Otorongo trabaja con ratón y llama la atención

Por , publicado el 28 de febrero de 2012

Estimado lector, ¿qué contenido le sugiere el título de este artículo?, ¿un felino y un roedor que al estar juntos causan asombro? o ¿un funcionario público que provoca admiración al utilizar el “mouse” de la computadora? Si eligió la primera opción, sería una situación peculiar porque la posibilidad de que ambos animales trabajen juntos solo aparece en fábulas o en cuentos de hadas. No obstante, si optó por la segunda, estaría ante un caso de metáfora lingüística al reemplazar los términos “otorongo” por “funcionario” y “ratón” por “instrumento de la  PC”.

Una metáfora, como lo señala el DRAE (2001), ‘es la aplicación de una palabra o de una expresión a un objeto o a un concepto, al cual no denota literalmente, con el fin de sugerir una comparación y facilitar su comprensión’. Si atendemos a este concepto, en efecto, la palabra “otorongo” no define tal cual a un congresista, solo parcializamos algunas de sus características como la torpeza, la impasibilidad y la lentitud. Lo mismo pasa con “ratón” cuya analogía con el aparato, que nos ayuda a mover el cursor de la pantalla del ordenador, viene por lo diminuto y no por otras de sus particularidades.

Ricoeur, en “La metáfora viva”, comparte la misma definición al acotar que en la  metáfora lingüística ‘se eliminan varios atributos que el término metaforizado evoca en nosotros en su uso normal’. En el título, al excluir atributos loables del “otorongo”, ridiculizamos la función del magistrado, pues entendemos en forma implícita que nunca labora, al enunciar explícitamente que al realizarlo con aquel dispositivo manual nos sorprende. Una interpretación válida en el Perú, donde es común designar “otorongo” a un funcionario de la República con una conducta poco ética.

Se deja de lado la real definición de “otorongo” (del quechua ‘uturunku’), que evoca a un gran felino de la selva americana conocido como jaguar, yaguar, yaguareté (del guaraní yaguá, fiera) o panthera onca (nombre científico), para incidir en su consistente contextura y patas cortas que lo hacen parecer lerdo al caminar.

Otra habitual metáfora convertida hoy en un refrán popular, que trasciende la esfera de la política hacia la artística y la deportiva, es: “Otorongo no come otorongo” (“Magistrado no ataca o difama a magistrado” o “Los malos funcionarios se encubren entre sí”). Uso metafórico que en el argot político data de la década del 40.

La metáfora lingüística extiende, entonces, el campo de aplicación de una forma léxica o palabra por alguna de sus características. Por citar otros ejemplos: “cola” refiere a “fila” por la apariencia alargada; “copa”, además del vaso con pie para beber, representa a la de los árboles o a la estatuilla como la “Copa América”, lo análogo es el diseño (tupido arriba y delgado en el soporte). La “pluma estilográfica” y “las hojas de papel” tienen semejanzas con realidades de la naturaleza; mientras que el “cuello de botella” cumple su analogía con el de la persona; así mismo, los “brazos de la mesa”, las “patas de los muebles”, los “dientes del peine”, la “cabeza de ajo”, etc.

En el ambiente periodístico peruano, las metáforas relacionadas con la palabra “otorongo” presentan matices peyorativos; sin embargo, brindarían nociones positivas si consideramos otras características del “otorongo” ya que es ágil, fuerte, independiente, buen nadador, cauto y paciente. Sabe escoger sus presas, no hace bulla al ejercer la cacería y puede permanecer horas en un árbol a la espera de un tapir, jabalí, capibara o pecarí. Cualidades que no en vano le dieron rango de deidad en el antiguo Perú, aún respetada y valorada por muchos pueblos amazónicos, basta mencionar la famosa leyenda iquiteña del “Yana puma” o “Pantera negra” con poderes hipnóticos.

La función de la metáfora lingüística es crear términos nuevos, lo cual conlleva cambios semánticos. Al respecto, Ullmann precisa que ‘las modificaciones semánticas son a menudo obra de una intención creadora’. En el caso de “otorongo” dicha intención desvía el significado por un error repetido; es decir, tanto se utiliza con sentido despectivo que invoca lo malo, lo ineficiente o lo corrupto cuando, en realidad, el “otorongo” no lo es. Quizá perezoso, dormilón e indiferente en cautiverio; pero líder, majestuoso y sagaz en su hábitat natural; y, a diferencia del gregario congresista, un felino solitario.

En definitiva, cuando lea o escuche “otorongo” no crea que solo ataña a lo negativo o a los malos funcionarios, según el contexto podría convertirse en halago; y por qué no, proponer el apelativo de “buenos otorongos” a los que sí son “leales magistrados”.

Carola Tueros

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