13

Dic

2021

Artículo de opinión

Bien y deber

El auténtico bien: pleno y real —distinto del bien aparente— es el que busca quien cumple su deber. El bien pleno difiere del bien parcial, particular: propio de algunos, no de todos; perecedero.

Por Luis Eguiguren. 13 diciembre, 2021. Publicado en el diario El Peruano, el 4 de diciembre del 2021.

El sustantivo «deber», propio de la Ética, se puede explicar como procedente del verbo «deber», término que, a su vez, tiene origen en el verbo latino «debere». Este proviene de la fusión del prefijo «de», que indica procedencia, y el verbo «habere»: «poseer». La fusión «de-habere» se contrae en «debere». Es decir «poseer algo» que procede «de» otro.

Así, quien asume deberes, comprende que «debe»: que tiene deuda, y que la ha de retribuir. Deuda asumida libremente y de buena gana, por supuesto: lo fundamental en un acto correcto es que sea libre, que provenga de una buena voluntad; es decir, de una voluntad habituada —por uno mismo— a tener buenas intenciones —buenos fines—; a hacer buenas elecciones de los medios para conseguirlas y, a ejecutar con tino y eficacia las acciones que, aplicando esos medios, permitan lograr realmente el fin objeto de la intención.

Un refrán expresa: «es de bien nacidos ser agradecidos». Quien asume deberes vive agradecido, está convencido de que ha recibido y sigue recibiendo, del entorno en que se encuentra. Esta disposición —de comprenderse deudor— da a la persona un claro sentido a su vida: vive para atender a otros, sirve.

La constante y perpetua voluntad de dar a los demás y, a lo demás, —a cada uno— lo que les corresponde —aquello a lo que tienen derecho— es la noción clásica de justicia: «Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi», atribuida a Ulpiano (170–223 d.C.), famoso jurista romano.

La ética del deber —deontología— es la ética del servicio. Servir implica arriesgarse; requiere las virtudes de la esperanza y la audacia. Demanda atreverse a dar de uno mismo, con el convencimiento de que este ofrecimiento es lo mejor, absolutamente.

El auténtico bien: pleno y real —distinto del bien aparente— es el que busca quien cumple su deber. El bien pleno difiere del bien parcial, particular: propio de algunos, no de todos; perecedero. Por otra parte, el bien real es el que es capaz de ser realizado. Discernido como tal por la recta razón: inteligencia y voluntad conjugadas, bien habituadas con esfuerzo personal, con criterio para distinguir entre lo utópico o quimérico y lo factible.

El bien pleno y real, que es el bien práctico, realizable por la praxis: la acción humana; ha sido llamado bien honesto. En Ética se distinguen tres bienes: honesto, útil y deleitable. Tener la convicción profunda y firme de que el bien honesto abarca el bien deleitable —lo que se puede disfrutar— es propio de una persona con buena voluntad. Se podría decir también de una persona proba, íntegra, tenaz en rechazar corromperse.

La obra de Marco Tulio Cicerón titulada «De officiis» (sobre los deberes) ha recibido de la humanidad el título de celebérrima. Después de la Biblia, que va en primer puesto, «De officiis» ocupa el tercer lugar entre las obras de las que más manuscritos se conservan a través de los siglos.

«De officiis» consta de tres libros. Los dos primeros recogen la tradición sobre qué es el deber. Tradición que se remonta al fundador de la Ética: Sócrates. En el diálogo platónico «Critón», Sócrates aparece encarcelado por los jueces de Atenas. En la cárcel espera que se le ejecute la pena de muerte. Sus discípulos lo visitan y le proponen sobornar a los responsables de la prisión para liberarlo y fugarse. Sócrates no acepta. Su deber es cumplir las leyes de Atenas. El «Critón» es un diálogo sobre el deber, sobre la confianza y, la esperanza de que, asumir el deber permite que venga el bien pleno y real.

El ejemplo de Sócrates mueve a sus discípulos a esclarecer la doctrina del deber. Así lo hacen los filósofos estoicos como Zenón y, sobre todo, Panecio, quien escribió un tratado sobre el deber, hoy perdido. Este tratado da los lineamientos a Cicerón para su obra póstuma: «De Officiis» o sobre los deberes.

La distinción entre el bien honesto y el bien útil es un tema central en «De officiis». Cicerón, cuando su muerte se avecina, le dedica a su hijo esas reflexiones conducentes a evitar la confusión entre el bien aparente y el real.

Contribuiría a encontrar soluciones al problema llamado corrupción, que aqueja tanto a nuestro país, considerar, con debido detenimiento y admiración, obras tan notables como «De officiis» de Cicerón, propiciando la divulgación y encarnación de sus enseñanzas con ingenio. Esta sigue ofreciéndose como una guía —acrisolada por la experiencia de muchas generaciones— que  facilita que cada persona pueda discernir entre el bien aparente —inmediato y efímero— y el auténtico.

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