Pasado en el presente: el tiempo en un cuento de Ribeyro

Por , publicado el 10 de octubre de 2016

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Sin lugar a duda, los cuentos de Julio Ramón Ribeyro suponen una experiencia inolvidable desde el primer contacto. Su manejo de la descripción, sus diálogos hilados con palabras tan familiares, sus personajes peculiares, la precisa selección de las acciones con que estructura sus argumentos son pocas de las tantas razones que justifican esa predilección. Como suele suceder con los autores que más frecuentamos, no siempre somos conscientes de la importante labor que ocurre tras el atractivo resultado. Y es que en los cuentos de Ribeyro operan procedimientos verdaderamente complejos que sería necesario notar para admirarlo en su justa medida. Por tanto, este texto tratará de una de las técnicas que emplea sobre la dimensión temporal de sus narraciones: la superposición del tiempo pasado sobre el presente. No se confunda esta con la “analepsis”, que implica un retroceso en la narración a modo de lo que en el cine se conoce como flashback. El efecto de la superposición reside en resaltar la presencia real y absoluta de un suceso que en una temporalidad normal no debiera perpetuarse en la actualidad: el hecho pretérito se realiza con plenitud en el presente.

En “El ropero, los viejos y la muerte” se aprecia una superposición temporal. En el cuento, el padre del narrador es una persona nostálgica del pasado, el cual evoca mirándose en el espejo que forma parte del suntuoso ropero que heredó de su familia:

Se miraba entonces en él, pero más que mirarse miraba a los que en él se habían mirado. Decía entonces: “Allí se miraba don Juan Antonio Ribeyro y Estrada y se anudaba el corbatín de lazo antes de ir al Consejo de Ministros”, o “Allí se miró don Ramón Ribeyro y Álvarez del Villar, para ir después a dictar su cátedra a la Universidad de San Marcos”, o “Cuántas veces vi mirarse allí a mi padre, don Julio Ribeyro y Benites, cuando se preparaba para ir al Congreso a pronunciar un discurso”. Sus antepasados estaban cautivos, allí, al fondo del espejo. Él los veía y veía su propia imagen superpuesta a la de ellos, en ese espacio irreal, como si de nuevo, juntos, habitaran por algún milagro el mismo tiempo. Mi padre penetraba por el espejo al mundo de los muertos, pero también hacía que sus abuelos accedieran por él al mundo de los vivos.

El narrador declara la existencia del pasado en el presente, la cual se hace más sensible en la coincidencia de tiempos verbales. Se establece en esta escena el motivo de la contemplación en el espejo como forma de definición del personaje. A saber, las acciones que el padre realiza en todo el relato se explican a partir de este punto en el que se muestra su actitud de añoranza por el pasado y el estancamiento consiguiente de su vida. Esta añoranza, por cierto, no halla explicación posible en el afecto por los recuerdos de la infancia, porque las imágenes que el personaje evoca frente al espejo no pueden ser vivenciales por cuestiones de edad: él no podría haber existido para ver a su bisabuelo o abuelo durante la adultez. Es una actitud que se sugiere heredada, puesto que las historias de su bisabuelo y su abuelo tuvieron que haber sido transmitidas por la generación anterior. Se trata de una proyección de la vida hacia el pasado que, al no ser posible, y al cerrarse al futuro o al presente, supone un atrapamiento.

El tema del atrapamiento tiene un desarrollo plástico en esta escena: a pesar de que cambian las generaciones, los tres antepasados hacen exactamente lo mismo frente al espejo; e incluso narrador configura a su padre como un ser cautivo: “Sus antepasados estaban cautivos, allí, al fondo del espejo. […] Mi padre penetraba por el espejo al mundo de los muertos, pero también hacía que sus abuelos accedieran por él al mundo de los vivos”. Es importante anotar que tal como se presenta, esta superposición no es sencilla, implica ciertas complejidades que hacen de este un relato moderno de perspectivas. Aquí la superposición es explícita, una observación del narrador que la propone, lo que produce una narración subjetiva donde cada personaje admite una realidad diferente, técnica propia de la narración moderna. Así, para el padre la superposición es una experiencia psicológica real, pues ve y siente las imágenes de sus abuelos, mientras que para el narrador se trata de un fenómeno que solo existe en la anticuada cabeza de su padre. Esta tensión entre interpretaciones del mundo será lo que genere el conflicto del cuento. Es así que Ribeyro no solo demuestra su destreza al dinamizar la dimensión temporal, sino que, además, el resultado se integra orgánicamente en la estructura total.

Renato Guizado Yampi

Foto: Andina

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