27

Oct

2025

Artículo de opinión

Sin relativismos

Incentivemos el esfuerzo, la perseverancia y la fe que nos llevará siempre a dar sentido a nuestras vidas.

Por Carola Tueros. 27 octubre, 2025. Publicado en El Peruano el 25 de octubre del 2025.

En el Diccionario de la lengua española (2014, v. 23.8) se define el relativismo como la negación del conocimiento absoluto, ya que depende del sujeto que conoce. En el Diccionario Clave (2012), como la doctrina filosófica que defiende la relatividad del conocimiento porque el hombre no puede alcanzar lo absoluto.

Tenemos, entonces, un relativismo gnoseológico o cognitivo que niega el conocimiento objetivo, supeditándolo a lo que entiende cada persona. Y, por otro lado, hay un relativismo ético o moral que recusa la existencia del mal y bien absolutos. Considera que lo correcto o incorrecto se subordina a las normas de una cultura, comunidad o individuo acorde con unas circunstancias.

Convivimos con un relativismo, cognitivo y ético, que provoca confusión porque se disfraza de “tolerancia”. No obstante, sin una “verdad absoluta” ni referentes morales nos convertimos en “hombres masa”, como decía Ortega y Gasset (2010), guiados únicamente por lo que dicta el consenso. Es entonces cuando debemos preocuparnos porque, a veces, no estamos en el camino recto por entender equivocadamente el ser tolerante.

Juan Pablo II en su encíclica Veritatis Splendor (El esplendor de la verdad) reprueba el relativismo, pues no todo es opinable ni pende de la subjetividad; hay una ley moral natural y verdades universales objetivas que guían el actuar humano. En la misma línea, Benedicto XVI lo consideraba una dictadura y lo veía, más bien, como el rostro de la intolerancia, porque la legítima tolerancia presupone convicciones. En nuestra época, paradójicamente, nos las prohíben y se llama intolerante al que defiende sus creencias. El actual papa, León XIV, ha hecho referencia a este tema, lamentando que los jóvenes tengan que lidiar con el relativismo y la superficialidad.

El relativismo es una doctrina errada, que surge del escepticismo y de una decadencia moral. La persona no debe ser dominada por el mundo de los pareceres. No existe tu verdad, su verdad, sino una sola verdad, que está en la manifestación del ser y no en el parecer.

Cuando hay ruptura entre el ser y parecer, todo es relativo porque nuestra mente no se adecúa con la realidad. Al actuar, según lo que “nos parece”, caemos en el permisivismo (mundo del desenfreno). Permitimos todo porque no hay vínculos ni topes, entonces, sucumbimos en el libertinaje, en una mal entendida independencia, donde no caben la fe ni el amor. Nos tornamos ególatras sin raíces ni arraigos. Promovemos una libertad puramente animal. La aunténtica libertad, en cambio, tiene límites, que nos hacen ser más libres y mejores personas; nos lleva a actuar con inteligencia y a querer el bien absoluto.

Si no tenemos claro qué significa ser “libre” porque creemos que todo es relativo, cedemos ante el hedonismo (mundo de los placeres), idolatramos el gozo y lo vemos como un fin y no como un medio para alcanzarlo. No entendemos el sacrificio y nos convertimos en presa fácil del consumismo (mundo de la tenencia), adquirimos lo que nos apetece, sea superfluo e innecesario. Creemos que la vida consiste en tener más –posesiones materiales– y no en ser más –desarrollo personal, autenticidad–, lo cual, a su vez, nos conduce al materialismo (mundo de la materia), que nos aleja de la dimensión espiritual; y, por ende, nos deshumaniza y corrompe.

Si la verdad es relativa, no se forman “personas”, sino seres sin libertad, sin discernimiento, sin capacidad de análisis ni reflexión; es decir, personas permisivistas, hedonistas, consumistas y libertinas. Lo evidenciamos en la cultura de lo fácil, de la gratificación inmediata. Por el contrario, la cultura de la excelencia, exigencia y el deber ser es lo que da la verdadera felicidad.

En definitiva, el relativismo nos lleva a la deriva. Entendamos que la libertad no se puede confundir con libertinaje y que de nuestro actuar –regido por una ley civil acorde con una ley moral natural– depende una sociedad más justa que respete la dignidad humana. No caigamos en sentimentalismos –al respaldar medios indebidos para un “fin encomiable”– ni en una cultura del conformismo –sin iniciativa ni responsabilidad ni pensamiento crítico–. Defendamos con respeto y real tolerancia nuestras creencias y convicciones, promoviendo “la verdad”. Comprometámonos a incentivar el esfuerzo, la perseverancia; y, sobre todo, la fe que nos llevará siempre a dar sentido a nuestras vidas y a una autorrealización constante. ¡Rescatemos valores inmutables para construir un mundo loable!

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