de escolares con necesidades especiales dentro del mismo salón que los que no las requieren. Un indicio del resultado se aprecia en qué pocos ciudadanos con síndrome de Down podemos encontrar en Piura desempeñando una profesión cualquiera, cuando su única “discapacidad” no es otra que un ritmo de aprendizaje más lento.

Nada de esto es ajeno a las inquietudes de los padres de Rapunzel. Pero entretanto, disfrutan juntos su día a día. Ella hace tiempo que habla a trompicones, con largos discursos en que goza escuchándose igual que a las personas mayores, o, cuando quiere que la entiendan, silabeando cuidadosamente lo que llama su atención. Cuando siente algo de música, empieza a bailar con entusiasmo. Todos hemos oído a papás quejarse, cuando sus retoños están grandes y van a su aire, cada vez más distanciados, de lo deprisa que crecen. Los de Rapunzel tienen la bendición de una niña que va a crecer, a su aire, más despacio.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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