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  • Discurso de Apertura 2018

 

Dr. Sergio Balarezo Saldaña


Rector de la Universidad de Piura
(2012-2018)


Discurso emitido en:
Piura, 21/04/2018
Lima, 18/04/2018

Apertura del Año Académico 2018

 
Excelentísimo Vice Gran Canciller de la Universidad, P. Emilio Arizmendi;

Ilustre Claustro de Profesores;

Estimados graduados y titulados;

Señores y señoras, buenas noches

 

Ad portas de la celebración de las Bodas de Oro de la Universidad… ¡qué cerca tenemos el tan esperado 2019! me dirijo a ustedes, estimados graduados y titulados, a sus familias y también a los profesores, todos los que han hecho posible la ceremonia de hoy. Mis felicitaciones a cada uno de ustedes por la meta alcanzada y a sus familiares que los ayudaron a llegar a ella, así como a sus profesores que supieron orientarlos para obtenerla.

 

Ustedes, graduados y titulados, constituyen una nueva promoción de profesionales que hemos intentado formar no solo con excelencia académica sino, sobre todo, con fundamentos sólidos en valores que hoy son tan necesarios en nuestra sociedad: honradez, laboriosidad, lealtad, espíritu de servicio… Ustedes, queridos egresados, se convierten en nuestra punta de lanza, en nuestros mejores embajadores, en el orgullo bueno que todo padre tiene cuando ve triunfar a sus hijos. Triunfo que no necesariamente se traduce en términos económicos (aunque también son deseables), sino que va mucho más allá de lo estrictamente material. Ustedes, queridos jóvenes profesionales, están llamados a servir a nuestra Región, al Perú y a la sociedad en general donde se encuentren.

 

Por ello, me animo a preguntarles: en estos años que han compartido con nosotros, ¿qué recuerdo se llevan?, ¿qué imagen guardarán de la Universidad? Seguramente, la de un campus espléndido, la de unas clases exigentes, la de unas amistades inigualables. Quizá, incluso, hayan encontrado aquí a la persona con la cual compartirán la vida entera… Pero, hoy quisiera que también reflexionemos juntos sobre dos temas que formulo como preguntas y que deberían haber conocido o percibido de cerca: ¿Qué significa ser universitario? ¿Qué significa ser universidad?

 

Hay algunas pinceladas de la historia que son pertinentes para responder estas preguntas. Obviamente, no me detendré en muchos matices, que seguramente serían necesarios en una clase sobre el origen de las universidades, sino que me referiré principalmente a algunos hitos importantes para responder las preguntas formuladas.

 

En concreto, me refiero a la aparición de las dos primeras universidades que surgieron en la Edad Media: la de Bologna en Italia y la de París, en Francia. Quizá, ustedes queridos egresados, y sus familias, desconozcan algunas características de estas antiquísimas instituciones.

 

La Universidad de Bologna, fundada en el año 1088, fue del todo singular. Surgió en una época en la que ya habían aparecido los gremios o corporaciones como grupos de gran influencia en la cultura y en la economía y que reunían a trabajadores dedicados a oficios concretos: zapateros, panaderos, fabricantes de vino, etc. Estos gremios eran comunidades con una fuerte identidad, fundada en la tradición y proyectada en la vida cotidiana. En estas circunstancias, en Bologna, situada al norte de Roma, se dieron todas las condiciones para que un nuevo “gremio” surgiera. Esta ciudad representó un punto crucial para el comercio y para las peregrinaciones desde el norte de Europa. La gran herencia del derecho romano y el posicionamiento de las ciudades después de la caída del Imperio de Occidente, así como la presencia de muchos estudiantes de derecho que pertenecían a familias pudientes, les permitieron crear una corporación para distinguirse y enfrentar, cuando fuese el caso, a la ciudad y a los profesores privados. Estos estudiantes fundaron el primer Estudio General (nombre que recibió inicialmente la Universidad) y, con ello, definieron una serie de derechos y privilegios para este nuevo gremio. Entre sus primeras reglas, todavía algunas se conservan parcialmente hoy, sobresalieron las siguientes: los estudiantes designaban al Rector, contrataban a los profesores por periodos cortos, siempre anuales, decidían los días laborables, las vacaciones, etc.… Estas atribuciones de los estudiantes de entonces son algo realmente impensable hoy en día, pero fue posible en esos siglos medievales que muchos definen como obscuros y sin libertad…

