13

Abr

2022

Abrir las puertas del hogar a Cristo

Nos encontramos ya en aquella semana que, entre todas las del año, lleva el apelativo de “santa”. Día a día haremos memoria de los acontecimientos ligados a la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

Por Carlos Guillén. 13 abril, 2022.

Con una fe y una devoción que la pandemia no ha podido borrar, nuestros fieles participarán intensamente en los sagrados ritos de esta semana; tanto en las celebraciones litúrgicas como en las manifestaciones de piedad tradicionalmente estimadas en cada lugar.

Traigo a la memoria el diálogo con una persona que me preguntaba hace unos días qué podía hacer para vivir bien la Semana Santa, porque creo que puede ser el mismo sentir de tanta gente que, después de dos años llenos de restricciones, desea volver a percibir el calor de la fe vivida en y con toda la Iglesia. Mi respuesta no fue muy complicada, ni propuse nada nuevo. Tan solo me pareció oportuno aconsejarle que se diera el tiempo para vivir aquello que la Iglesia nos propone cada día. Nada más, porque la Iglesia, como madre y maestra, ya ha dispuesto los ritos y costumbres que alimentan nuestra fe.

Por ejemplo, este Domingo de Ramos que acaba de pasar, ha sido la ocasión para que muchas familias vuelvan a estar presentes en las misas dominicales, llevadas por ese deseo de participar en la procesión que recuerda la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén. Un día festivo, sin duda, del que llevarán a sus hogares un recuerdo que las acompañará el resto del año: la palma o el ramo de olivo bendecido, testimonio de su fe en Cristo y en su victoria pascual.

Mañana celebraremos el Jueves Santo, conmemoración de la institución del sacramento de la Eucaristía y del sacramento del Orden sacerdotal, así como del mandamiento de la caridad (“Amaos unos a otros”), ejemplificado por el mismo Jesús que humildemente lava los pies de sus apóstoles, para luego entregar su vida en la Cruz por nosotros.

Ese día, después de la Misa de la Cena del Señor, mucha gente acude a visitar siete iglesias para adorar al Santísimo Sacramento, custodiado en sagrarios especialmente adornados para esta ocasión. Con su oración, prolongada y silenciosa, llena de agradecimiento a Dios por el don de la Eucaristía, acompañan a Jesús en esas horas difíciles que Él pasó también en oración intensa y dolorosa, preparándose para cumplir la voluntad de su Padre.

El Viernes Santo, la Iglesia conmemora la muerte de Cristo en la Cruz, sacrificio con el cual nos redimió del pecado para que podamos ser hijos de Dios. Este día está lleno de muchos actos de piedad popular, como el rezo de las catorce estaciones del “Vía Crucis”, en el que se recorre el camino del Monte de los Olivos hasta el Monte Calvario, y luego al sepulcro nuevo excavado en la roca en el que fue sepultado el cuerpo de Jesús. Para el cristiano, representa sobre todo una imagen espiritual del camino de su propia vida, en la que debe seguir los mismos pasos de su Maestro, llevando su cruz.

Con todo, el lugar principal de este día lo ocupa la celebración del oficio de la Pasión de Cristo, en las primeras horas de la tarde. Este es un día que la Iglesia no celebra la Eucaristía como tal, sino que de alguna manera continúa los ritos litúrgicos del día anterior sobre todo con la liturgia de la palabra, centrada en la proclamación de la pasión de Cristo, con la oración de petición por las grandes necesidades de la Iglesia y del mundo, con la adoración de la Cruz de Cristo, y con la Comunión (con las hostias consagradas el día anterior y reservadas para este día).

No estará de más recordar que la Iglesia nos propone vivir este día de la mano del ayuno y la abstinencia, como una manera práctica y concreta de unir nuestros pequeños sacrificios al gran sacrificio de Cristo en su pasión y muerte por salvarnos del pecado. Incluso se recomienda, a quien le sea posible, prolongarlo hasta el Sábado Santo, para acompañar así a Iglesia que aguarda de esta manera -en la oración y el ayuno- junto al sepulcro la Resurrección de su Señor.

Cuando cae la noche del sábado, la Iglesia celebra la vigilia de oración más importante de todas: la vigilia pascual. Reuniéndose en las últimas horas del sábado para celebrar nuevamente la Eucaristía, la Iglesia revive aquella noche dichosa que fue testigo de la vuelta a la vida de Jesús, vencedor del pecado y de la muerte. La liturgia de la luz, con la procesión del cirio -luz de Cristo que va venciendo la oscuridad- y el canto del pregón pascual, se encargan de recordárnoslo. Luego, es la palabra de Dios la que nos habla de toda la historia de salvación, a través de siete lecturas con sus salmos, hasta anunciar la victoria de Cristo en su Resurrección; para lo cual, regresan a la celebración los cantos del Gloria y el Aleluya, más solemnes que nunca.

Con este día, comienza el tiempo pascual, caracterizado por la permanente alegría por la celebración del triunfo de Cristo en su Resurrección. Especialmente toda la primera semana, conocida como la “octava de Pascua”, será como un eco de la celebración del domingo de Resurrección.

Me he querido servir de este recorrido por los próximos días para recordar y animar a que las familias abran la puerta de su hogar a Cristo. Ese tesoro de espiritualidad les permitirá ir creando como un espacio y un camino de oración. La meta de ese camino, su punto más alto en esta vida será participar juntos en la Eucaristía. “Jesús llama a la puerta de la familia para compartir con ella la cena eucarística”, dice el Santo Padre.

A esa iglesia doméstica, está encomendado el futuro de la Iglesia. Que la presencia constante del Resucitado les permita cumplir su misión evangelizadora en nuestra sociedad.

¡Feliz Pascua!

 

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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