El bien de la palabra en el trato con los demás

Por , publicado el 9 de octubre de 2012

Hace unos días tomé un taxi y al subir saludé al chofer, pero no tuve respuesta alguna a pesar de decir dos veces ¡Buenos días!; una amiga me comentó que en su trabajo ciertos compañeros suelen hacer bromas de doble sentido, situación que resulta molesta para los demás que los escuchan; otra persona me describió con asombro la cara de enfado que puso una chica cuando a esta le dijeron “señora”. Sin embargo, no todo es negativo, también nos hallamos en situaciones en las que un familiar o un amigo nos recomienda un lugar donde podemos estar a gusto porque la gente ahí es amable y servicial o en las que aún las personas saben ser agradecidas o piden un favor con cortesía.

En todas estas historias de la vida real nos convertimos continuamente en personajes protagonistas o testigos y en ellas no solo cuentan los actos de las personas que interactúan, sino que también son relevantes la palabra, la cultura, la educación y una serie de conocimientos compartidos entre los interlocutores, así como las diversas circunstancias espacio-temporales en las que hablantes y oyentes se encuentran. De ahí que en aras de seguir cuidando los pequeños detalles en la convivencia familiar y social, que a veces olvidamos, queremos centrarnos ―en esta ocasión― en el valor de una parte de la cortesía en general, que se suele llamar “cortesía verbal o lingüística”, muy necesaria en el trato con los demás.

En el Diccionario de la lengua española (DRAE, 2001), la cortesía se define como la ‘demostración o acto con que se manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona’. Casi siempre utilizamos el término “cortesía” para referirnos al sistema de modales, buenas maneras o comportamientos socializadores en el ámbito de las prácticas de una comunidad (Fraser, 1990); esto es, un “conjunto de normas sociales establecidas por cada sociedad, que regulan el comportamiento adecuado de sus miembros, prohibiendo algunas formas de conducta y favoreciendo otras” (Escandell Vidal, 1996). Dentro de este conjunto de normas hay un subgrupo de aquellas que se conciben como “estrategias que determinan la elección de determinadas formas lingüísticas para elaborar los enunciados de quienes protagonizan una interacción” (Calsamiglia y Tusón, 2007). Este conjunto de estrategias de carácter lingüístico configuran la “cortesía verbal”.

Aunque pareciera que el adjetivo “verbal” limita el alcance de este tipo de cortesía, su realización no solo implica lo estrictamente lingüístico sino que está ligada también a los contextos de uso, a la identidad individual y social de los interlocutores, a sus intenciones, a su conocimiento del mundo, e incluso, a aspectos no verbales (quinésicos, proxémicos, etc). Por ello, la “cortesía verbal” se ha de entender como un principio pragmático básico que regula las interacciones verbales (Grande Alija, 2005), facilita las relaciones sociales en los ejes de poder/solidaridad, de distancia/proximidad, de afecto, de conocimiento mutuo, y canaliza y compensa la agresividad entre los hablantes (Calsamiglia y Tusón, 2007).

Según Gutiérrez Ordóñez (2000), los actos de habla descorteses ponen en peligro la relación social entre los interlocutores del discurso, rompen el vínculo comunicativo y deterioran nuestra “imagen social” ante los demás. Para evitar que esto suceda, hemos de poner en práctica las fórmulas y los procedimientos de cortesía de los que dispone nuestra lengua: uso de los verbos modales como poder, deber, saber, querer, en “Puedes alcanzarme el teléfono”; de los adverbios de modalidad, entre los que destacan los indicadores y reforzadores de la actitud del hablante: seguramente, probablemente, tal vez, posiblemente, quizá(s), acaso, como en “Tal vez te lo dijo en broma. No te preocupes”; de las fórmulas de cortesía: por favor, si fueras tan amable…: “Serías tan amable de apagar la radio”; el empleo de expresiones que llevan al interlocutor a actuar con mayor libertad, como “Te aconsejo que estudies desde ahora. Así podrás rendir bien tus exámenes”, “Conviene que no te hagas tarde”; la realización de actos de habla expresivos como los de saludar, agradecer, felicitar, dar el pésame, hacer cumplidos, disculpar o disculparse, prometer, invitar, etc., que evitan el insulto, la burla, la ironía, el sarcasmo, el reproche. De esta forma, nuestra cortesía verbal favorecerá la buena educación y el respeto a los demás.

Susana Terrones Juárez

Un comentario

  • Carlos Felipe Hernández Villarreal dice:

    El conjunto de actitudes y acciones descritos de manera por demás inteligible, conforman la « Educación », característica individual que con frecuencia se suele confundir con « Instrucción ».
    Coloquialmente, se dice que « La educación se mama », en alusión a que es adquirida en el seno familiar. Por otra parte, la instrucción se aprende en las aulas académicas; por tanto, no existe sinonimia entrambos conceptos.
    En otro orden de ideas, el tema me retrotrajo a un proverbio judío que reza:
    « La suave palabra aplaca la ira ».
    Saludos.
    Ω

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