La niñez que atardece: Suzy de José Díez-Canseco
Por Manuel Prendes Guardiola, publicado el 13 de mayo de 2025La niñez siempre es bella, o al menos recordarla. Muchos escritores han dejado prueba de ello; en el caso del Perú, los relatos de infancia o adolescencia son un género profundamente arraigado. Dejan su rastro hasta la obra del mismo Inca Garcilaso, aunque es ya en el siglo XX cuando nos encontramos con más títulos significativos, de Abraham Valdelomar, Martín Adán (su única novela, La casa de cartón), Mario Vargas Llosa (los cuentos de Los jefes), Julio Ramón Ribeyro, Alfredo Bryce Echenique (Un mundo para Julius)… Dan relieve al panorama, por supuesto, otras evocaciones más sórdidas y crueles que bien podría inaugurar el lacrimoso y alegórico “Paco Yunque” de César Vallejo, pero estas nos desviarían del libro ˗librito˗ que aquí nos ocupa.
El narrador de Suzy, de José Díez Canseco (1904-1949), parece haber sido niño en el mejor momento y lugar para serlo: el seno de una familia acomodada y en plena belle époque, el relativamente pacífico y próspero periodo que Occidente vivió entre fines del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial. Y, además, en Barranco, hoy hermoso barrio turístico de Lima y, en aquella época, exclusivo balneario donde también tenían lugar las inquietudes de La casa de cartón, publicada un par de años antes que Suzy (1930).
La morosidad con que se describen los ambientes barranquinos, a pinceladas precisas y sensoriales pero en un aire de ensueño (son frecuentes las referencias al sopor), son de lo más logrado de esta narración:
“Jacarandás que tejen lilas alfombras entre las bancas de la tarde romántica. Prestigio de unos tiempos que los ranchos van escalonando con las cambiantes de sus rejas de fierro, de sus verjas de madera, de sus jardines descuidados, de sus lámparas de gas que, más tarde, habrán de convertirse en eléctricos focos rutilantes. Parque undoso con la brisa que remueve sebes rojizas, verduzcas, grises. Somnolientas carretillas que van repartiendo el pan, la leche, las frutas, las polícromas hortalizas llegadas de la aldea de San José el Bendito. Cholos rechonchos y bizcocheros que desenrollan la serpentina mugrienta de un pregón traposo. Aroma de algas, de lluvia, de acequias parleras que dan de beber a los sauces santurrones de este pueblo santurrón también, y beato…”.
El contexto señorial acerca Suzy a otra línea narrativa peruana que Fernando Rodríguez Mansilla caracteriza como novela burguesa, “de corte realista y hasta con tintes de sátira, en la que se denuncian vicios bien sabidos de las clases altas”. Aunque, años más tarde, el mismo Díez-Canseco publicaría una feroz sátira social, Duque, aquí la idealización de la infancia desproblematiza la circunstancia histórica de estas familias de piel blanca, a cuya conciencia ˗o a la del narrador˗ los conflictos mundiales, y más aún los del Perú, llegan como ecos lejanos.
En una edad en que todo dolor es pasajero, el conflicto lo suelen enconar tanto la añoranza como el momento crucial en que se empieza a vislumbrar la vida adulta. Momento que llega aquí con el primer amor y la primera partida. Susana, la dulce Suzy prima del protagonista Pepe del Llano, irrumpe en la vida de este tras su llegada desde París, del mismo modo que él acabará dejando el hogar. En medio, la fascinación por ella que llena de gravedad, de misterio, de inquietud, sus cotidianos juegos infantiles. Nunca entra el narrador en la conciencia de Suzy, por lo que el lector queda probablemente tan confuso como su inexperto galán ante su mezcla de inocencia y coquetería.
El transcurso del tiempo que separa definitivamente a Pepe de su amada y de su infancia no es solo la clave del argumento, sino de todo el mundo recreado a su alrededor. Así lo revela la predilección del narrador por las horas crepusculares y los recuerdos de un pasado que va cediendo el paso, inevitable y lento, a la modernidad.