Jesús Montiel, Alberto Olmos: dos escritores ante la paternidad 

Por , publicado el 5 de febrero de 2024

De que la autoficción es un sello de identidad de la literatura universal en el cuarto de siglo que llevamos, cualquiera se da cuenta a poco que esté al día. Nunca había tenido más sentido la pregunta que a todo escritor, incluso al amateur, le hacía el lector −con frecuencia también amateur−: “¿Pero esto te ha pasado a ti?”. 

Que, además, así como en la última década, haya florecido el tema de la paternidad, es un fenómeno que sin duda ha llamado la atención de muchos. Podemos imaginar muchas razones, desde las expansiones de la “nueva masculinidad” hasta que el varón leído promedio actualmente prefiera procrear no durante la eufórica juventud, sino en las meditativas estaciones del otoño y el invierno capilar… Sea por lo que sea, excelentes piezas literarias están viendo la luz para iluminar a su vez los retos y aprendizajes que entraña ser padre. Ofrezco aquí mi recomendación de dos autores españoles del “rubro”, avalados por su destreza en otros ámbitos: Alberto Olmos es, amén de novelista, excelente articulista y crítico; Jesús Montiel, un reconocido poeta. Y a ambos se les nota el oficio a la hora de convertir en literatura sus avatares de familia. 

Olmos inicia Irene y el aire (2020) como la memoria de un embarazo al que el narrador, como padre, asiste desde una perpleja cercanía. Mientras espera que lo necesiten para ayudar en algo, observa, ironiza y reflexiona sobre las reacciones de un mundo vuelto del revés ante la paulatina llegada de su pequeña. Lo hace con el mismo rigor y causticidad con que se dedica a revisar cada uno de los planes e ideas (a menudo lugares comunes) que había conservado hasta el momento: su viejo menosprecio de la paternidad cede al descubrir una inesperada trascendencia, lo que no es poco para la consabida vanidad del escritor: “Un hijo es todo lo que uno puede dejar. Incluso una novela muy celebrada es poca cosa comparada con una vida nueva dada al mundo, y yo ni siquiera tenía una novela muy celebrada” (p. 26). En cambio, la segunda parte del libro pasa a ser crónica minuciosa de los difíciles momentos del parto, donde el temor ante lo inesperado, la desorientación y el desamparo se distienden cuando una nueva vida, finalmente, reposa acunada por su padre. 

Escribe Olmos la temerosa frase de que “nadie escribe novelas sobre niños felices” (p. 48). Sucederá la flor (2018), de Jesús Montiel, toma como motivo la paciente espera del padre por ver germinar una semilla, como símbolo de la esperanza ante la grave enfermedad de su pequeño hijo. Las pocas páginas de este libro desarrollan una reflexión honda y lírica sobre todas las certezas que se ven sometidas a una dura prueba, ante la que fracasan quienes tratan de dar algo de consuelo mientras que, más allá del círculo inmediato, el mundo se muestra dolorosamente indiferente. A la vez, sin embargo, al padre doliente se le revela un nuevo sentido de celebración de cada momento de la existencia, en el que el consuelo emana, paradójicamente, de los más débiles y ajenos: cada detalle de amabilidad desinteresada, incluso aparentemente inútil, que se encuentra en los extraños; o sobre todo los propios gestos de amor que emanan del propio enfermo, como como si él fuera quien brinda alivio y sanación en lugar de necesitarlos. 

El adjetivo “familiar”, aplicado a la ficción, sugiere demasiado a menudo falsos edulcoramientos, o bien morbosos traumas. En estos dos relatos, de tono y mirada tan diferente −más narrativo uno, más intimista y lírico el otro−, presenciamos la esperanzada entrega de dos hombres normales hasta extremos de heroísmo cotidiano, fácilmente reconocibles por cualquier lector, pero que no por ello escamotean la realidad de las dificultades y el dolor que se pueden anidar no solo en carne propia, sino en una carne ajena que puede ser aún más amada.  

Deja un comentario

×