Divinas palabras 

Por , publicado el 7 de octubre de 2021

Tanto en las conversaciones donde participo, como en aquellas que tienen lugar al alcance de mi oído, no puedo evitar prestar atención a la selección de vocabulario que hacen los interlocutores. Hay quien lo llama “deformación profesional”. Últimamente, lo que ha estado llamando mi atención es el uso de palabras provenientes de la Biblia el texto religioso por excelencia en la mayor parte del mundo, pero no en contextos religiosos, sino completamente cotidianos y seculares. Me dispongo a enumerar y comentar algunas de ellas.

El origen bíblico es fácilmente identificable en términos como ángel, Judas, paraíso, edén o génesis. Por ejemplo, decir que alguien es un ángel es decirle que es bondadoso y caritativo, decir que tiene carita de ángel es para resaltar su belleza, decir que es un ángel de la guarda es que cuida a otras personas como estos ángeles; además, decir que alguien tiene ángel es que le cae bien a todos o que tiene un don para algo. Por su lado, alguien que dice de otro que es un judas le está diciendo que es traidor o falso, y con esta palabra están las expresiones como ser más falso que Judas o dar el beso de Judas, es decir, ser hipócrita o hacer un gesto de aparente amistad. Por otro lado, una persona frente a un paisaje, lugar hermoso o cómodo podría decir que está en el paraíso o en el edén. También existe otra popular clase de paraísos, los paraísos fiscales, dicho de un ‘país o territorio donde la ausencia o parvedad de impuestos y controles financieros aplicables a los extranjeros residentes constituye un eficaz incentivo para atraer capitales del exterior’ (DLE, 2020), aunque hay que decir que esta expresión procede de una confusión entre el inglés haven (‘puerto’, ‘refugio’) y heaven (el paraíso celestial o cielo teológico). Quien exclama  ¡Esto es un calvario! para referirse a una ‘sucesión de adversidades y pesadumbres’ (DLE, 2020), claramente hace referencia al doloroso camino que padeció Jesucristo en su subida al monte de la Calavera (calvarius, en latín) para ser allí crucificado.

Hay también otros sustantivos que van tomando un significado más alejado de su origen, aunque relacionado con quien sea capaz de identificarlo. Es el caso del moisés para el niño, que es una especie de cuna portátil hecha de mimbre que evoca aquella donde el profeta y legislador fue abandonado a las aguas del Nilo, según el libro del Éxodo (título que también ha acabado por designar toda migración masiva, como la de los hebreos rumbo a la tierra prometida). Otro caso es el del  benjamín de la familia, es decir, el menor de una serie de hermanos, en referencia a Benjamín, el más joven de los doce hijos del patriarca Jacob, importante personaje del Génesis. Al mismo libro remite la expresión ser un matusalén o persona de mucha edad, en referencia al nombre del patriarca abuelo de Noé, quien se dice que vivió la nimiedad de 969 años. Quien no estuvo sobrado de años, pero sí de fuerza física, fue Sansón, del libro de los Jueces, cuyo nombre acabó designando tanto a cualquier hombre forzudo como, en el Perú, a cierto modelo enorme de balde de agua, no sabré decir si por el tamaño o porque había que ser todo un sansón para alzarlo una vez lleno.

También resaltan gentilicios bíblicos que han acabado con nuevos significados. Son, por ejemplo, el de samaritano que designa a quien ayuda a alguien sin esperar nada a cambio, procedente de aquel buen nativo de Samaria que Jesús imaginó en una de sus parábolas [Lucas 10: 25-37]. El mismo gentilicio de Jesús, el nazareno (es decir, procedente de Nazaret) por antonomasia, ha pasado a designar –está hecho un nazareno– al que se encuentra lacerado y afligido. Por otro lado, la palabra adefesio proviene, según el DLE (2020), del latín ad Ephesios, es decir, a los efesios, destinatarios de una de las epístolas de San Pablo, probablemente por alusión a las penalidades que pasó el santo en Éfeso durante su predicación. No es de extrañar, por tanto, que las definiciones que le atribuye a este sustantivo sean ‘persona o cosa ridícula, extravagante o muy fea’ y ‘despropósito, disparate, extravagancia’.

En la Biblia encontramos además muchas frases, refranes, dichos y proverbios; resaltan expresiones que seguimos usando coloquialmente, por ejemplo, lavarse las manos como manera de desentenderse de un asunto al igual que hizo Pilatos con la suerte de Jesús (Mateo 27: 24); el chivo expiatorio para referirse a una persona a quien le echan la culpa de algo que normalmente han hecho otros (Levítico 16: 9-10); meter o sembrar cizaña que, proveniente de la parábola (Mateo 13: 24), ha pasado a referirse al ‘vicio que se mezcla entre las buenas acciones o costumbres’(DLE, 2020); tirar la primera piedra (Juan 8:7) para señalar que ante las debilidades humanas que todos compartimos, no conviene juzgar a los demás; o meter el dedo en la llaga (Juan 20: 25-27), como ‘conocer y señalar el verdadero origen de un mal, el punto difícil de una cuestión, aquello que más afecta a la persona de quien se habla’ (DLE, 2020). Y esto es solo una pequeña muestra del calado cultural del texto bíblico en el uso de la lengua, más allá de las creencias de cada quien.

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