“Remato solo por única vez”

Por , publicado el 2 de abril de 2012

Leamos el siguiente relato de Guadalupe Jover adaptado para el propósito de este artículo: “Paseando un extranjero por una ciudad española, se quedó mirando a una muchacha. «¡Reguapa!», oyó que alguien gritaba. Se paró en seco, sacó su diccionario, y consultó. Aquella palabra no aparecía. Se dirigió a quien había lanzado el piropo y le preguntó: Oiga usted, ¿qué significa reguapa?/¿Reguapa? Pues… pues dos veces guapa. Reguapa es como decir «guapa, guapa». El hombre tomó nota: «Re»=repetir, dos veces. A la semana siguiente un amigo lo invitó a comer a un restaurante. Este pidió pollo y, como a nuestro extranjero le encantaba, pidió: «A mí, repollo». Cuando les sirvieron, comprobó desolado que el plato de su amigo contenía un espléndido pollo al ajo, mientras el suyo una especie de verdura…”.

Nos interesa la anécdota recogida para abordar aquí el valor intensificador que pueden asumir los adjetivos en el habla. Esta gradación de expresividad se puede apreciar en los ejemplos siguientes que pueden formar una especie de cadena progresiva: delgado > delgadito > delgaducho > estar más delgado que > el más delgado > muy delgado > recontradelgado > delgadísimo > delgadisisisisísimo. Haremos referencia a los cuatro últimos procedimientos de dicha enumeración que no son otra cosa que superlativos absolutos; es decir, adjetivos que expresan una cualidad en el grado más alto de la jerarquía. Estos se formarán mediante la sufijación (-ísimo, -érrimo), la prefijación (super-, ultra-, extra-, re-, recontra-, etc.) o anteponiendo adverbios como muy, sumamente, etc.

Algunos adjetivos admiten la gradación con -érrimo, -ísimo; otros con muy y otros con ambas posibilidades: muy pobre, pobrísimo y paupérrimo.

El sufijo -érrimo forma el superlativo culto sobre la forma latina terminada en -er: libre (liber), libérrimo; pobre (pauper), paupérrimo, etc. Estos casos son pocos, y hoy están en retroceso frente a las formas en –ísimo que son más populares, pues estas algunas veces son preferibles en vez del adverbio muy como en los casos: mismísimo, primerísimo, estupendísimo, preciosísimo, entre otros. En cambio, preferimos usar el adverbio antes del sufijo: en ciertos adjetivos terminados en -ble (muy posible), en los acabados en -ío (muy vacío), -ivo (muy intensivo), -or/a (muy pecador), -iego (muy andariego), -s (muy cortés), -z (muy capaz), -n (muy común), en adjetivos compuestos (muy caradura); y en sustantivos adjetivizados (muy macho). Estas preferencias, según Gómez Torrego, no obedecen tanto a incompatibilidades, sino más bien a tendencias o restricciones de uso: “Mientras que se oye mucho decir simpatiquísimo, es bastante raro decir dramatiquísimo [preferimos, muy dramático]; pero eso no quiere decir que no sea una posibilidad que algún día se dé en el sistema” (Gómez Torrego, 2002).

Acerca del sufijo –ísimo, es curioso también mencionar que en el habla del norte peruano, tal sufijo por intereses expresivos sufre prolongaciones fonéticas, tanto en los adjetivos como en aquellos adverbios que admiten dicho sufijo; así tenemos: seguríiiiisimo, lejisisísimos, cerquisisísima…

El caso de los prefijos superlativos ofrece mucha vitalidad. Super-, por ejemplo, ha experimentado un aumento muy notable en los últimos años, sobre todo en el habla juvenil: superguapo, superinteligente, supercansada. Con menos frecuencia aparecen: archi-, ultra-, hiper-, requete-, recontra-: archimillonario, ultrarrápido, hipersensible, requeteguapo, recontramoderno… En cuanto a re-, se comporta como un superlativo absoluto que pertenece al habla coloquial, con intentos de instalarse en la lengua escrita. No se liga solo a adjetivos sino también a algunos sustantivos (reanimal), adverbios (relejos) y verbos (remiró), siempre que denoten cualidades o propiedades. Este intensificador termina superando las restricciones que los otros procedimientos mencionados presentan.

Estimados lectores, termino no sin antes hacer referencia a nuestro amigo extranjero del relato que lo acabo de imaginar “muerto” de miedo alzando las manos en una tienda donde un vendedor le ha dicho “remato solo por única vez”.

 

Verónica Chumacero Ancajima

Shirley Verónica Chumacero Ancajima

 Es magíster en Filología Hispánica por el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Madrid – España. Tiene los estudios concluidos de Maestría en Lengua y Literatura, Universidad de Piura. Sigue la línea de investigación sobre Teatro, Literatura y Didáctica. Es coautora de  Entregas a Elena, Reflexiones sobre el uso de nuestra lengua, libro que recopila artículos publicados en el diario  Correo de Piura; asimismo, ha elaborado el manual autoinstructivo Programación y Evaluación en Lengua y Literatura (UDEP), y ha escrito varios artículos relacionados con el teatro y la literatura.

Un comentario

  • José Ethelwoldo Castro SIlva dice:

    Esta adjetivación tan superlativa, parece tener su origen en las inocentes y espontáneas expresiones de los niños.
    Así tenemos por ejemplo que el niño dice “chico”, “chiquito”, “Chiquitito” y en la medida que va avanzando la pequeñez del objeto, se dice: “chiquititito”, Chiquitititito” y hasta “chiquititititito.
    En esto son campeones nuestros hermanos Piuranos ¡guá!
    Un abrazo

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