A propósito de Chespirito

Por , publicado el 12 de marzo de 2012

En los últimos días hemos sido testigos de los homenajes que está recibiendo Roberto Gómez Bolaños, uno de los actores mejicanos más queridos de los últimos tiempos. ¿Quién no recuerda las ocurrencias del Chavo del Ocho y de los personajes de tan peculiar vecindad o de la “agilidad” física y mental del Chapulín Colorado?  Pero no es de ellos de quienes me ocuparé hoy, sino de uno de los recursos que solemos utilizar como sustituto de nuestros nombres, me estoy refiriendo a los apodos, chapas, motes o sobrenombres con los que algunas veces logramos quedar en el corazón de nuestros familiares y amigos.

Como sabemos, el nombre no es el único medio que utilizamos los miembros de una sociedad para manifestar nuestra singularidad. Recurrimos también a otras formas como la firma, el sello, el ornamento, el blasón, los hipocorísticos, los seudónimos, los apodos (llamados también motes), sobrenombres y alias.

La tradición de los apodos se remonta hasta las primeras épocas de consolidación de nuestra lengua: Reyes Católicos, Manco de Lepanto, entre otros; y se mantiene hasta el día de hoy en unos cuantos famosos: Pelusa, Pelé, Reina del Pueblo, Papa Viajero, Papa Amigo.

El apodo, ‘nombre que suele darse a una persona, tomado de sus defectos corporales o de alguna otra circunstancia’ (DRAE, 2001), es uno de los recursos más expresivos con los que cuentan los hablantes para muchas veces suplir el “vacío” de un nombre propio, pues la mayoría de las veces obedece, en principio, a un proceso de diferenciación ante el que es insuficiente el mero nombre de pila.

Los teóricos señalan que el apodo es una clara muestra de individualidad o identificación personal en una comunidad, un signo distintivo más preciso que el nombre de pila y el apellido, pues el primero suele estar compartido por otros individuos, y el segundo por los miembros de la familia. Al parecer, el apodo, en el momento de su creación, obedece a algún tipo de motivación que depende del individuo, que es sugerida por él a los demás; es decir, tiene relación con algún aspecto de la persona a la que desde entonces –si se consolida– se designará; dicho aspecto puede ser relativo al físico: Plátano Mosqueado por ser muy pecoso, Cuarto de Pollo por ser muy flaquito, Álgebra porque ha tenido muchas operaciones, Cable Peligroso porque está ‘pelado’, calvo; relativo a alguna particularidad moral: Aloe Vera por corrupto y porque cuanto más lo investigan más ‘propiedades’ le encuentran; a algunas actitudes: Balde de Plástico porque se ‘raja’, se acobarda cuando uno más lo necesita, Barco Nuevo porque no le gusta bañarse, Bujía de Madera porque no tiene chispa para nada, Diario Mojado porque no se le entiende absolutamente nada de lo que dice, Gorro de Lana porque ‘a todos calienta la cabeza’, habla y habla y no hace nada en serio, Puente Roto porque no lo pasa nadie, Lámpara de Aladino porque tiene un genio terrible, Pañal de Muñeca porque nunca se ensucia, es muy cuidadoso al comer o al hacer algo, Terapia Intensiva porque no lo pueden ver ni los parientes, Delfín de Acuario porque cuando trabaja hace tonterías, cuando no, nada.

Asimismo,  los apodos pueden ser asignados por la relación con un personaje famoso: Condorito llamado así por presentar una nariz prominente igual que el personaje de la tira cómica, Gasparín por ser frentón y medio calvo como el personaje, Abeja Maya porque es chiquita, gordita y medio ‘rayada’, Chespirito por la genialidad de Roberto Gómez Bolaños, comparada con la del propio Shakespeare. También pueden darse por su lugar de procedencia: Selvática, Brasileña, Españolito; e incluso por su pertenencia a un determinado grupo: Aliancista, Universitario.

De entre los recursos lingüísticos más utilizados, podemos mencionar los sufijos: Piernona, Panzón; los vulgarismos: Arrimao, Choche, Grone; los extranjerismos: Brother; el doble sentido: Gallina por cobarde y Mono por feo; la composición: Pecado Mortal, Pichón de Pato, Bolita de Humo, Chicolargo, Jinete de Cuy; las voces onomatopéyicas: Tristrás, Tiqui-tiqui-tín; entre otros.

Muchos de estos apodos no nacieron en el seno de la familia, sino en la psicología popular y son reflejo de un ambiente social o de una época; la gran mayoría surgieron en el anonimato y se divulgaron fácilmente. Cabe señalar además, que la acción de apodar suele producirse a espaldas del designado, y que no siempre se aplica con la intención de degradar a la persona mencionada. Así, por ejemplo, es muy frecuente en la escuela y en la universidad que los alumnos designen con apodos a sus profesores, sin intenciones negativas o despreciativas, aunque a veces, con una gran intención caricaturesca; por eso, estimado lector, ‘oído a la música’, como decía el Veco, e intente averiguar con qué apodo, chapa, mote o sobrenombre se le conoce entre sus amigos y conocidos, puede que se lleve grandes sorpresas.

Eliana Gonzales Cruz

Un comentario

  • Ana Castellanos dice:

    Hola, soy mexicana, pero vivo en el extranjero. Solo para decirte que los mexicanos, si no vemos la x en la palabra, no es un verdadero mexicano. La letra x la pronunciamos de 3 formas diferentes: como j: mexicanos; como s, xochimilco, palabra de origen nahuatl, o como cc, taxi.
    Me encanta tu blog.

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