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Sep

2020

El domingo 13, se celebra el Día de la Familia en el Perú. Reflexionemos sobre su naturaleza y relevancia, especialmente en tiempos de pandemia, cuando nuestros hogares se han convertido en el refugio más seguro.

Por Gloria Huarcaya. 11 septiembre, 2020.

Desde mediados del s. XVIII, y muy especialmente desde la revolución sexual del s. XX, la familia ha sido el blanco de ataques de ideologías y discursos políticos, que buscan de-construir a la persona, anular su interdependencia, para convertirla en un individuo despojado de vínculos y, por tanto, de identidad; un hombre sin esencia, solo anclado en la autodeterminación de su existencia, como lo propuso Sartre.

Se ha querido hacer un hombre sin Dios como lo proclamó la escuela de Frankfurt; un hombre completamente enajenado por sus instintos sexuales, “liberado” de la responsabilidad del amor y el compromiso; un hombre “liberado” no solo de sus valores culturales, también de su cuerpo, capaz de autodefinirse incesantemente desde un género supuestamente “performativo”, como defiende Judith Butler.

Justamente, la defensa del matrimonio y de la familia, la vivencia amorosa y comprometida de nuestros propios vínculos familiares puede salvarnos de la enajenación de las ideologías; pues solo en las familias se preserva la dignidad de las personas (no del individuo). Al ser el ámbito del amor incondicional, las familias socializan, personalizan, humanizan, educan, trasmiten valores, elevando nuestra condición de alguien de la especie humana, a una persona con identidad familiar, alguien único, irrepetible y amado incondicionalmente, sin importar su utilidad. A eso se refiere el profesor Viladrich cuando afirma que en la familia pasamos del mundo de la especie al mundo de la persona.

La experiencia vital de ser amados por un padre y una madre, comprometidos en una unión exclusiva e imperecedera -como ocurre en el matrimonio-, nos humaniza, y nos entrena para la actividad más elevada del hombre: el amor. Por eso, se comete una injusticia tremenda cuando se priva a un niño del derecho a crecer junto a su familia intacta, y de nutrirse al lado de sus hermanos. Y, estamos socavando nuestra propia civilización cuando permitimos que las leyes y costumbres destruyan los fundamentos naturales de la sexualidad, el matrimonio y la familia.

La autonomía -incluso la escisión del propio cuerpo- es un artificio ideológico que no es sostenible, y que solo conduce al dolor, la soledad, y el egocentrismo. Sin embargo, la cultura relativista nos satura de mensajes a favor de la autonomía: tu cuerpo es tuyo, no necesitas de un hombre para ser madre, no necesitas casarte, no necesitas tener hijos, no necesitas de tus padres, no necesitas de tu biología para definirte, no necesitas de los demás para ser feliz, no necesitas de Dios para dar sentido a tu vida.

Y, sin embargo, sí que los necesitamos, porque somos “familiares” por naturaleza. Nuestro cuerpo vulnerable necesita del cuidado del otro, necesitamos ser educados en una familia, estamos abiertos al amor y a la donación, necesitamos de nuestros padres para descubrir nuestro origen e identidad, necesitamos de nuestros hijos para proyectar el futuro, necesitamos reconocernos como Imago Dei.

Que la crisis económica, sanitaria y cultural (por efecto de las ideologías) no nos arrastre por un pesimismo desesperanzador, pues siempre habrá motivos para celebrar la resistencia de las familias y sus valores.

Durante cinco días, diversos intelectuales y activistas se dieron cita en la I Cumbre Internacional Gobierno, Vida y Familia para analizar desde diversas perspectivas las relaciones entre estos tres ámbitos. Se ha generado una interesante plataforma de intelectuales y ciudadanos capaces de elevar su voz frente a las amenazas políticas, del mercado y la cultura. Veo también con gran satisfacción, entre mis alumnos de pregrado de la Universidad de Piura, una mayor sensibilidad por redescubrir la verdad, opacada por el relativismo; un deseo por desafiar lo “políticamente correcto” aprendiendo a argumentar, un anhelo de reafirmar que amar y ser amados (para siempre y en familia) es posible.

Que no nos roben la esperanza, tenemos muchos motivos para celebrar ¡Feliz día para todas las familias peruanas!

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