Rubén Darío

Por , publicado el 4 de septiembre de 2013

Literatura1

Hay mucho de lo que olvidarse antes de volver a las páginas de Rubén Darío (1867-1916). En primer lugar, olvidar una tradición poética contemporánea que, aunque ya no usa sus mismos recursos de ritmo, imagen y vocabulario, debe a Darío la inquietud renovadora que llevó a la poesía castellana. Olvidar también prejuicios sobre su mundo ornamental de princesas, de jardines y palacios, para atender a las ideas que este oculta: la belleza como clave o salvación de la existencia, por ejemplo, en sus Prosas profanas; y en su otro gran libro de poemas, Cantos de vida y esperanza, la apasionada reflexión sobre el sentido de la existencia y el destino de la comunidad hispanoamericana. Hay que olvidar, también, didactismos y poéticas y disfrutar de la bella, bella sin más, música de sus versos. Incluso conviene, si se quiere profundizar algo más en la obra del primer gran escritor de Nicaragua, olvidar sus mismos versos y acudir a su menos conocida faceta de prosista, brillantemente iniciada con Azul… y de entre la que destacaría también algunos posteriores relatos terroríficos (“Larva”, “Thanatopia”, “Huitzilopoxtli”…). Muchas veces la fama del escritor, incluso la merecida, puede levantar una muralla entre él y los lectores, recelosos ante un nombre con demasiado sabor a manual de literatura. Pero en casos como el de Rubén Darío, no debe existir temor alguno para derribar esa muralla: está garantizado que detrás de ella se encuentra un tesoro.

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