 

Este ejemplo cundió y, al poco tiempo, se replicó en París, a donde se trasladaron muchos excelentes profesores… Sin embargo, las cosas no sucedieron igual que en Bologna. Junto con los profesores, llegaron también alumnos con conductas algo extravagantes, que abusaron del poder que seguramente habían visto entre los otros estudiantes de Bologna. Esto llevó a la consolidación de otro gremio: el de los profesores quienes, entre enfrentamientos y luchas, decidieron llevar a cabo la primera huelga universitaria que duró nada más ni nada menos que casi tres años y que sólo pudo disolverse por la intervención de un exalumno sumamente poderoso: el Papa Gregorio IX. Es así como este Papa fundó en esa ciudad el segundo Studium Generale de la historia. Con ese acto, concedió a esta corporación de profesores un status académico, reforzado el año siguiente por el rey Luis IX, quien prometió autonomía respecto del poder político. Nos encontramos así con una institución cuya misión (la búsqueda de la verdad) se vería libre de presiones, de lobbies, de decisiones políticas que podían influir y corromper su tarea.

 

Pero, en ambos casos, aunque se podría tener la impresión de que alumnos y profesores, en cada uno en sus gremios, gozaban de una libertad ilimitada, nos encontramos precisamente con la fuerza de esa misma institución: tanto el gremio de alumnos como el de profesores se entendían como comunidades fuertemente ancladas en una tradición, en una obediencia a la autoridad, con un respeto grande por las fuentes del saber (la filosofía y la teología) y las principales obras clásicas, y con unas reglas que alumnos y profesores no dudaban en defender con todas sus fuerzas ya que eran las que les daban el poder de influir en la vida cultural y social del lugar donde trabajaban y vivían y el momento que atravesaban.

 

Como he apuntado, el primer nombre de la Universidad, tal y como ahora la conocemos, fue el de Studium Generale en donde studeo, studiare significa esfuerzo, perseverancia… Los gremios de estudiantes y profesores no eran ajenos al trabajo intelectual, realizado con pasión que ama la verdad, con honradez para buscarla y defenderla, con lealtad al Alma Mater para aceptar un estilo de vida académica que –bien vivido- otorga a la institución prestigio, autoridad (no necesariamente poder) y también presencia en la sociedad. El académico descubría su trabajo desde el comienzo, como una gema preciosa dentro de una comunidad de gran valor intelectual. Sin embargo, poco tiempo más tarde, el nuevo nombre –Universitas –  fue ganando terreno.

 

En este punto, resulta pertinente recordar las preguntas que nos habíamos hecho inicialmente: ¿Qué significa ser universitario? ¿Qué significa ser Universidad?

 

La palabra universidad viene de universo: entero, todo. Hoy diríamos “global”. La Universidad nació en la Edad Media como un deseo de globalización del saber, en un sentido profundo: como fuente y autora de los cambios sociales y culturales, como institución que busca y promueve la verdad desde todos los campos del saber, como un conjunto de personas que actúan al servicio de la sociedad y que representan una especie casi en extinción: la que apuesta por un trabajo “sin fines de lucro”.

 

Está claro que ser universitario significa pertenecer a una institución secular, de gran influencia, que supuso un quiebre en los moldes educativos de la época. Pero esta institución responde a un modelo –el de comunidad, gremio, corporación– que hoy en día ha vuelto con fuerza, en autores importantes como Charles Taylor y Alasdair MacIntyre también llamados comunitaristas. En efecto, el individualismo y el ansia de libertad absoluta, tan propios de nuestros tiempos, han revelado el déficit de su modelo antropológico. Hace falta recuperarlo, pues no somos individuos egoístas, autónomos e independientes. Somos seres sociales, necesitados de otros y con límites propios de nuestra naturaleza. También en el ámbito profesional. El académico, el universitario, no es ajeno a estas notas antropológicas. No es un súper sabio o un súper genio. Podría serlo y queremos que lo sea, siempre y cuando reconozca que sus conocimientos excepcionales y también sus logros en investigación son fruto de la riqueza de una comunidad que se fortalece cuando está unida y cuando nadie es un verso suelto.

