Hay nombres que dejan huella I

Por , publicado el 14 de mayo de 2012

Dantesco, donjuán, párkinson y Bolivia son palabras que han sido creadas en honor a la persona que protagonizó una historia (Dante, don Juan Tenorio), que estudió una enfermedad (James Parkinson) o que lideró un pueblo (Simón Bolívar). Estas palabras, que confieren estos personajes reales o ficticios y que constituyen el preciado galardón de perpetuarse en la vida a través de los diccionarios y enciclopedias, reciben el nombre de epónimos.

La palabra epónimo procede del griego. Y este hecho destaca la cualidad característica del mundo heleno de sacralizar su historia, elevando a la gloria a héroes y gobernantes por sus méritos obtenidos, ejemplo de ello es el nombre de la ciudad más importante del mundo clásico, Alejandría, recibido en honor de su fundador Alejandro Magno. En el Diccionario de la Real Academia Española (2001) se define epónimo como ‘nombre de una persona o de un lugar que designa un pueblo, una época, una enfermedad, una unidad, etc.’ En este artículo nos interesa ilustrar la creación de epónimos teniendo solo como punto de origen algunos nombres de personas.

Miguel Grau sería un epónimo que ha dado nombre al mar de Grau y a la región Grau; de igual forma que lo sería Lizardo Montero, contralmirante de la Guerra del Pacífico, que ha dado su apellido al distrito ayabaquino. Como vemos, casi siempre se respeta el nombre propio del cual parten, pero hay otros que presentan modificaciones de ciertas grafías, como Américo Vespucci, de donde viene el nombre de nuestro continente; o Cristóbal Colón, de donde deriva Colombia. Este último caso nos recuerda los infinitos topónimos que trajo consigo la gesta de Colón, de hecho, podemos hablar de una constante tendencia occidental a dar el nombre del descubridor a la cosa u objeto por él descubierta. ¿Ejemplos? Infinitos, véase cualquier mapa y tendrá oportunidad de descubrirlos en montañas, ríos, lagos, cabos, ciudades, etc. Pero ha de quedar claro que no siempre los epónimos corresponden a los descubridores, como es el caso del Everest que debe el nombre a Sir Jhon Everest que fue el geógrafo que por primera vez precisó su altitud, u otro como las islas Filipinas así llamadas en homenaje al monarca Felipe II.

Un ejemplo de nombre propio que ha servido para denominar a toda una época es Isabel, pues los adjetivos isabelino/isabelina son universalmente conocidos para referirse al gobierno de cualquiera de las reinas de España e Inglaterra. De hecho, podemos decir que hay una vital creación de adjetivos a partir de sustantivos propios; así, tenemos las referencias a estilos literarios (cervantista, kafkiano, lopesco), corrientes filosóficas (platónica), religiosas (calvinista), artísticas (goyesco), políticas (fujimorista). Podríamos considerar también como epónimos los nombres propios de personas que han llegado a hacerse comunes y que expresan las cualidades resaltantes de los personajes reales o ficticios que designan, tales como: lazarillo, anfitrión, mentor, mecenas, quijote, celestina, pánfilo…

Con los ejemplos hasta aquí mencionados nos podemos dar cuenta de que la mayoría de epónimos son de fácil identificación; aunque menos obvio y quizás más interesante resulte el origen de dos voces eponímicas propias del ámbito del ajusticiamiento: linchar y guillotina. Ambas se crearon a partir de un apellido. La primera se creó en memoria de Charles Lynch, juez de Virgina (EE. UU.) del siglo XVIII, quien actuó como juez de paz oficial en su condado, a pesar de estar suspendida tal actuación durante la guerra por la independencia. El segundo término recibe ese nombre por el diputado francés Joseph Ignace Guillotin, que aunque no fue el inventor de la máquina, sí propuso su uso para llevar a cabo las ejecuciones.

Quedo en deuda con usted, estimado lector, y espero en un próximo artículo satisfacer su curiosidad lingüística con el comentario de otras voces eponímicas, cuyo origen muchas veces pasa inadvertido para la mayoría de hablantes de nuestra lengua.

Shirley Verónica Chumacero Ancajima

Shirley Verónica Chumacero Ancajima

Es magíster en Filología Hispánica por el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Madrid – España. Tiene los estudios concluidos de Maestría en Lengua y Literatura, Universidad de Piura. Sigue la línea de investigación sobre Teatro, Literatura y Didáctica. Es coautora de  Entregas a Elena, Reflexiones sobre el uso de nuestra lengua, libro que recopila artículos publicados en el diario  Correo de Piura; asimismo, ha elaborado el manual autoinstructivo Programación y Evaluación en Lengua y Literatura (UDEP), y ha escrito varios artículos relacionados con el teatro y la literatura.

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