06

Jun

2022

Artículo de opinión

Arguedas y Piura

“Arguedas es, por el momento, el símbolo del nuevo Perú intelectual” y estaba tratando de orientar e impulsar la cultura, era el primer gobierno de Belaunde, por los cauces del más profundo y auténtico nacionalismo”.

Por Carlos Arrizabalaga. 06 junio, 2022. Publicado en El Tiempo (Suplemento Dominical), el 5 de junio de 2022.

Fotos: Andina.

Encargado de la Casa de la Cultura de Piura, el profesor Carlos Robles Rázuri (1916-1991) había ido a Lima, en agosto de 1964 (uno de los días más fríos “del más frío invierno que ha soportado la capital en más de veinte años”), con el deseo de entrevistarse con el director de la Casa de la Cultura “del nuevo Perú”, cuya sede era la Casa de Pilatos, una de las pocas que no ha podido abatir “la picota del progreso”.

Desde 1962, el Gobierno trata de establecer instituciones de fomento cultural en Piura, Chiclayo, Trujillo… En las páginas del diario local, donde colaboraba habitualmente Robles Rázuri, dejó un detallado reporte de su visita a José María Arguedas, quien le aseguró que admiraba a Piura y que pensaba que había “una gran tarea cultural por realizar” (El Tiempo, Piura, 30/08/1964, p. 8).

¿Arguedas conocía Piura? En “El Sexto” aparece un personaje importante, condenado por homicidio y conocido como el Piurano. Don Policarpo Herrera, un campesino serrano, ocupaba una celda del segundo piso, y se describe como un ser noble y solidario con los demás, que no permitía injusticias, aunque su justicia era temible. Lo llaman la oficina del Teniente para ser interrogados por culpa del cruel soplón apodado “El Pato” y luego el Piurano mata al soplón. Mirando el cuerpo de “Pacasmayo”, se le ve como decepcionado, y lo dice con tono triste: “Mi’adelantaron”. Estaba con su cuchillo listo para eliminar a quien sea: “¡No habrá otro pior! Y si aparece otro ahi’staré. Todo mi cuerpo ya era bien filo pa’entrarle al negro”.

La distancia de Piura respecto a Abancay es lo que hace que Gerardo, el hijo del comandante, el niñito piurano recién llegado que Ántero presenta a Ernesto, el protagonista de Los ríos profundos, se destaque claramente, y no solamente porque “el costeño caminaba con más donaire” o porque miraba “vivazmente” a las muchachas, porque hablaba “al modo de los costeños, pronunciando las palabras con rapidez increíble” y además de que “cantaba algo al hablar”.

Con él tendrá luego Ernesto una pelea con puntapié incluido, aunque eso es harina de otro costal. Lo importante es que el forastero es fácilmente identificado por los demás niños:
“Un costeño, en lo denso de los pueblos andinos, donde todos hablamos quechua, es singular, siempre; es diferente de todos.” Verdad. Aunque hay cierto maniqueísmo indigenista en la valoración negativa de esa “vivacidad”. Los castellanos del Perú contrastan e identifican. Robles tenía en la Casa de Pilatos un contacto: Delfina Otero Villarán, secretaria de esa institución: “Gran dama y gran amiga y gran mujer. Una batería interminable de energía.” Con ella salen a relucir los recuerdos y proyectos “para incrementar contactos entre intelectuales capitalios y de esa privilegiada tierra de algodón, petróleo y fosfatos”.

El reloj de Desamparados da la media de las diez y Arguedas los recibe, casi sin antesala, en una habitación larga “el escritor que ha llevado más alto que nadie los temas indígenas del Perú profundo y con aciertos absolutos”, dice Robles, admirado. Arguedas había estado en Piura dos años antes y tal vez podría volver en octubre: “Ha conservado la fuerza vital de los pueblos decididos a dirigir su propio progreso”, le dice como un cumplido. Elogia la cerámica y la orfebrería vicús y declara la necesidad de construir un museo regional de arqueología.

Recuerda la valiosa obra de Miguel Justino Ramírez y subraya que Piura es uno de los departamentos que más folclore tiene y del cual menos se conoce. Se despide con un fuerte abrazo luego de un silencio en que Arguedas, recostado sobre un sillón, permanece pensativo. “Arguedas es, por el momento, el símbolo del nuevo Perú intelectual” y estaba tratando de orientar e impulsar la cultura, era el primer gobierno de Belaunde, por los cauces del más profundo y auténtico nacionalismo”.

Seguramente Robles no ignoraba que el abogado cataquense José Ortiz Reyes, como resaltó muy bien su hijo Alejandro Ortiz Rescaniere, fue uno de los mejores y más antiguos amigos de Arguedas. Compañeros en San Marcos y en El Sexto, tuvieron con el profesor Encinas la iniciativa de impartir clases de cultura elemental a los presos poco instruidos de ese recinto penitenciario.

Arguedas salió de El Sexto antes que Ortiz Reyes, pero eso no impidió que continuara su amistad por muchos años. Ortiz no encontró trabajo en la capital y regresó a Piura, pero luego se encargó de arreglarle todos los papeles, cuando Arguedas se divorció de su primera esposa, Celia Bustamante. Y su hijo Alejandro se convirtió en el mejor discípulo de José María. Ortiz Reyes escribió varios cuentos sobre su dura experiencia en prisión y José María Arguedas, lo ha demostrado taxativamente Richard Leonardo-Loayza, hizo suyos esos materiales (los conocía bien); adoptó anécdotas y tomó personajes y los recuerdos compartidos le estimularon a escribir y terminar su novela. En los brazos del piurano, Arguedas había encontrado siempre apoyo, comprensión y cariño infinitos.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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