Vamos a enseñar los dientes

Por , publicado el 19 de enero de 2012

¿A quién no le ha dolido un diente o una muela, hasta rezar para que se le pase? La ayuda idónea en este caso parece ser la de santa Apolonia, mártir cristiana del siglo III, patrona de los odontólogos y abogada de quienes padecen de las muelas, cuya fiesta se celebra el 9 de febrero. El emperador Decio, al no poder conseguir que Apolonia renunciase a su fe, la condenó al horrible tormento de arrancarle todos los dientes. Al igual que al odontólogo, le diríamos a santa Apolonia que alivie nuestro dolor de muela o de diente, según cuál sea. Pero no hay que olvidar que aunque usamos, a veces, indistintamente una u otra palabra, estos términos no son sinónimos: según la Academia, es más apropiado llamar “dientes” a los que quedan descubiertos en parte, para servir como órgano de masticación (o de defensa), y “muelas” a cada uno de los dientes posteriores a los caninos, que sirven para moler o triturar los alimentos.

La palabra “diente” viene del latín dens/dentis, vocablo que desde antiguo no solo designa las piezas de masticación, sino a todo elemento saliente punzante, cortante o que desgarre (dientes de sierra, puntas de engranaje, etc.). Su forma griega es odous/ondontos, de donde procede “odontólogo” con sus derivados. Se usan en español términos como dentista, dentífrico, dentón, dentado, dentadura, dental, bidente (no confundir con “vidente”) o tridente, etc.

Hay gente a la que llaman “dientes de conejo” (no se libró de ello en el colegio, ni siquiera un futuro premio Nobel) por tener los incisivos centrales superiores más grandes que los demás dientes. Hay cuatro incisivos en la parte inferior de la dentadura y cuatro en la superior. También hay gente que por sus «caninos», popularmente “colmillos”, largos y afilados puede recordar a Drácula (contra los vampiros, por cierto, nada mejor que un “diente de ajo”). Para los que tienen problemas con dientes menos expuestos no hay sobrenombres porque están detrás, son los «premolares». Hay dos grupos (primero y segundo), o un total de cuatro premolares, en cada maxilar. Y por último los «molares» (primero, segundo y tercero,) que muelen: un adulto tiene en total 12 molares, a los que sí se puede aplicar propiamente el nombre de “muelas”.

Los terceros molares se denominan “muelas del juicio” porque se desarrollan cuando una persona se está volviendo adulta y (supuestamente) tiene más sentido común. En cambio, en nuestra feliz época de menor uso de razón, disponemos de los famosos “dientes de leche”. Es difícil saber por qué se les llama así a los dientes caducos o primarios: algunos dicen que por el calcio, otros que por la lactancia, otros que por el color blanco tan marcado en estos dientes, pero lo cierto es que no hay una razón científica.

Los dientes sirven sobre todo para masticar, y no pocas veces constatamos con tristeza, aun las personas de “buen diente”, que “Dios le da pan al que no tiene dientes”; evocamos también su primaria función defensiva cuando decimos “con uñas y dientes” o “armado hasta los dientes”. Prefiero fijarme, para terminar, en otras expresiones: quien actúa de mala gana (o sea, “a regañadientes”) normalmente se queja “entre dientes”, aunque si prefiere mostrar su buen humor, “pelará los dientes” y tal vez hable “de dientes afuera”. Es decir, también se ha relacionado la dentadura con el noble uso de la palabra. Ya desde muy antiguo los mismos dioses homéricos dejaban salir sus discursos entre “el vallar de sus dientes”.

Karent Urízar González

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