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Ago

2021

Afganistán, un país en permanente situación de crisis

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Cambiarán los actores que impulsan y financian el conflicto, pero la consecuencia será siempre la misma, que la población afgana esté obligada a huir y pedir refugio o a quedarse y vivir con miedo.

Por Susana Mosquera Monelos. 31 agosto, 2021. Publicado en el suplemento Semana, de El Tiempo, el 29 de agosto del 2021.

Desde hace unas semanas, los medios de comunicación de todo el mundo han puesto su foco de atención en los acontecimientos políticos que ha desencadenado en Afganistán la retirada de las tropas extranjeras, que llevaban 20 años en el territorio bajo misión de la OTAN. La caótica operación de retirada, avisada con tiempo por EE. UU., pero muy mal ejecutada, deja para la posteridad las imágenes de una situación de caos en los alrededores del aeropuerto de Kabul.

La violencia y la falta de libertades se presentan como la alternativa más que probable para el futuro de la población afgana, de ahí la urgencia por huir del terror que bien conocen pues, aunque la población afgana es bastante joven, los mayores se encargan de recordar los 5 años que pasaron bajo el terror talibán entre 1996 y 2001.

Sin embargo, en este convulso escenario resulta necesario formularse una pregunta esencial. Si nadie desea el regreso de los talibanes al poder en Afganistán, ¿cómo es posible que en apenas unos días hayan logrado el control de todo el territorio? La negociación del calendario de retirada de las tropas de EE. UU., negociado en Doha en febrero de 2020 (como fallida estrategia para la reelección del expresidente Trump), estableció de facto una cesión de control del territorio afgano para los líderes talibanes, bajo el compromiso de que no retomarían los ataques terroristas contra occidente. Es decir, que EE. UU. era consciente de que la retirada de sus tropas implicaba el regreso de las fuerzas talibanes al control político del estado. Quizás confiaban que las tropas afganas, entrenadas por occidentales, hubieran puesto mayor resistencia a los milicianos talibanes, o que el presidente hubiese mantenido la apariencia de seguir bajo un modelo democrático en vez de huir del país a la primera de cambio, o que la población civil hubiera reaccionado con rechazo ante el avance de los talibanes. Pero nada eso ha sucedido, por tanto, habrá que preguntarse si lo que conocemos de la historia es fiel a la realidad de los hechos o no.

Lo que conocemos como estado afgano ha vivido en guerra durante gran parte de su vida independiente: guerras civiles entre las diferentes tribus que componen su población, guerras territoriales con sus vecinos fronterizos, guerras de geopolítica en el tablero internacional para entrar en la esfera de influencia capitalista o comunista, conflictos entre los señores de la guerra por el control de los recursos económicos del país, guerra de narcotráfico y guerras contra el terrorismo. Son pocos los estados con un historial más desolador, colocando a Afganistán como perfecto ejemplo de país fallido. Sin embargo, se trata de un territorio que ocupa una importante posición geoestratégica con relevancia para los intereses de muchos de sus vecinos.

Como país de mayoría islámica, Afganistán es el aliado natural de Pakistán en su histórico enfrentamiento con la India (especialmente contra el gobierno nacionalista hindú del presidente Modi), de ahí que la mayoría de los talibanes de etnia pastún tienen tras la frontera pakistaní su refugio natural (como tenía Osama Bin Laden). Pero, también China ha puesto su interés en los recursos minerales de Afganistán, de gran importancia para continuar adelante con el proceso de expansión que necesita la economía china (y con la ventaja de que el régimen chino no pondrá en la agenda espinosas reclamaciones sobre democracia y derechos humanos). Y qué decir de Rusia, que trata de lograr lo mismo que en toda su evolución histórica y en todas sus transformaciones políticas: la salida a un mar de aguas templadas, en este caso, hacia el Océano Índico, atravesando territorio afgano.

Con aliados tan variopintos, siempre dispuestos a hacer fracasar los intentos de autogobierno que ha emprendido Afganistán, es evidente que la conclusión natural no puede ser otra que la de vivir en una situación de crisis continua.

En consecuencia, la falta de estabilidad y el conflicto entre facciones tribales ha sido una constante en la historia de Afganistán. La creación de un modelo de estado burocrático centralizado (bajo la inspiración e influencia de distintos modelos extranjeros) que se mantiene desconectado de las estructuras de naturaleza tribal en que está organizada su sociedad civil es un estado abocado al desastre.

Esta es la realidad de Afganistán, el fracaso de una solución política importada. Construir un estado sin atender a su idiosincrasia, con fronteras artificiales que no reflejan la identidad tribal de la población que forma el estado, es garantía de enfrentamientos y conflictos. Y si, además, la tensión interna se produce en un territorio que tiene riqueza e interés estratégico para muchos de sus vecinos, el efecto terrible es la crisis permanente. Cambiarán los actores que impulsan y financian el conflicto, pero la consecuencia será siempre la misma, que la población afgana esté obligada a huir y pedir refugio o a quedarse y vivir con miedo.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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