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Jul

2021

La independencia del Perú: lo que nos falta contar

Los bicentenarios de la independencia nos acercan de lleno a la realidad histórica, a lo que vivieron sus protagonistas, y nos permiten abordar a fondo una etapa clave: el inicio de nuestro estado-nación y de nuestra perfectible república.

Por Elizabeth Hernández. 27 julio, 2021. Publicado en El Tiempo (Edición dominical)

Llevamos algún tiempo presenciando eventos conmemorativos en torno al denominado bicentenario de nuestra independencia: ceremonias públicas, placas, concursos, congresos y todo tipo de publicaciones alusivas a esta efeméride. Todo ello hace más necesario reflexionar sobre algunos aspectos que vienen siendo trabajados desde hace décadas por los historiadores, pero que aún falta insertar en una narrativa seria y profunda sobre la independencia nacional que alcance a un público más amplio, a la ciudadanía en general. Considerarlos nos dará una visión más cercana a la realidad de hace más de doscientos años y nos acercará a una historia más objetiva de un proceso que nos ha conducido hasta la actualidad.

La independencia del Perú es muy compleja en su estudio, no tiene una única lectura. En ella se conjugan múltiples aspectos que superan una realidad estrictamente bélica. Por solo mencionar un ángulo, nos olvidamos que la independencia fue un juego político en el que los distintos líderes que participaron tomaron decisiones que afectaron el desenvolvimiento de todo el proceso. Tan político fue Andrés de Santa Cruz como Hipólito Unanue, y al primero se le suele mencionar solo en su vertiente militar. Hubo niveles de interés político (nacional, regional, local, familiar) en el apoyo peruano a San Martín. No fue una carta en blanco la que le brindaron al prócer argentino. Y San Martín lo sabía, por eso prometió una suerte de concesiones y protecciones si se unían al bando patriota. La política llevó a las proclamaciones de las independencias. Es decir, la independencia se alcanzó haciendo política y no sólo mediante la acción bélica.

Por otra parte, debemos recordar que la independencia no se puede resumir en una lucha entre peruanos=patriotas y españoles=realistas, o entre patriotas=buenos y realistas=malos. La independencia no es una película de héroes y villanos. Hubo peruanos de distintos grupos sociales que no quisieron la independencia y eso no los convierte en traidores. Nuestra mirada sobre esta época tiene dos centurias de ventaja, ya sabemos el final del cuento. Ellos no lo sabían. Optar por la independencia en aquel momento era elegir un futuro incierto, una página aún no escrita. Para un sector amplio de la población, la independencia era sinónimo de expolio, cupos, levas, guerra, caos. Para 1821, Thomas Cochrane ya había asolado los puertos de la costa. Qué contradictorio que la escuadra “libertadora” saquease puertos… ¿Eso era la independencia? Las dudas sobre la legitimidad de la causa patriota eran fuertes. Los realistas por su parte defendían un sistema que, con sus fisuras, conocían, les había funcionado, les permitía vivir. Ello explica que poco antes de la batalla de Ayacucho muchos patriotas y realistas se fundiesen en un abrazo de despedida, pues parientes y amigos luchaban en bandos distintos.

Hay que considerar, además, que la independencia del Perú se inserta dentro de procesos de independencia e intereses americanos más amplios. Río de la Plata, Chile y Gran Colombia intervinieron en Perú para que sus respectivas independencias sobrevivieran. No fue solo filantropía e interés en la unidad continental. Un Perú patriota les era necesario por varias razones: contarían con el control del importante puerto del Callao; el Perú era el centro geopolítico en Sudamérica por su situación geográfica; y además, un Perú independiente neutralizaría al virrey más poderoso y eliminaría el peligro de refuerzos militares desde España. En este contexto continental, ni José de San Martín ni Simón Bolívar hubiesen podido trabajar sin el apoyo de patriotas peruanos que se la jugaron en distintos frentes: José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete ideó el plan de conquista que siguió San Martín cuando desembarcó en nuestras costas; José Faustino Sánchez Carrión, el “tribuno de la república”, fue el brazo derecho de Bolívar en la organización inclusive militar; las guerrillas indígenas de la sierra fueron un apoyo enorme durante toda la guerra, entre otros grandes ejemplos. Hay que salir, por tanto, de un discurso que privilegie a San Martín y a Bolívar, sin que ello signifique desconocer su importancia. Los liderazgos individuales y colectivos peruanos se están rescatando en la documentación y se deben contemplar con mayor equidad en el relato histórico.

La independencia del Perú no puede ser vista como un único proceso, sino como un conjunto de procesos a veces paralelos. Considerar que la independencia empieza con Túpac Amaru II y termina con la batalla de Ayacucho en una única línea de continuidad, es asumir que todo el Perú vivió estos acontecimientos en igual dimensión e importancia, y que todos los eventos se dieron a nivel nacional en una búsqueda común por la libertad. Eso no fue así. El ejemplo más elocuente fue el norte del Perú. Las proclamaciones de independencia en este espacio poco tuvieron que ver con los levantamientos del siglo XVIII en el sur andino, o con Mateo Pumacahua en 1814. Es más, poco tuvieron que ver con las ciudades que tenían al lado. Lambayeque, Trujillo y Piura (diciembre 1820-enero 1821) proclamaron sus independencias sin que sus cabildos se pusiesen de acuerdo para hacerlo en secuencia.

El norte en esta historia nos permite recordar que el 28 de julio de 1821 (fecha de la proclamación de la independencia de Lima) fue un hito importante pero simbólico, que el estado peruano desde el siglo XIX colocó como historia oficial para unificar el imaginario nacional. Sin embargo, no fue ni el inicio ni la consolidación de la independencia. En este sentido, las historias regionales son pieza clave. No podemos hacer una historia de la independencia nacional ni una reflexión al respecto manteniendo un discurso político centralista decimonónico. Por ello, la conmemoración no debería centrarse en el “bicentenario” sino en “los bicentenarios” de la independencia. Este cambio de número en la oración cambia significativamente el fondo y la realidad de la narrativa y de la historiografía.

Así, en plural, los bicentenarios de la independencia nos acercan de lleno a la realidad histórica, a lo que vivieron sus protagonistas, y nos permiten abordar a fondo una etapa clave: el inicio de nuestro estado-nación y de nuestra perfectible república.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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