Centenario de Ricardo Palma (1833-1919)

Por , publicado el 9 de octubre de 2019

Las circunstancias no han permitido celebrar con la atención que se merece el centenario del más grande escritor que ha tenido el Perú. Cuando en 1933 se celebró el centenario de su nacimiento, tampoco se pudo dado que sus hijos Angélica y Clemente estaban exiliados fuera del país por oponerse al gobierno del presidente Benavides. La misma fecha de la muerte de Palma estuvo envuelta en el silencio ya que los periódicos suspendieron su edición en protesta por las presiones del presidente Leguía. Pese a todo, sus honras fúnebres recibieron el rango de ministro de Estado, con la presencia del alcalde de Lima, ministros y representantes diplomáticos, aunque con la ausencia de Leguía, que había enemistado a la familia al destituir a Palma como director de la Biblioteca Nacional.
En 1933 Jorge Guillermo Leguía, en una concurrida conferencia, denunciaba que las disensiones políticas no habían reconocido ni habían sabido celebrar los méritos de Ricardo Palma, quien por cierto conocía muy bien sus artimañas. Podríamos decir lo mismo hoy. Igual que entonces, se publicarán libros y se pronunciarán conferencias, pero se sigue acallando los méritos de un escritor que en realidad sigue siendo tremendamente popular y se vende hasta en comics. Todos los libros escolares reproducen algún texto de Palma, como ese famosísimo “El alacrán de fray Gómez” o “Los mosquitos de santa Rosa”, “Los caballeros de la capa”, o “Don Dimas de la Tijereta”. El escritor más imitado que han tenido las letras latinoamericanas, el único que inventó un género de textos, las famosas Tradiciones Peruanas, las mismas que lo convirtieron, como decía Estuardo Núñez, en un escritor continental.
Debemos celebrar al fundador de las letras peruanas por su extensa y original obra (casi 500 relatos), por su actividad periodística, su participación política, su dedicación a la crítica literaria, su patriotismo en momentos críticos del país, también por la fundación de la Academia Peruana de la Lengua y por sus papeletas lexicográficas. En realidad, Palma abarca casi un siglo de nuestra vida republicana y participa en todo con la sola fuerza de su pluma. De talante anticlerical, como lo imponía su pensamiento liberal, y furibundo enemigo de los jesuitas, demostraba en sus páginas una profunda religiosidad. También furioso enemigo del estamento aristocrático, sin caer en el fanatismo incendiario de González Prada, porque por encima de todo está en bien común, defenderá siempre la dignidad de la persona y la dignidad y responsabilidad del voto ciudadano. Enemigo político del presidente Ramón Castilla, le rinde admiración como prócer de la independencia y le reconocerá siempre su valentía, su firmeza y su patriotismo en defensa de los intereses del país frente a los negociados extranjeros.
Algunos, como Aurelio Miró Quesada, cifran en el Inca Garcilaso el nacimiento de la literatura peruana. Otros muchos, como Alberto Escobar, reconocen en Ricardo Palma la verdadera gestación de una auténtica literatura nacional. Ambos destacan por haber creado, en dos momentos cruciales, una conciencia histórica nacional. Palma lo hace, como señaló enseguida Raúl Porras Barrenechea, fusionando la leyenda romántica con el artículo de costumbres para crear ficciones con las que reconocemos lo más genuino y lo más universal del mundo criollo peruano. Oviedo lo calificaba festivamente como “historiador indisciplinado”. El carácter juguetón, burlón, hasta incluso grosero en algunas ocasiones, no es un defecto de su discutible rigor histórico. Es un indicio de su formidable sentido literario, capaz de reinventar en sus páginas una Lima que anuncia el boom literario que sobrevino décadas después, pero que desde el siglo XIX ya forma parte de la imaginación de la humanidad.

Carlos Arrizabalaga

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