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Jul

2021

“La promesa de la vida peruana” pendiente

Depende de todos -no de un caudillo o un líder- forjar un país más unido respetando su diversidad. Esa es la promisión que retomamos para cumplir con la promesa de una vida peruana mejor.

Por Pavel Elías. 27 julio, 2021. Publicado en El Tiempo (Edición dominical)

La independencia del Perú fue un proceso que se inició hacia fines del siglo XVIII, en el que se cuentan una serie de rebeliones, conspiraciones, movimientos de reclamo contra el mal gobierno que antecedieron a julio de 1821, y que tuvo como protagonistas a criollos, indígenas y mestizos. Doscientos años después, es tiempo justo de reflexionar sobre el avance de la vida peruana, desde una mirada del presente que se fija en el anhelo del pasado que impulsó la lucha de los patriotas.

Tal vez la rebelión más recordada y estudiada sea la de Túpac Amaru II ubicada entre 1780 y 1781. Una vez proclamada la independencia, las cosas no fueron fáciles. Hubo que esperar aun a 1824 para poder consolidar y sellar la misma, lo que se dio gracias a las victorias de Junín y Ayacucho. José de San Martín inició el gobierno del naciente estado peruano en calidad de protector. Mientras tanto hubo que elegir forma de gobierno que debía adoptar el naciente Estado. Entre monarquía y república los peruanos optaron finalmente por esta última, siendo el primer presidente José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete, quien encarnó los aciertos, pero también los errores de esa coyuntura bastante difícil.

Los primeros problemas

Pero junto a la alegría por el logro de la independencia de la mayoría de los peruanos (hay que advertir que no todos los peruanos de aquél entonces querían la independencia) y la esperanza de lo que ésta representaba en lo que Basadre llama la “promesa de la vida peruana”, de una vida mejor que la anterior, el Perú de ese momento y sus habitantes tienen que afrontar una serie de problemas. Señalaré los que me parecen más importantes para trazar un puente con el presente y ver si es que esos problemas se han superado.

La ausencia de una clase dirigente civil preparada y con gran capacidad que pudiera asumir el gobierno y el destino político del Estado peruano. Ante esta ausencia o carencia, aprovecharon los militares generales vencedores de las guerras de independencia para pugnar cada uno por lograr asumir la más alta magistratura del país. El problema es que esa pugna llevó a que su autoridad no sea legítima dado que provenía de los continuos golpes de estado que se daban unos con otros. A esta crisis política inicial Jorge Basadre la llamó el “primer militarismo” de nuestra historia republicana.

En lo económico no nos iba mejor. La presencia hispana aquí había dejado una dependencia de la actividad minera por sobre la agricultura, ganadería y pesca. Las industrias no se habían desarrollado aun lo suficiente. Esto, más el inicio de las deudas externa e interna, agudizó esta crisis de la que solo se saldrá algunas décadas después cuando se entre al período del “boom guanero” llamado también “la prosperidad falaz”.

En lo social, la sociedad era muy compleja y fracturada, herencia del período virreinal. Los indígenas siguieron pagando tributos durante las primeras décadas de vida independiente, la esclavitud se mantuvo también. Ambos serán abolidos hacia 1854, durante el segundo gobierno del presidente Ramón Castilla. Se inicia también por esta época la oposición costa-sierra, siendo la primera el signo del desarrollo en el Perú y la segunda la del atraso. Hasta ese entonces, los centros de poder político y económico se habían localizado en la sierra, las ciudades más importantes se habían localizado en la sierra desde épocas prehispánicas. Chavín, Huari, Incas en la época anterior a 1532 y, Potosí, Cusco, Huancavelica en la época virreinal habían sido centros de gran importancia y de gran desarrollo económico, pero también cultural. Esto cambió con el advenimiento de la república, surgiendo a raíz de esto, entre otros “el problema indígena” muy estudiados por los intelectuales de la primera mitad del siglo pasado.

El momento actual

Doscientos años después, la gran interrogante es: ¿cuántos de estos problemas hemos superado?

En lo económico, hemos avanzado mucho, aunque se sigue dependiendo de la gran minería. En un mundo como el de hoy es importante, pero sin olvidar las demás actividades económicas de las que dependen millones de peruanos, como la agricultura, la pesca y la ganadería. Sí preocupa que, aunque en los índices macro se mencione, o por lo menos fuera así antes de la crisis mundial generada por la pandemia, que en números el país estaba bien, el común de los peruanos no lo sintiera así, por lo que la mejora económica sigue sin llegar a todos los ciudadanos.

En lo social, teníamos la idea de un avance. Sin embargo, cada elección presidencial nos deja una reflexión profunda sobre nuestro autorreconocimiento, nuestra identidad, cómo estamos forjando la peruanidad. La discriminación, el clasismo y el racismo asoman de manera preocupante en medio de la fiebre electoral con el uso de calificativos con sentido de ofensa como “serrano o cholo ignorante”, “tibio”, “pitucos”, “blanquitos de porquería”, olvidando nuestro mestizaje físico y cultural. Se llama a la tolerancia y al respeto, pero es algo que escapa al control de los líderes políticos, quizás por su falta de liderazgo.

Nuestro destino

En el Perú que celebra el Bicentenario, ¿hay un verdadero grupo que esté preparado para dirigir de manera correcta a los peruanos en el tercer centenario de la independencia que iniciamos el 29 de julio de este año? ¿Iremos esta vez por el rumbo correcto por el bien común de todos los peruanos?

César Pacheco Vélez señalaba en un hermoso texto de 1964 llamado “El peruano frente a la historia del Perú” que un pueblo debía de conocer su historia para poder tener conciencia histórica. Añadía que por lo menos su grupo dirigente debía de conocerla. Los debates alturados, de peruanos políticos de mediados del siglo pasado, que desde el Ejecutivo o Legislativo enseñaban con cada intervención, nos acercaron a esta posibilidad. En el siglo XXI ese ya es un recuerdo, y mientras la historia siga siendo excluida de los contenidos educativos del colegio y de la universidad, poco se podrá esperar.

El Perú nuestro de estos días aún tiene mucho que mejorar, mucho por crecer. Pareciera que en las últimas décadas hemos más bien retrocedido en lugar de seguir avanzando.

Corresponde a cada uno de nosotros, peruanos de las distintas regiones del país, sacarlo adelante, teniendo presente que con nuestro trabajo diario honesto y esforzado estamos contribuyendo a ello.

La educación siempre será la esperanza porque mientras niños, adolescentes y jóvenes, al igual que sus padres, asuman que deben prepararse no solo en lo profesional sino también como personas de bien, podrán en un futuro asumir responsabilidades laborales y de otro tipo que contribuyan a la mejora del Perú.

Todo este cambio es posible. Aunque demande esfuerzo, depende de todos nosotros -no de un caudillo o un líder- forjar un país más unido respetando su diversidad. Esa es la promisión que retomamos para cumplir a cabalidad con la promesa de una vida peruana mejor.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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