La sutil complejidad de un romance 

Por , publicado el 17 de enero de 2024

Dentro del rico catálogo de la poesía española, existe un grupo de textos que conforman lo que se conoce como el Romance viejo. Son romances (poemas de series de octosílabos con rima asonante en los versos pares) de origen oral y popular, compuestos antes del siglo XV y que empezaron a ser recogidos hacia fines de la Edad Media en diversos cancioneros y pliegos sueltos. El romance del prisionero es uno de los más breves y sentidos de dicho corpus: 

Que por mayo era, por mayo, 

cuando hace la calor, 

cuando los trigos encañan 

y están los campos en flor, 

cuando canta la calandria 

y responde el ruiseñor, 

cuando los enamorados 

van a servir al amor; 

sino yo, triste, cuitado, 

que vivo en esta prisión; 

que ni sé cuándo es de día 

ni cuándo las noches son, 

sino por una avecilla 

que me cantaba al albor. 

Matómela un ballestero; 

déle Dios mal galardón. 

La prístina declaración afectiva discurre en una narración muy sencilla: angustiado en la prisión, el enunciante lamenta su soledad pensando cómo la vida y el amor en el exterior rebosan alegremente y recordando que su compañera y contacto con el mundo, un ave que le cantaba, fue muerta por el centinela. En tanto que poesía popular y oral, el romance viejo es descrito por la poca complejidad del tema y un lenguaje bastante directo. No obstante, esa sencillez permitía al romance viejo explotar otras sutilezas del acotado material de que disponía, como sostuvo Leo Spitzer (en Estilo y estructura en la literatura española, 1980) al rebatir la hipótesis de Menéndez Pidal según la cual el romance sería la desintegración del cantar de gesta. 

La fineza del romance del prisionero es intrínseca. El contraste entre el exterior y la prisión determinará una composición simétrica: los primeros ocho versos frente a los ocho restantes. En esa línea, aquí la rima no solo propicia el discurrir rítmico, sino que funciona como contraste semántico. A diferencia de la asonancia usual del género, sobre la asonancia en /o/ se forman dos rimas consonantes: las palabras que riman en /-or/ pertenecen al paradigma de la alegría externa, los versos que riman en /-on/ describen el encierro negativo. 

Todavía más: la subjetividad que construye el romance no es simple en absoluto. Si bien la soledad es el sentimiento que anima los versos, esta presenta un trasfondo muy sutil, que muestra lo necesario para hacerse patente sin trasponer el sentimiento principal. Notemos que el prisionero está especialmente preocupado por el tiempo: la estación del año (primavera) determina el dibujo del mundo externo, le duele no saber “cuándo es de día ni cuándo las noches son”, la avecilla lo alegra porque le cantaba “al albor”. El contraste alegría/soledad se inscribe sobre una sugerente retrospección temporal. Aunque parece que el prisionero describe una primavera objetiva y actual (esa impresión quiere dar el poema), ello no es posible, pues desde su celda no puede ver nada; en realidad, es el recuerdo de lo vivido en libertad, una escena que solo existe en su corazón y que revive con tal nostalgia que puede describir vívidamente la naturaleza y los amores. Eso explica que la secuencia temporal del poema esté en desorden. La avecilla que cantaba al albor fue muerta en mayo y por eso ahora el prisionero no puede saber si es de día; sin embargo, en su relato, la conciencia salta de la primavera vivida en libertad hacia su presente cautivo y después menciona brevemente la avecilla muerta en un pasado menos alejado, pero sin tanto detalle como cuando describe la primavera. Su finalidad es remarcar la oposición entre el cautiverio y su pasada vida feliz, dando a esta evocación un aspecto de presente real, bastante enternecedor. Y el efecto no sería posible sin una delicada disposición de los tiempos verbales y el diseño sintáctico que los reúne en el mismo enunciado. 

¿Será que en el fondo la voz está movida por la nostalgia de un amor perdido? Es muy posible, tomando en cuenta la mención de los enamorados que no es accesoria, sino que se opone a la soledad del cautiverio. Pero el prisionero no solo percibe la falta de compañía, percibe que el tiempo avanza, aunque, a falta de señales externas, su percepción es interior, nota el paso de los días únicamente porque crece la nostalgia. Y posiblemente esa prisión interior, el recuerdo, sea la única real. 

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