28

Feb

2023

Artículo de opinión

Tejedoras de la sierra y de la costa piuranas

La fabricación artesanal de tejidos, mediante telares de cintura, ha sido una actividad muy importante en todo el mundo andino. En Huancabamba (Piura) era tradición que la muchacha soltera tuviera que confeccionarle un poncho a quien sería su esposo.

Por Carlos Arrizabalaga. 28 febrero, 2023. Publicado en El Peruano, el 25 de febrero de 2023.

Edmundo Cornejo Ubillús fue autor de un curioso “Calendario de la provincia de Huancabamba” (1995), suerte de miscelánea que recoge efemérides locales agrupadas en meses y donde incluye algunas coplas y cumananas, muchas de ellas anónimas, en las que es fácil comprobar la relevancia que revestía la elaboración de ponchos, jergas, mantas, talegas y alforjas en las serranías andinas:

Subiendo la cuesta arriba

con mi talega de tostao,

al ruido de las muelas

se me pajareó el ganao.

La fabricación artesanal de tejidos, mediante telares de cintura, ha sido una actividad muy importante en todo el mundo andino. En Huancabamba (Piura) era tradición que la muchacha soltera tuviera que confeccionarle un poncho a quien sería su esposo. El poncho era para toda la vida:

Mañana cuando me muera

me pondrán poncho y sombrero,

porque allá en el otro mundo

corre viento y aguacero.

Adán Vásquez Ramírez escribe un canto al poncho moro: “prenda pobre, no de rico, al que visten en el campo”, al que suplantaron los ponchos de muchos colores que no lo superaron: “son bonitos, no mejores”. También hay una copla que revela la irrupción de nuevas prendas, la pérdida de cultivos de algodón nativo y la progresiva desaparición de los telares de cintura, que exigen demasiado esfuerzo y habilidad:

Las muchachas de este tiempo

piden saco y camisón;

y cuando uno les pide alforja:

“¡Ay, cholito, no hay algodón!”

El padre Esteban Puig Tarrats recogió en su Diccionario folclórico piurano (1985) cincuenta y un términos vinculados con las piezas y accesorios del telar, dieciséis relacionados con las técnicas y diecinueve para nombrar los colores o tintes del hilo.

Son vocablos que varían de un lugar a otro. La tasila de Sechura corresponde al cungalpo de las tejedoras de Naranjito de la Cruz en Montero (Ayabaca), con la que se arma la trama. La llacala de Sechura corresponde, igualmente, a la caigua de Montero. El hilo que sirve para formar el cruce sobre la trama es el sillique y lo había registrado Enrique Brüning, a principios del siglo XX, como “voz de las tejedoras indígenas”, equivalente al término mochica “oño” que registra en Lambayeque, en oche “ñar”.  Bruning registró dos palabras en Olmos, comunes con el sechura: silluque y llagal, lo que ha hecho pensar que podían tratarse de dialectos o lenguas emparentadas. Es un léxico muy rico y preciso y hay variantes cuya extensión no hemos podido precisar todavía: juclaque, suelaque o suclaque (una caña o vara redonda que se emplea para levantar la iyagua o yagua). Reflejan posiblemente antiguas delimitaciones idiomáticas y la distinta historia lingüística de cada lugar.

En noviembre pasado, catorce artesanas tejedoras en telar de cintura participaron en un concurso organizado por la Asociación Peruana de Conservación Textil (Apecot), con el apoyo de aliados estratégicos como Dircetur-Piura, la Universidad de Piura (UDEP), la Asociación Cultural Tallapoma de Sol y Luna y la Asociación el Edén Sanqueño. Ganaron el concurso dos tejedoras de la comunidad de Cujaca en la provincia de Ayabaca: María Dercy Rivera Merino y Angélica María Abad Reyes.

Un lugar destacado tuvo la señora Melva Pazo Fiestas, de Sechura, la última tejedora de cintura del Bajo Piura. Todos estaban sorprendidos. “Nosotros somos de Chulliyachi, mis padres fueron pescadores, entonces el desastre del 83 nos saca: tres olas que fueron las que destruyeron Chulliyachi, salimos en ese desastre”, me comenta. Era la pequeña de su casa y su madre le enseñó el arte y le heredó sus llacalas: “Mi mamá se veía en la obligación de nuestro tiempo no malgastarlo -hablemos así- en la flojera; somos cinco hermanas mujeres y a todas nos decía: «hijas siéntense no anden en la calle, ayuden», porque era una ayuda”. Cuando una pareja se iba a casar tenían que tener la faja, sus talegas, la alforja “y su paño de cara decíamos nosotros, ahora se dice toalla”; y, por ello, pedían apoyo: “tal vez alguien quiera ayudarnos a tejer”, y les daban una gratificación. Tejer les abría un mundo propio con cierta independencia económica.

La pandemia ha afectado bastante a las tejedoras de Montero, dice la señora Elvira Vicente que no han podido vender sus productos y recién están tratando ahora de retomar el contacto con instituciones públicas y privadas para fabricar almohadas o bolsitas para vender panela orgánica en el extranjero. Para la señora Melva ha sido ocasión de recuperar una actividad que había abandonado, porque solo hacía fajas para su esposo y parientes, todos pescadores. Prefieren de algodón: aprieta mejor. Vende algunas cositas, si le encargan. En Montero más acostumbran hacer ponchos y pequeñas talegas, para el fiambre. Y la más bonita, que ha tejido la comadre Diocelinda, para Claudia.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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