Lengua y dialecto

Por , publicado el 5 de mayo de 2021

A propósito del ya tradicional Día del Idioma, celebrado el pasado 23 de abril, y del próximo Día de las Lenguas Originarias, que se celebra en Perú el 27 de mayo, vienen aquí unas notas acerca de dos conceptos relacionados entre sí: lengua y dialecto.

A grandes rasgos, se define la lengua como un sistema de signos verbales, lo que supone que está compuesta por unidades o elementos relacionados entre sí. Se trata de un sistema abstracto, alojado en el cerebro del hablante, que solo se hace concreto a través del acto de hablar. Y solo así es posible saber qué lengua es la que alguien emplea, puesto que no nacemos predeterminados para hablar la lengua de nuestros padres. Nuestra facultad humana de lenguaje puede realizarse en cualquiera de las más de 7000 lenguas habladas en el mundo. Asimismo, todas las lenguas del mundo son orales, pero no todas son escritas: la escritura es, pues, un producto cultural, un sistema secundario que requiere un aprendizaje formal (a través de la escuela), a diferencia de la lengua oral.

Atendiendo a la definición de Jesús Tusón (Introducción al lenguaje, 2003), se puede hablar de dialecto desde dos puntos de vista. El primero, desde la lingüística histórica, en que dialecto es la lengua que deriva de otra (su lengua madre). Así, el castellano (y las demás lenguas romances: francés, catalán, rumano, dálmata, sardo…) son dialectos del latín, que les dio origen. El segundo define dialecto como «variedad geográfica dentro de una misma lengua».

De este modo, una lengua no es una realidad homogénea ni uniforme, sino que presenta variedades; entre ellas, las diatópicas o dialectos, que indican las diversas formas en que una misma lengua se realiza según la zona geográfica del hablante. Por ejemplo, el castellano (o español) es una lengua hablada en 21 países con estatus de lengua oficial, pero entre hispanohablantes podemos más o menos distinguir sus particularidades, sea por el “dejo” o acento, sea por el uso de ciertas palabras (guagua, pibe, chaval, chavo, chibolo, churre…) o por algunos rasgos gramaticales (el uso de los pronombres vos o vosotros). Es más, dentro de una misma zona existen también variedades diatópicas, como en el caso de Perú, en el que distinguimos el español costeño del andino o del amazónico; y dentro de estas, también hay variedades: el español de Piura (costa norte) es diferente en cierta medida del español de Lima o Ica, que también son zonas costeras.

El diccionario académico aporta otra acepción: ‘Variedad de un idioma que no alcanza la categoría social de lengua’ (DLE, 2014). Nótese que en esta se apunta a una “categoría social” y no lingüística, puesto que no se trata de si ese sistema de comunicación verbal cumple o no con lo que deben hacer las lenguas, sino con las funciones sociales que esta desempeña y el prestigio social que se le atribuya, lo que condiciona que se le llame, casi despectivamente, dialecto.

Y en Perú sucede que muchos creen que el castellano sí es una lengua, pero que el awajún, el bora, el resígaro, el harakbut, el quechua, el aimara y el resto de las 48 lenguas originarias (porque se hablaban en este territorio desde antes de la llegada del castellano) no son lenguas, sino dialectos. Y así se refieren a ellas: «Los dialectos de la selva», en lugar de las lenguas de la selva; «El quechua es un dialecto», cuando lo cierto es que todas estas son lenguas igual que el castellano: son sistemas de signos por medio de los cuales los hablantes nominan la realidad, se comunican entre sí, transmiten conocimientos o expresan su subjetividad. La diferencia, sin embargo, es que no gozan del mismo prestigio social que sí tiene el castellano, lo que motiva el uso de dialecto como marca de esa infravaloración (totalmente injustificada) que, como es evidente, se extiende también a sus hablantes.

Pero no solo las lenguas originarias pueden ser miradas con deprecio y ser consideradas injustificadamente dialectos, sino que también algunas variedades dialectales del castellano hablado en el Perú, como el castellano andino y el amazónico, son objeto muchas veces de burla o de rechazo por aquellos que hablan otra variedad que, en el caso peruano, coincide con el castellano costeño y preferentemente limeño, que se configura como el modelo ideal, producto no de que sea una variedad lingüísticamente superior, sino –otra vez– socialmente más prestigiosa.

El pretender que existen lenguas o variedades dialectales superiores a otras, en realidad, no tiene sustento lingüístico, pues esa categorización se basa en la percepción de los fenómenos lingüísticos que los hablantes consideran mejores, más musicales o más elegantes, por ejemplo; todas ellas calificaciones subjetivas y variables. En Perú dicen, por poner un caso, que los piuranos cantan al hablar (el dejo o acento), pero lo cierto es que todos los hablantes cantan, aunque no igual; y el hablante se vuelve más consciente de ello cuando lo contrasta con un canto (acento) que reconoce diferente y que valorará –subjetivamente– mejor o peor que el suyo.

Dentro de estas variedades de las lenguas (y no solo dialectales), se halla la variedad denominada estándar, que no es la que naturalmente usan los hablantes, sino aquella adquirida a través de la enseñanza escolar, en que se promueve un modelo de corrección idiomática y buen hablar centrado sobre todo en el uso escrito, formal y más prestigioso dentro de una comunidad, y que puede ser más o menos cercana a la variedad dialectal de un hablante. Es esta variedad estándar la que suele emplearse en el ámbito académico, científico o literario. Para el caso del español, en la actualidad cada país hispanohablante presenta su propia variedad estándar, que no difiere mucho de las otras, lo que favorece la unidad del idioma y la intercomprensión entre los hablantes de español, al menos en el nivel escrito y formal.

Para concluir: todos los seres humanos, en cuanto poseemos la facultad del lenguaje, hablamos en una lengua determinada; pero no hablamos la lengua (una entidad abstracta y social), sino una variedad dialectal de esta que corresponde con la zona geográfica del hablante. Así, se podría decir de un piurano que habla español, pero, en concreto, una variedad dialectal del español peruano y, dentro de esta, la variedad dialectal del español de la costa norte, que en particular corresponde al español de Piura. En este texto, sin embargo –que tiene un nivel formal y un tono académico– este dialecto se esconde tras el modelo del español estándar.

 

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