Más allá de las palabras  

Por , publicado el 9 de agosto de 2023

Toda comunicación aporta información no solo lingüística, sino también pragmática: lugar, tiempo, creencias, intenciones, roles de los participantes, entre otros, como se observa en esta situación comunicativa en la que «intervienen dos sujetos: A es un policía, B el conductor de un automóvil que se estaciona en una zona señalada como prohibida. A: Ahí no se puede estacionar; B: enciende el motor y se marcha» (Vera, A. y Blanco, M., Cuestiones de Pragmática en la enseñanza del español como 2/L, 2014, p.13). En ella, el sujeto B no emite ninguna respuesta lingüística, sino solamente una acción. Parece que, para que se dé la comunicación plena, se ha de contar con acciones que ni siquiera precisan de un soporte lingüístico expreso. Por lo tanto, las relaciones lingüístico-comunicativas no podemos concebirlas sin explicar cómo se desarrollan esos intercambios accionales, que es, precisamente, de lo que se encarga la pragmática. 

La pragmática «estudia los principios que regulan el uso del lenguaje en la comunicación, es decir; las condiciones que determinan tanto el empleo de un enunciado concreto por parte de un hablante concreto en una situación comunicativa concreta, como su interpretación por parte del destinatario» (Escandell, M., Introducción a la pragmática,1996, p.14). Este concepto nos permite la reflexión pragmática: ¿cómo sabemos que nos entienden?, ¿cuáles son las condiciones de la verdadera comprensión de un mensaje? Para Escandell (La comunicación, 2005), estas preguntas se pueden responder considerando tres conceptos clave: la acción, la interacción y la convención 

En primer lugar, todo acto de comunicación es siempre una acción que tiene su correlato lingüístico detrás. Para reconocer esta dimensión es importante preguntarnos qué hacemos cuando decimos algo. La respuesta debe considerar distintos requisitos: los participantes deben adquirir roles concretos, la situación debe crear hechos y obligaciones (lo que se puede o no hacer), o debe desencadenar secuencias de acciones previsibles (saber cómo empiezan las cosas, cómo se desarrollan y cómo terminan). Por ejemplo, en el acto de prometer, quien promete debe poder realizar la promesa, el cumplimiento de esta tiene que estar bajo su control y, además, debe adquirir públicamente ese compromiso, de manera que la persona a quien se le ha prometido tiene el derecho de exigir su cumplimiento.   

En segundo lugar, comunicarse es una forma de interacción. Por eso, es significativo saber con quién nos estamos comunicando, pues siempre lo hacemos con personas que tienen roles sociales. Por consiguiente, esta dimensión interaccional se mide con la distancia social, que establece si una relación es de familiaridad (eje horizontal) o jerarquía (eje vertical). Si es de familiaridad, nuestras relaciones serán simétricas (conocido-conocido/desconocido-desconocido); si es de jerarquía, simétricas (compañero-compañera) o asimétricas (jefe-subordinado). En definitiva, la distancia social determina la distancia lingüística que se establece entre los interlocutores a través del tratamiento al receptor (colega, usted, señor José, buenos días) o la elección del léxico (formal, informal), etc. 

Comunicarse es también una convención; es decir, los exponentes lingüísticos y no lingüísticos están ligados a convenciones. Así, el funcionamiento de cualquier regla o pauta requiere ser reconocida y aceptada como vigente por los miembros de una comunidad. Por ejemplo, para que la expresión «Yo te bautizo en el nombre… constituya un verdadero acto se necesitan ciertas condiciones: existencia de un sacerdote, emisión de una fórmula, cumplimiento de un ritual (derramar agua sobre la cabeza…)» (Gutiérrez, S. De pragmática y semántica, 2002, p. 98). Si no se dan estas condiciones, el acto no será socialmente reconocido en el ámbito de la cultura que lo ha generado; por eso, es importante saber cómo conceptualizamos las acciones, qué convenciones las regulan y con qué recursos lingüísticos se las asocia.  

En resumen, la producción y comprensión de un mensaje se vale de recursos lingüísticos, pero también de extralingüísticos. Además, los tres conceptos clave presentes en la dimensión pragmática del lenguaje permiten saber que comunicarse es siempre una acción y su consumación es posible si el hablante conoce el rol social de su interlocutor, si actúa de acuerdo a la relación de familiaridad o jerarquía que mantenga con este y si conoce las reglas que regulan ese acto comunicativo.  

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