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Nov

2021

Artículo de opinión

Traducir a Hiram Bingham

Cualquier traducción plantea retos, a veces difíciles de resolver, y en el libro de Bingham, siete décadas después, afloran no pocos desconciertos, que demandaban una mejor intervención editorial ante las graves incomodidades que suscita su lectura.

Por Carlos Arrizabalaga. 16 noviembre, 2021. Publicado en El Peruano, el 13 de noviembre de 2021.

Foto: Andina.

El descubrimiento de las ruinas de Machu Picchu, realizado en 1911 por el eminente arqueólogo norteamericano, avivó enormemente el interés mundial por las antigüedades peruanas. Sigue siendo fascinante conocer lo que para Hiram Bingham había sido “una ciudad perdida” y “la última capital incaica” enclavada al borde de un gran precipicio de granito en el gran cañón del Urubamba: “uno de los sitios más bellos del mundo”. Todo empezó con la publicación de sus reportes en la famosa revista de la National Geographical Society, que cofinanció la expedición, para la cual Bingham realizó cientos de fotografías icónicas.

Ya anciano, Bingham expresa gran entusiasmo por los detalles y el éxito de su famosa expedición, en un libro que se publicó en Nueva York en 1948. Lo escribió “en forma popular”, con observaciones personales, alusiones ufanas y abundante propaganda. Fue traducido muy pronto al castellano como “La ciudad perdida de los incas. La historia de Machu Picchu y de sus constructores” (1950), en la editorial Zig-Zag de Santiago de Chile.

El libro tuvo varias ediciones (1953, 1956) y luego fue impreso en España por la editorial Rodas (1972) hasta que, finalmente, lo ha vuelto a publicar, en Lima, el sello PeruBook (2008). La traducción estuvo a cargo de María Romero Cordero (1909-1989), conocida periodista y crítica de cine chilena, quien había estudiado pedagogía en la Universidad de Chile. Una beca para una especialización en enseñanza de la lengua inglesa en el Mills College en San Francisco (California) le había permitido conocer de cerca los inicios de la industria del cine. En 1939, asumiría la dirección de la famosa revista Ecran, con la que la misma editorial Zig-Zag ofreció, durante décadas, hasta 1960, noticias y comentarios sobre producciones cinematográficas. Romero trabajaba a tiempo completo para la editorial y elaboraba también traducciones de obras de la literatura inglesa, como Alicia en el país de las maravillas (1950), de Lewis Carroll, o La cámara ardiente (1951), de John D. Carr.

Cualquier traducción plantea retos, a veces difíciles de resolver, y en el libro de Bingham, siete décadas después, afloran no pocos desconciertos, que demandaban una mejor intervención editorial ante las graves incomodidades que suscita su lectura. Prueba de ello es que todavía mide con millas y pies, pero mucho más incomoda la presencia ocasional de algunos chilenismos como “quínoa”, “quichua”, “portezuelo”, “acarreadores”, en lugar de las formas más habituales en el Perú: “quinua”, “quechua”, “abra” y “porteadores”. Igual extrañeza ocasiona el uso de voces del español general: “aldea”, “choza”, o “medicina” en lugar de los términos peruanos correspondientes: “caserío”, “rancho” o “remedio”. Algo artificioso resultan “almireces”, en lugar de “morteros”; o “bodegas”, por “colpas”.

En primer lugar, hay que reconocer que Romero sigue a veces el original: “a species of pig weed, is called quinoa”, cuando traduce: “especie también de maleza es la quínoa”; pero, en el Perú se dice “quinua” y no “quínoa”. También sigue el texto de Bingham al escribir canihua (en lugar de cañihua o mejor cañigua) y transcribir mejor algunos vocablos incaicos: acllus, accla-huasi, y topónimos como Choqquequirau, que en una edición actual deberían normalizarse como aillus, acllahuasi y Choquequirao.

Más difícil resulta entender que llame “bambú” a la totora, “cazabe” a la yuca y “agave” a la sábila, penca o maguey. Cuesta entender por qué insiste en traducir: “alfiler de chal”, en lugar de tupu. Y, todavía más, el original dice 43 veces la voz “terraces”, que Romero traduce: “señales de las antiguas terrazas agrícolas”, cuando no les llama terraplenes. Se trata, por supuesto, de los andenes que flanquean el santuario, palabra que el propio Bingham utilizara en cursiva: “so scare are andenes in this region”; en donde Romero siente necesario explicar, estorbando la lectura del texto: “escasos son los andenes (terrazas) en la región”. También estorba que diga “había viajado mucho por la montaña en busca de cauchales”. Bingham había usado el término castellano en el texto original, pues escucha “montaña” en el sentido antiguo de lugares boscosos, donde buscar caucho. Tampoco debió mantener los nombres de la milpa y del mezquite, que son voces propias del español centroamericano y mexicano.

La traductora suprime frases del original, como cuando Bingham compara los Andes con las Rocosas (o Rocallosas), para adaptar el texto al público hispano, que no necesita echar mano de esas referencias. Igual, los editores debieron cuidar un poco más el texto para que pueda ser leído de mejor manera por los lectores del siglo XXI, peruanizando el Machu Picchu de Hiram Bingham.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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