Una dosis de distinción léxica

Por , publicado el 23 de agosto de 2012

Los hablantes de español formamos un grupo lingüístico de más de trescientos cincuenta millones de hablantes, repartidos entre España y la América hispanohablante. Nos entendemos gracias a la homogeneidad lingüística del español, pero, aun así, no dejan de llamar la atención las variedades con que lo hablamos.

Nos damos cuenta de que –según la zona geográfica– los hablantes se distinguen: unos pronuncian la “z” y la “c” distintas de la “s”, otros, en cambio, las igualan a “s”; hay también los que utilizan el “vos” en vez de “tú” o los que usan el “ustedes” frente a los que prefieren el “vosotros”; etc. A esta perceptible heterogeneidad fónica y gramatical se une también la léxica, que es en la que existen mayores posibilidades de incomprensión o malentendidos cuando se encuentran hablantes de dialectos o variedades diferentes: peruanos, cubanos, argentinos, bolivianos, mexicanos, españoles, etc. Bastará con poner los ojos en solo unos cuantos términos para dar prueba de ello, como por ejemplo: medias, piyama, calzón y poto del español peruano en comparación con el español peninsular.

En España los hombres no usan “medias”. Y es que “medias” solo usan las mujeres, así lo aclaran ellos: “las medias son los pantis de mujer, los hombres usamos calcetines”. En cambio, los peruanos llamamos “media”  a la ‘prenda de punto, seda, nailon, etc. que cubre el pie y la pierna hasta la rodilla o más arriba’ (Diccionario de la Real Academia Española, 2001), palabra formada de la expresión “media calza” que designaba las “medias” para distinguirlas de las “calzas” enteras que cubrían desde la pierna hasta la cintura (María Moliner, 2007). Así nos referimos a todo tipo de medias, aunque en algunos casos lo especifiquemos, como en “medias pantis” (o simplemente con género femenino “las pantis” o las formas “panti” o “panty”, pero nunca escrito *pantys ni *panties). Así que cuidado con esta pequeña dosis de distinción entre “medias”, “calcetines” y “pantis” para no llegar a la desesperación de tener que levantarnos el pantalón y enseñarle a un español lo que es una “media” en “peruano”, o al contrario.

¿Por qué nos distinguimos de los españoles cuando decimos “piyama” (pronunciada con ye)? Pues, porque ellos dicen “pijama” (pronunciada con jota); con este término han adaptado a nuestra lengua la palabra inglesa “pyjamas” (tomada del hindi y este del persa ‘prenda de pierna’) al castellanizar la grafía y la pronunciación, mientras que nosotros escribimos “piyama” y mantenemos la pronunciación inglesa con “y” (es incorrecto escribir “pijama” y pronunciar “piyama”). Además, los peruanos, al igual que los mexicanos,  la usamos en femenino (la piyama, las piyamas), mientras que ellos le han asignado el género masculino (el pijama, los pijamas). En este caso, la distinción léxica ha afectado solo a la forma del nombre porque con ambas palabras se hace referencia a la ‘prenda para dormir, compuesta en general de dos piezas’ (Diccionario Panhispánico de Dudas, 2005).

Hay otras palabras que pueden resultar más o menos chistosas o fuertemente chocantes, según sea el caso, así que no nos alarmemos demasiado con la fuerte dosis léxica de lo que explicaré a continuación. A un español, por ejemplo, le causa mucha gracia que a la ropa interior femenina le llamemos “calzón” y no “braga”, que es como llaman a la ropa interior que cubre desde la cintura hasta el inicio de la entrepierna o bragadera. “¿Acaso las mujeres en Perú los usan hasta las rodillas?”, dijo alguno, prueba de que ellos asocian “calzón” con “grande”, “largo” o “enorme” por su terminación en -ón, como aumentativo de “calza” (prenda de vestir que, según los tiempos, cubría de manera holgada o ceñida todo o parte de los muslos y las piernas), y porque, además, en determinadas zonas es el nombre, sobre todo, de los calzoncillos largos. Por otra parte, para un español no es nada chocante decir “culo” para referirse al “poto” en los ámbitos más normales de comunicación cotidiana, pero a nosotros nos resulta impronunciable porque la consideramos una palabra “tabú”, es decir, prohibida o censurada en el hablar cotidiano porque trasmite una fuerte carga soez.

Ante las diferentes dosis de distinción léxica, debemos tener, pues, una actitud abierta y no sorprendernos al extremo, a no ser que nos pase lo que a una amiga peruana cuando se dio un tropezón mientras caminaba por una calle madrileña. Casi se muere y no precisamente por el golpe que se hubiera dado sino por el fuerte impacto que le causó lo que un español en su hablar le dijo: “¡Que te descoñas, mujer!” (en lugar de ¡Que te das un golpazo, mujer!); expresión capaz de “noquear” a un peruano, y no hace falta explicar por qué.

Claudia Mezones Rueda

2 comentarios

  • Carlos A. Gainza dice:

    Interesante lo que nos escribe Claudia Mezones.

    Es de notar que de los “más de trescientos cincuenta millones de hablantes, repartidos entre España y la América hispanohablante.”, en España no llegan al 14% (http://es.wikipedia.org/wiki/Demograf%C3%ADa_de_Espa%C3%B1a).

    De esa “…dosis de distinción léxica” se podría escribir todo un libro que cuente las peripecias que se pasan en ciudades de “otro castellano”.

    Que hable del susto que se pegó un español al enterarse, oír aquí en Lima, que en la calle se vendía “la polla”. O lo que le pueden contestar a uno si en Buenos Aires pregunta “¿Por dónde puedo coger el bus para tal lugar?”

    De mi contrariedad por que no me entendían cuando hablaba de las “lunas de los autos”. Aquí los vidrios también son lunas.

    O de las que pasó un ilustre peruano cuando, en un congreso en España, nadie entendió a qué se refería cuando habló del margesí. (A raíz de eso figura en el DRAE).

    …y mil casos más con los que, a pesar de todo, nos entendemos.

  • Ricardo Hinostroza dice:

    ¡Muy buena las distinciones!

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