Práctica totalidad

Por , publicado el 7 de julio de 2021

Parece haberse difundido desde el género académico hacia el discurso periodístico, porque es posible encontrar ejemplos en revistas científicas de los años 70 del siglo XX. Esta difusión no es extraña, por la extraordinaria capacidad que tiene la prensa de asimilar y extender novedades en el uso del lenguaje. Fernando Lázaro Carreter explicaba que la expresión se habría creado a mediados de siglo XX a partir del adverbio “prácticamente”, que se utiliza igualmente en inglés y francés en el sentido de “casi, por poco”, o más exactamente, al decir del genial autor de El dardo en la palabra (1998), para señalar que falta solo “algo que ya no tiene importancia o significación”, como en el ejemplo: “La ciudad estaba prácticamente desierta” (pp. 328-331).

El gran académico aragonés señalaba con toda razón que no era posible pensar en totalidades prácticas ni en totalidades teóricas y que esta expresión se había originado como una tontería o insensatez muy pegajosa. Al menos no ha ocurrido el mismo proceso con otros atenuadores paralelos (no se dice “técnica posibilidad”, a lo que es “técnicamente posible”). En efecto, el idioma no es un sistema sólido, sino que se nos aparece como un conjunto de “arenas movedizas, inestables, inciertas”, en las que las ocurrencias enseguida se copian y se difunden, especialmente en una sociedad como la nuestra tan llena de profesionales deseando asombrar a los incautos. Una vez aceptadas por todos, las expresiones se hacen cotidianas y deja de preocuparnos si su aparición fue más o menos razonable: lo que importa es que a la larga resulten suficientemente útiles para instalarse de forma más o menos duradera en el idioma compartido. Con todo, estoy prácticamente seguro de que no se hubiera imaginado don Fernando que la misma gramática de la Real Academia Española (institución de la que fue director) emplearía muy pronto la expresión para señalar con toda frescura “la práctica totalidad de la bibliografía existente” (NGLE, 57.1.1., p 3648).

Fundéu, que normalmente ofrece excelentes recomendaciones idiomáticas, considera finalmente válido su uso (ver https://www.fundeu.es/consulta/la-practica-totalidad-3/), pero dictamina que se trataría de un modismo o, más exactamente,  “lo que se llama en lingüística una locución”, es decir, dos o más voces en una combinación fija y con un significado que no se corresponde con el de sus componentes. Por supuesto, su uso es perfectamente válido, pero no es cierto que no sea posible formar una construcción similar uniendo el adjetivo “práctica” con cualquier otro sustantivo. No puede decirse “práctica tragedia” o “práctica ignorancia”, ciertamente, pero no por estar limitado a un uso fraseológico, sino porque el nuevo significado del adjetivo (como una indeterminada atenuación de entidades absolutas) no permite su combinación con sustantivos que expresen realidades atélicas, es decir, sin límites.

En cambio, es perfectamente posible combinar este nuevo uso indefinido del adjetivo antepuesto siempre con otros sustantivos que expresan claramente límites totales: una práctica invisibilidad, una práctica integridad, una práctica inamovilidad, una práctica inmunidad, una práctica exactitud, etc. Son casi siempre sustantivos femeninos que indican nociones abstractas absolutas. Podemos señalar algunos ejemplos: “conectaba con la práctica invisibilidad de la poesía” (El País,  3/12/2014); “recibirán a finales de mayo una carta en la que se les indicará con una práctica exactitud total (basada en los estudios estadísticos de años anteriores) si van a poder contar con una plaza” (El País, 15/03/2005); “elementos de seguridad superiores y una práctica inmunidad a virus” (https://exa.com.mx/soluciones).

Aparece también en masculino, aunque con menor frecuencia dada la proclividad que tiene el castellano por los abstractos femeninos. Así encontramos: “práctico desconocimiento del código ortográfico” (Fernández, et al. 1988, p. 535); “su práctico abandono en la teoría de los fines del Derecho penal del último medio siglo” (Silva Sánchez, 2001, p. 177).

Llama la atención el empleo de estas expresiones en textos recientes del discurso académico. Podemos recoger algunos ejemplos más procedentes de las ciencias sociales: “la protección de que habían venido gozando se asimilaba de facto a la práctica inmunidad” (Luis Fernández Antelo, en una tesis defendida en la Universidad Complutense de Madrid en 2016). Un artículo científico sobre la violencia doméstica señala: “ha pasado de la práctica invisibilidad a copar las primeras páginas de nuestros medios de comunicación” (Rodríguez Franco, López-Cepero, Rodríguez Díaz, 2009, p. 248). Un ensayo de tema político destaca el un supuesto contraste “entre la práctica inamovilidad o falta de circulación en los cargos oligárquicos y la elevada rotación o movilidad de los funcionarios democráticos” (Patricio Marcos, 1997, p. 305). También lo encontramos en el lenguaje jurídico: “en su práctica integridad ha entrado en vigor” (Nuria Fachal Noguer, 2021, cap. 8, n.° 22).

Igual que a don Fernando Lázaro Carreter, nos importa mucho aquí el bien hablar y escribir, y no por un prurito de corrección, sino “como garantía de que lo dicta [decía don Fernando], un pensar responsable y exigente consigo mismo”. Ahora bien, nuestra cultura está fundada en un idioma muy movedizo, en el que asistimos a la creación de una nueva expresión adjetiva de contenido cuantificador indefinido. Esta sigue promoviéndose desde el discurso académico y que al punto se propaga a través de la prensa hacia prácticamente todo el universo del idioma.

 

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