Trilce: Más de cien años de actualidad 

Por , publicado el 6 de noviembre de 2023

Han pasado más de cien años, y Trilce (1922) sigue conquistando la mirada atenta del lector. Mientras el lenguaje del poemario se resiste a ir en contra de su carácter ambiguo y arbitrario, sus versos centenarios conservan el vigor de una poesía joven, innovadora y vehemente. Todo ello convierte al texto poético del eximio escritor peruano César Vallejo (1892-1938) en un paradigma literario de gran calidad artística y de profundo sentido de reflexión. Sin duda alguna, Trilce va a la vanguardia de la tecnología y de los cambios sociales y culturales del siglo XX, de ahí que el léxico desenfadado, la arriesgada sintaxis y los genuinos recursos estilísticos configuren el mejor medio de expresión del pensamiento y del ánimo de aquellos tiempos:

«El traje que vestí mañana

no lo ha lavado mi lavandera:

lo lavaba en sus venas otilinas,

en el chorro de su corazón, y hoy no he 

de preguntarme si yo dejaba

el traje turbio de injusticia (…)».  

Los efectos de la modernidad individualista e intransigente se dejan sentir en el poemario, dibujando, a la vez, los rostros desanimados y contrariados ante una sociedad en decadencia. El tono grave con que fluye la voz poética intensifica el sentimiento de la angustia, y así los versos caminan conmovidos por la miseria humana:

«Todos los días amanezco a ciegas

a trabajar para vivir; y tomo el desayuno,

sin probar ni gota de él, todas las mañanas (…)».

Por otro lado, los estragos de un mundo que avanza irracionalmente se ven reflejados en la fragmentación del tiempo, originada por el audaz quiebre sintáctico que, al exigir releer los versos, intensifica el sentido de la desolación:

«(…) El poyo en que mamá alumbró 

al hermano mayor, para que ensille 

lomos que había yo montado en pelo, 

por rúas y por cercas, niño aldeano;

el poyo en que dejé que se amarille al sol 

mi adolorida infancia… ¿Y este duelo 

que enmarca la portada? (…)». 

Los verbos son testigos directos de los efectos del caos social; no solo predican, sino también expresan un ánimo desesperanzador («Ese doblez ceñudo que después deshiláchase»; «Se apolilla mi paciencia»; «Me vuelvo a exclamar: ¡Cuándo vendrá!»); sin embargo e incluso dentro del desconcierto y del consecuente desorden sintáctico—, la emotividad del léxico devuelve el sentido vital, pues las voces que componen Trilce hablan del dolor que la nostalgia y la incertidumbre producen: suficientes indicadores de que, al menos, estamos vivos. Las palabras, de novedosos significantes, se dirigen con dureza hacia el rostro humano, buscando, en lo más profundo de su ser, algún vestigio de conciencia. Es por eso que, en la profundidad de los poemas, Trilce recupera el recuerdo del amor materno y conserva la añoranza por la institución familiar, dos salvavidas que intentan sacar a flote una sociedad hundida por la indiferencia:

«(…) Ha de velar papá rezando, y quizás 

pensará se me hizo tarde (…)».

No obstante, también se deja escuchar la voz de la miseria, cuando el hombre ha sucumbido a su naturaleza y no encuentra raíces a las que aferrarse:

«(…) Cuando ya se ha quebrado el propio hogar, 

y el sírvete materno no sale de la

tumba, la cocina a oscuras, la miseria de amor». 

Quizá los tiempos en Trilce se desarrollen en sentido contrario a las manecillas del reloj, quizá vayan al compás del caminar errante de la época; sin embargo, no dejan de conducir al lector hacia el reencuentro con su pasado, con ese pretérito universal que, en cada poema, va desenrollando el hilo de la madeja que nos devuelve al presente y nos acerca al futuro con unos ápices de esperanza: «Madre, me voy mañana a Santiago, 

a mojarme en tu bendición y en tu llanto. 

Acomodando estoy mis desengaños y el rosado 

de llaga de mis falsos trajines (…).

Estoy cribando mis cariños más puros (…)».

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