Rosaura a las diez, de Marco Denevi

Por , publicado el 26 de enero de 2016

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Los inquilinos de la casa de huéspedes “La Madrileña” descubren con sorpresa los apasionados amores del tímido pintor Camilo Canegato con Rosaura, una muchacha de familia acomodada. La oposición de esta al noviazgo obliga a la joven a refugiarse en la pensión y casarse semiclandestinamente con Camilo. La primera noticia de la luna de miel llega esa misma noche: el asesinato de Rosaura.

De cómo una historia que parece folletín romántico se va tornando en una trama de misterio y crimen, los primeros en darse cuenta son algunos de sus personajes. Y eso que se les escapa, porque no son lectores, algunos rasgos peculiares, como que la novela Rosaura a las diez (1955), del escritor argentino Marco Denevi, se trata de una narración policial sin detective, o que delega tal función en el lector. La acumulación de testimonios, por parte de un inspector que apenas interviene, conduce a la solución al igual que sostiene la intriga por medio de las contradicciones: cada declaración despeja incógnitas de la anterior, pero plantea a su vez nuevos enigmas.

De esta manera, cada capítulo de los cinco que componen la novela cambia de perspectiva. Cada una ofrece una interpretación de los acontecimientos desde su propia personalidad. Introduce el caso la cáustica y locuaz señora Milagros, propietaria de “La Madrileña”, tan dominante como maternal, en cuyo relato el observador “coro” sus tres hijas deja caer los primeros elementos de intriga. Hablan –o escriben– a  continuación los principales implicados del caso, además de la señorita Eufrasia, que a falta de sagacidad criminológica es una típica chismosa, y el pedante y envidioso estudiante Réguel. Perspectivas distintas, conciencias y autoconciencias distintas. También distintas voces y formas de discurso: de la declaración trufada de españolismos de doña Milagros a la de Réguel y su jerga seudocientífica; del diálogo directo a la transcripción en tercera persona, del informe forense la carta escrita en el lunfardo de los arrabales porteños.

De aquí no solo podemos extraer una lección de esa maestría, que esperamos de todo escritor policiaco, para contar una historia desde el punto de vista de la ignorancia o la sospecha. También se deriva un reflejo de la condición multifacética de la realidad: nadie es lo que parece, o solo lo que parece. O nadie es solo lo que es, sino también lo que quiere o finge ser, unas pocas veces por el mismo poder de la fabulación pero más aún por mantener ante el crédulo entorno la validez de la ficción (o la mentira). Riqueza humana que hace de Rosaura a las diez un libro digno de relecturas una vez resuelto el necesario enigma de partida: ¿quién mató a Rosaura, y por qué?

Manuel Prendes
Universidad de Piura

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