 

Reflexionar sobre la identidad de la Universidad no es una labor de arqueología sino de biología. Estamos ante una institución viva, con once siglos de protagonismo, abierta a los cambios y con recursos suficientes –como lo demuestra la historia– para hacer frente a revoluciones, crisis económicas y culturales, guerras, dictaduras, ideologías de todo género y todo tipo de amenazas humanas.

 

Que la Universidad sea una institución viva significa no solo que vivifica la sociedad, sino que recibe de sus miembros y de su ideario la savia que le permite hacer suya –metabolizar– todas las preocupaciones del entorno e incidir en todas las realidades humanas para buscar el bienestar material e inmaterial que toda persona desea.

 

Y, el académico, el profesor universitario es un protagonista de este organismo vivo. No es un simple empleado ni un burócrata ni empresario, ni siquiera –cuando es el caso– un jefe. Un profesor universitario es el que vivifica la institución con su ejemplo, con su docencia, con su investigación, con su compromiso con el ideario y con un espíritu magnánimo que lo lleva a trabajar con sus colegas y alumnos en un ambiente de interdisciplinariedad.

 

Para que el profesor lleve a cabo esta misión, me permito analizar las características que debería tener un profesor universitario, quizá de un modo menos académico:

 

  • El profesor universitario es defensor de la libertad, entendida desde su más genuino significado: como ejercicio no arbitrario sino dirigido al bien común. Lo acabamos de ver: la Universidad nació como una institución que deseaba una sana autonomía, que la alejase de los poderes políticos que la amenazaban, pero que –como organismo vivo– no podía vivir sin el oxígeno del cuerpo universitario: del gremio de alumnos o de profesores.
  • El profesor se identifica con la misión de la Universidad: buscar la verdad para enriquecer el amplio campo del saber y para transmitirlo a sus colegas y alumnos.
  • El profesor es un formador global, pues forma a otros profesores, a los estudiantes, y a investigadores. El docente universitario no solo trasmite conocimientos sino, sobre todo, forma la dimensión ética que toda persona encarna.
  • El profesor es un revolucionario: no se conforma con lo aprendido y con lo estudiado, sino que siempre busca más y quiere elevar sus expectativas para innovar.
  • El profesor es un inconforme que quiere rebatir con su saber, con su ciencia y con su razón las ideologías que rebajan la dignidad de la persona.
  • El profesor es un héroe que defiende la verdad siempre, más aún cuando esta se ve amenazada; y, encarna –en vida propia– valores trascendentes, en momentos de turbulencia y corrupción.
  • El profesor es un soñador que sabe que solo se encuentra la felicidad cuando se busca para otros. Por eso, se involucra en proyectos de trascendencia social, para ayudar a los demás.
  • El profesor es un sabio que forma e irradia sabiduría a su alrededor, para no dejarse llevar por modas efímeras.
  • También es un romántico que reconoce el valor del pasado y, al mismo tiempo, es un ilustrado que apuesta por el progreso del saber y por el futuro.

 

Una universidad que cuenta con un claustro docente integrado por personas de este talante es la que mejor refleja la real dimensión de la institución universitaria y la que estará mejor preparada para afrontar los embates futuros de su existencia. Este es el claustro que queremos potenciar en la Universidad ahora que vamos a celebrar nuestros primeros 50 años de vida. Además, como sabemos, un claustro con las características descritas, de manera somera y quizá incompleta, es el que empezó esta casa de estudios con una audacia que quizá nunca logremos conocer pero que sí podemos agradecer.

 

Seguramente ahora, ustedes, flamantes Egresados de la Universidad de Piura, se estarán preguntando, ¿Y a nosotros, qué rol nos toca cumplir a partir de hoy?

 

Aunque cinco, seis o siete años parezcan mucho, no lo son. Pero debería ser un tiempo suficiente para que estas aulas reafirmen los valores que seguramente sus padres y profesores de colegio inculcaron en cada uno de ustedes. Muchas de las características que antes hemos mencionado para los docentes universitarios deben ser encarnadas por ustedes, aunque de manera un poco distinta y en un entorno diferente. Ustedes también están llamados a ser: exploradores y defensores de la verdad, solidarios cuando enseñan (con sus acciones y su ejemplo) y humildes cuando deban escuchar y aprender; sabios y siempre inconformes con lo que saben; fuertes y capaces de enfrentar las modas ideológicas con la razón; soñadores para darse cuenta de que la felicidad se encuentra en el bien común y no en el bien individual, y audaces para proyectarse al futuro. Ojalá que hayamos podido brindarles el testimonio de estos rasgos durante estos años universitarios de convivencia culta.

