¿Eufe… qué?

Por , publicado el 1 de marzo de 2012

Contaba un amigo, hace poco, que ahora se debe tener cuidado con lo que se dice, para evitar herir susceptibilidades. Y es que hay muchas palabras que “suenan mal” o son demasiado “fuertes” para quien las dice o las escucha. Y ponía como ejemplo, este amigo, que decían por ahí que ya no se podría decir “He tenido un día negro”, sino “He tenido un día afroamericano”. Obviamente, se trata de un extremo y de buscar el efecto humorístico. Pero, lo cierto es que muchas palabras que antes no “sonaban mal” ahora, con la moda de lo “políticamente correcto”, empiezan a sonar así y la gente trata –conscientemente o por imitación– de evitar usarlas. Pero, por supuesto, hay que nombrarlas de algún modo, porque esas realidades siguen estando allí, siguen existiendo.

Y es que nuestra susceptibilidad, y la ajena, puede llevarnos a modificar nuestra expresión, para evitar mencionar alguna realidad que nos produce algún tipo desazón, pudor, temor, asco, etc. Esa realidad indeseada se denomina, lingüísticamente, tabú. El tabú, que en principio, se limitaba al ámbito religioso, abarca actualmente cualquier esfera de la realidad que, para una persona o una comunidad resulte ofensivo, grosero, violento, malsonante, etc.

Así, en la búsqueda de palabras que escondan o maquillen los tabús, los hablantes recurren a diversas estrategias. Por ejemplo, el circunloquio, es decir, un enunciado explicativo, un rodeo para expresar un concepto que bien podría designarse con una sola palabra. Ahora, por ejemplo, a los ancianos se les llama “personas de la tercera edad”, como si ser viejo, resultara ofensivo; “interrupción del embarazo”, por aborto. De lo que se trata es de no decir la palabra que genera escozor.

Asimismo, el morir, un hecho que genera temor, también se convierte en tabú, lo que genera expresiones del tipo: fulanito de tal “pasó a mejor vida”, “se ha ido”, “ha desaparecido”, “nos ha dejado”, “ha partido”… Y para mencionar al fulanito no se dice el muerto, sino “el occiso”, “el difunto”, “el finado”, lo que resulta, en cierta medida, menos directo o crudo.

Otros temas tabú se refieren a realidades fisiológicas o partes del cuerpo que el hablante evita nombrar y sustituye con otros recursos. Uno de ellos es emplear una palabra culta: “miccionar”, en lugar orinar; “regurgitar”, en vez de vomitar; “flatulencia”, por gas. Otro recurso es el empleo de una voz extranjera: “derriere”, en lugar de nalgas.

Todas estas palabras que el hablante emplea como velo del tabú se denominan eufemismos. Sin embargo, los eufemismos pueden perder su utilidad cuando la palabra usada como tal ya no cumple con su función. Así, el eufemismo se convierte en tabú y es necesario buscar un nuevo eufemismo. Es lo que pasó, por ejemplo, con la palabra “pobres” que sirve para designar a países como el nuestro: se les llamaba “subdesarrollados”, pero no resultaba lo suficiente oscuro, entonces se optó por “países del tercer mundo”, luego por “en vías de desarrollo” y, últimamente, se habla de países “económicamente débiles”.

En fin, los eufemismos sirven para ocultar, para disimular, para encubrir, pero no para desaparecer la realidad designada, así que, aunque no queramos nombrarla, sigue ahí. Queda en manos del hablante decidir cuándo es preferible usar un eufemismo, en vez del tabú.

Shirley  Y. Cortez González

Un comentario

  • Pablo Cabrera dice:

    Excelente este comentario. Sobre todo su conclusión, que expresa una realidad indiscutible: por mucho que digamos, por ejemplo, “países subdesarrollados”, “en vías de desarrollo” o cualquier otro eufemismo, la gente sigue muriéndose de hambre en ellos del mismo modo o incluso peor. Gracias.

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