Hablar como limeño

Por , publicado el 13 de octubre de 2021

Hace unos días se volvía noticia el “consejo” de un profesor universitario peruano que animaba a sus alumnos no capitalinos a hablar como limeño; esto es, a dejar de lado su acento original para, según el docente, pudieran ellos destacar en sociedad, además de “hacer sentir orgullosos a sus padres por haber aprendido a hablar así”. Este incidente es una muestra más de las ideologías sobre las variedades dialectales del castellano que han calado hondo en la sociedad peruana y que llevan muchas veces a situaciones de discriminación lingüística.

Como ya apuntábamos en otro momento, al hablar del uso del término dialecto para infravalorar a las lenguas originarias del Perú, las actitudes lingüísticas también se orientan hacia las variedades dialectales de una misma lengua (según la zona geográfica) que el hablante percibe como inferiores o superiores a la suya. Sin embargo, esta valoración no se sustenta en hechos lingüísticos, pues todas las realizaciones del habla son igual de válidas, sino en percepciones subjetivas: me gusta, suena bonito, se escucha horrible, se parece a mi forma de hablar, me gustaría hablar así, etc.

La idea de fondo en este tema es que se piensa que unas formas de hablar son mejores que otras y, como bien señala el sociolingüista Moreno Fernández (Lenguas e identidad, 2004), “se da por cierto el hecho de que los mejores hablantes de esa lengua se localizan en un territorio determinado, especialmente los que habitan en sus núcleos más prestigiosos”. No es de extrañar, por tanto, que en Perú el habla limeña (variedad de la costa central) reciba una mejor valoración frente a las otras variedades del español peruano: las costa norte y sur, la andina y la amazónica, englobadas todas estas como habla provinciana (de la que recomendaba alejarse el profesor del caso señalado).

En este sentido, resulta interesante el estudio sobre las actitudes lingüísticas en Perú elaborado por Ana Arias (2014), quien trabaja para ello con una muestra de 400 informantes limeños (de 20 años a más). A estos entrevistados se les pidió que indicaran cuál era la región donde creían ellos que se hablaba “mejor” el castellano; la respuesta es clara: “Toda la Zona Costa recoge los porcentajes más altos. De esta, la Costa Central obtiene el 52% (Lima, el 48% de preferencia), y la Sierra y el Oriente juntos llegan solamente al 9%” (p. 1206), elección que justifican los informantes, entre otras razones, por tener esta variedad “mejor pronunciación”, “ausencia de dejos”, que se habla “sin mote” o que “no está influenciada por las lenguas indígenas”.

Si atendemos a las razones centradas en el aspecto fónico, cabe preguntarse: ¿qué rasgos, pues, de la pronunciación limeña (y costeña) resultan prestigiosos socialmente? Podríamos apuntar algunos: la pronunciación de /s/, que delante de /k/ suele aspirarse o velarizarse (como una jota), sobre todo en hablantes de estratos socioeconómicos medio-altos (/mójka/, /píjko/, /kújko/); el yeísmo, es decir, pronunciar los sonidos de /ll/ y /y/ como /y/ (/yámar/, /kabáyo/, /póyo/), distinción que aún se mantiene en el castellano andino, especialmente en personas mayores; la de /r/ y /rr/, que se pronuncian sin asibilación, fenómeno que sí se registra en la zona andina y amazónica (/kárrsho/, /pérrsho/). Además, en hablantes que presentan interferencias entre el sistema vocálico de su lengua materna (quechua, aimara) y el del castellano, ocurren vacilaciones entre e/i y o/u, que es, sin duda, el rasgo más estigmatizado en la sociedad costeña.

Aunque Lima es una zona costeña donde predomina el castellano como lengua materna, no hay que olvidar que es también el foco de la migración interna del país, que acoge a hablantes de las distintas variedades dialectales del castellano peruano, como de las distintas lenguas originarias (con el castellano como segunda lengua o no). No obstante, estos hablantes, ante la presión social, el temor a la discriminación por la percepción negativa de su “dejo”, pero también como un mecanismo de integración a su nueva comunidad, terminan abandonando su propia variedad o su lengua materna para hacer suya la variedad limeña, que intentarán imitar. Tal es el caso del profesor, cuya experiencia negativa como provinciano migrante, lo llevó –según él mismo señala– a aconsejar de esa manera a sus alumnos.

Con todo, el habla limeña es solo una de las variedades dialectales del castellano hablado en Perú y no la única ni la que deben hablar todos los peruanos hispanohablantes. Cada región tiene sus propios usos, su propio acento (y Lima también), sus regionalismos, su propia configuración según su historia, geografía, costumbres…, igual de válida que cualquier otra variedad. No hay formas mejores o peores de hablar español; hay formas diferentes. El prestigio de una variedad no es una cuestión lingüística, sino social. Y nuestra sociedad peruana actual sigue siendo centralista y valora la variedad costeña sobre la andina y la amazónica, a las que mira como inferiores. Queda mucho aún por hacer para desterrar estas actitudes lingüísticas negativas, pero el cambio inicia por conocer y valorar nuestra propia variedad dialectal, así como por respetar la ajena.

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