En diciembre, Santa

Por , publicado el 1 de diciembre de 2025

Pero nada de Claus. Que otros evoquen a la simpática mascota barbuda de la temporada navideña con los nombres que quieran (Papá Noel, Viejito Pascuero…). Yo escucho Santa y pienso en un libro. Y más aún cerca de la Navidad, porque el 22 de diciembre es el aniversario del nacimiento de don Federico Gamboa (1864-1939).

Entre las últimas décadas del siglo XIX y la primera del XX, Gamboa fue una de las grandes figuras de la literatura mexicana. Novelista, dramaturgo, periodista. También fecundo memorialista en los encantadores capítulos de sus Impresiones y recuerdos, o en las sucesivas entregas de Mi diario. Se diría que la Revolución Mexicana, que acabó con su carrera de hombre público (desempeñó importantes cargos en las relaciones internacionales bajo el largo régimen de Porfirio Díaz), hizo lo propio con su trayectoria literaria, interrumpida y luego eclipsada por los nuevos derroteros que tomó la literatura de su país. 

Eclipsada, menos Santa. Una novela que ha hecho por su autor lo que ella suplicaba a sus lectores en las palabras de ensueño de su prólogo: “Acógeme y resucítame”… Fuera de esas breves páginas iniciales, nada más tiene Santa de ensueño. La acción se traslada a la Ciudad de México de entresiglos (la novela es de 1903), época en que ya era manifiesto el crecimiento moderno de la urbe, y nos presenta a Santa, la joven campesina que se ve sin más salida que la prostitución tras verse expulsada de su hogar después de que un joven oficial la sedujera y abandonara. 

El ascenso y la caída de la protagonista dentro de este mundo de lujo y sordidez crean en torno suyo un amplio retrato de la “vida alegre” de la capital mexicana, de espléndidas apariencias construidas sobre unos cimientos de delito, abuso, enfermedad e indiferencia. Santa se pliega dócil, y luego entusiasta, a la vorágine de un mundo que, sin embargo, tampoco tardará en darle la espalda con la misma falta de piedad con que lo hicieron su familia y más personas “decentes“. A la depravación seguirán la enfermedad, el alcoholismo, la miseria. De todos sus amores ilusorios, a Santa tan solo habrá de quedarle el de Hipólito, el pianista ciego del burdel, que aun siendo incapaz de contemplar su belleza, se enamora idealmente de ella con más hondura y menos esperanzas que ninguno, hasta seguirla en sus andanzas con entregada devoción. 

Las peripecias de Santa son narradas con una prosa exuberante, minuciosamente apasionada. Gamboa se luce en las descripciones de masas, en la representación de la ciudad en movimiento, desde sus lugares de ocio más concurridos a los sofocantes espacios del burdel, el juzgado o el hospital. Pese a su evidente parentesco con la novela realista de su tiempo, no adopta ninguna pose de “objetividad”, y aspira claramente a conmover al lector, a sacudirlo con los sufrimientos de su heroína. El relato se acelera frenético al referir el paso de los días de la degradación de la muchacha, o dilata morosamente, con agudo sentido del suspenso, las escenas más dramáticas. 

Para la mayoría de los mexicanos, Federico Gamboa no significa hoy otra cosa que el autor de Santa. Durante más de un siglo, esta no ha dejado de reeditarse y se ha adaptado varias veces a teatro, cine y televisión. Más allá de la coyuntura en la que vio la luz (la circunstancia social y política o el escándalo de la trama), la mantienen siempre viva para los lectores la simpatía y piedad que en su desdicha inspiran Santa a Hipólito, más la reflexión a la que obligan sobre la solidaridad y el perdón. 

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