 

No ignoramos que el camino que tienen por delante quizá no sea fácil, e incluso quizá haya que rectificar muchas veces, pero confiamos en ustedes, en su calidad profesional y humana, igual que ustedes y sus padres nos confiaron su formación, aun cuando, probablemente, no siempre hayamos logrado nuestros objetivos y seguro que más de una vez se han percatado de que hay aspectos en los que aún debemos mejorar. No somos perfectos: lo sabemos; nadie lo es. Pero, también somos conscientes de que en la Universidad de Piura reciben algo más que un diploma –que un excelente diploma, por cierto– y que nos representarán del mejor modo en el amplio mundo profesional que tienen por delante encarnando una palabra: coherencia. El Perú necesita mujeres y hombres de una pieza.

 

El próximo 12 de junio daremos inicio a las celebraciones por las Bodas de Oro de la Universidad de Piura, conmemorando los 50 años desde la promulgación de la ley aprobada por el Parlamento de entonces, que autorizó el funcionamiento de nuestra casa de estudios. Podríamos pensar que con las Bodas de Oro se abre una nueva página en la historia de la Universidad. No es así, en realidad cada día la escribimos, porque en cada clase, en cada investigación, en cada tutoría, en cada lugar del campus que nuestros trabajadores cuidan con especial esmero, se escribe una nueva línea: son las pequeñas batallas que libramos al pedir puntualidad y atención en las aulas, orden, limpieza, respeto mutuo y otras muchas virtudes de quienes forman nuestra comunidad universitaria, las que complementan nuestra historia. Cada una de estas batallas libradas no son victorias nuestras –de los profesores, quiero decir– sino de todos: también de nuestro personal administrativo y de servicio, quienes nos regalan cada día un campus limpio, armónico y único, donde se puede desarrollar una adecuada actividad universitaria. Trabajar en esta universidad, sin fines de lucro y con un claro objetivo de servicio a la sociedad, en el puesto que sea, reclama vocación y como tal se extiende a todo momento, dentro y fuera de nuestras instalaciones. No hay tiempo para claudicar a nuestras responsabilidades, no debería haber momentos para el anonimato. Así de soñadores podemos parecer. Así de comprometidos hemos de actuar.

 

Para que este proyecto, llamado Universidad de Piura, siga el camino trazado por las primeras generaciones de profesores que iniciaron esta aventura, hemos de mirar el futuro con mucha esperanza. Fue el mensaje del papa Francisco en la inolvidable visita a nuestra tierra “ensantada”. Necesitamos adquirir un talante optimista, lleno de fe y con la virtud más cristiana: la caridad que lleva a la unidad. Repito: somos un organismo vivo y tenemos que vivificarlo diariamente, en todo momento. Recuperemos las grandes luces del origen de la institución universitaria, que ya en el Medioevo entendió tan bien el valor de una corporación con una identidad, una misión, unos valores, una personalidad y una autoridad que se vive como servicio.

 

Para ello, contamos con cada uno de ustedes, queridos egresados, para que continúen y aumenten el prestigio de su Alma Mater procurando siempre servir a la sociedad. La búsqueda de esta excelencia no es egoísta. Todo lo contrario: el prestigio, como decía el Fundador de esta Universidad, San Josemaría Escrivá, es el camino para poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas.

 

Queridos egresados, queridos profesores, queridísimas familias presentes en este acto: podría extenderme mucho más pero ya ha sido una noche intensa en mensajes, recuerdos y emociones. Felicito una vez más a nuestros graduados y titulados, así como a sus familiares, deseándoles éxitos en la nueva etapa que hoy comienzan. Y, les animo a no desvincularse y a estar siempre cerca, ahora como Alumni de la Universidad, más aún con ocasión de las distintas celebraciones que habrá en torno a las bodas de oro de nuestra casa de estudios. Recuerden, esta será siempre su casa: su Alma Mater. Y, las puertas permanecerán siempre abiertas para todos. Es nuestro deseo y queremos también que sea una realidad.

 

Declaro inaugurado el Año Académico 2018 de la Universidad de Piura

Muchas gracias.

 

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