¿Da lo mismo palta que pera?

Por , publicado el 23 de mayo de 2012

De buenas a primeras, podemos responder que no. Sin embargo, hubo hace más de quinientos años a quienes les pareció lo mismo. Y vamos a explicar por qué.

Cuando la lengua española se desplazó de España a América, comenzó inmediatamente a adaptarse a las nuevas realidades ambientales, a las nuevas formas de vida y a las necesidades que surgían para quienes la hablaban. De esta manera, la lengua española empieza a enriquecerse condicionada de manera natural por un medio desconocido, y en la mayoría de los casos se enfrentó al hecho de no contar con la palabra que definiera exactamente la nueva realidad. Y como es de esperarse, los españoles tuvieron que ingeniárselas para darles nombres y explicarlas.

Así, las realidades netamente americanas fueron designadas, por un lado, con nombres españoles de realidades existentes en tierras europeas o usando comparaciones que tomaban como referencia realidades ya conocidas por ellos, y por otro, con términos de las lenguas indígenas (indigenismos). Para el primer caso, abundan los testimonios cronísticos con explicaciones como ‘aquel nombre de piñas le pusieron los christianos porque lo paresςen en alguna manera’ (Férnández de Oviedo) o como este otro cargado de comparaciones:

“Unos árboles hermosos e grandes que los christianos llaman perales. Y de hecho, la fructa que llevan son peras en el talle y en la color, e no en más, porque el cuero es tan gordo como de un borceguí de cordobán, e la carnosidad de dentro no es más gruesa que una pluma de escribir de un ansarón, o cuando más como la de un cisne; e el cuesco es grande, que ocupa todo lo demás; y no cuesco; sino una pepita, cubierta de una telica delgada que proveyó natura. Porque lo que se come desta fructa no tocase a la pepita que es amarguísima”.

Esta descripción que nos suena casi a adivinanza corresponde, nada más y nada menos, que a nuestras conocidas paltas o aguacates. Como estos casos, encontramos muchísimos más en diversas crónicas de América, donde es posible que se llame lagarto al caimán, tigre al jaguar, león al puma, gallo de papada al guajolote o pavo, cuervo al zopilote, zorro al aguará, pimiento al ají, etc. y que se les describa en comparación con estos por su semejanza en la forma, sobre todo.

Las paltas, por ejemplo, en un principio fueron llamadas peras. La denominación peninsular, aunque no logró desplazar a los indigenismos aguacate del náhualt y palta del quechua, opuso larga resistencia. Los testimonios de las crónicas dan fe de esto, así, el Inca Garcilaso dice “La fruta que los españoles llaman peras, por parecerse a las de España en el color verde y en el talle, llaman los indios palta” (Comentarios Reales VIII, cap. XI). Al final, triunfó aguacate (del náhualt) en la zona antillana y de Centroamérica y palta, que actualmente se usa en Perú, Chile, Argentina y Uruguay. De este modo, el primer mecanismo de denominación equivalente fue desplazado por la entrada de los términos indígenas (indigenismos) que pasaron a enriquecer el vocabulario español.

Claudia Mezones Rueda

 

4 comentarios

  • Alonso Fernandez dice:

    Muy interesante crónica del aguacate, que es como lo conocemos en México; la palabra deriva del náhuatl: ahuacatl,(testículo)… Sólo que me llamó la atención que la autora del artículo, escribió dos veces “nahualt”, término que evidentemente, no existe.

  • Alonso Fernandez dice:

    Muy interesante crónica del aguacate, que es como lo conocemos en México; la palabra deriva del náhuatl: ahuacatl,(testículo). Sólo que me llamó la atención que la autora del artículo, escribió dos veces “nahualt”, término que evidentemente, no existe.

  • Claudia Mezones dice:

    Es verdad, hay ese error en la escritura. Agradezco su comentario.

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