Aparición del eterno femenino contada por S. M. el Rey, de Álvaro Pombo

Por , publicado el 17 de agosto de 2020

Apropiarse del punto de vista del niño, de su manera de hablar y de ver el mundo, ha dado lugar a excelentes novelas. Una que no dejará de cautivar y divertir a los lectores que le puedan echar mano es Aparición del eterno femenino contada por S. M. el Rey,  título largo y desconcertante aunque muy del gusto y estilo de su autor, el novelista español Álvaro Pombo (1939).

El narrador y coprotagonista de la historia se apoda el Ceporro, un niño de familia acomodada que vive en la casa de su abuela junto a su primo el Chino, mientras los progenitores de ambos se ocupan de importantes asuntos en el extranjero. En el pequeño y variado mundo de sus juegos, Ceporro y Chino se han repartido sus papeles: el primero es el Rey y aporta la observación, la imaginación, la iniciativa; cualidades de las que carece el Chino, de carácter tan noble como simple, incapaz de preguntarse por el reverso de las situaciones −a veces, de hecho, no lo hay−, lo cual lo  convierte en el perfecto General de los ejércitos.

La historia transcurre en los años de la Segunda Guerra Mundial, terrible contexto que para los dos niños apenas es un vago referente de hazañas bélicas que emular en su fantasía. Sin embargo, pasa repentinamente a primer plano cuando unos tíos suyos  acogen a Elke, una niña alemana refugiada, y la mandan a jugar con nuestro dinámico dúo −que, cuando no se dedica a jugar, a leer o a sus deberes escolares, toma clases de boxeo de don Rodolfo, el adulto que más admiran. Obligados a hacerle un lugar, convierten a Elke en sucesivo objeto de curiosidad, desconfianza y división, hasta que finalmente la veamos integrada y no precisamente en el papel de princesa, sino luciendo habilidades sorprendentes en, por ejemplo, el alpinismo y la meditación tibetana, bastante superiores a sus progresos con el castellano (“¡Y una karraja!”).

Como suele ocurrir en este tipo de relatos, los niños no dejan de escrutar la vida de los adultos, en general bastante distantes con la excepción de don Rodolfo, de “Rollo”, el feroz profesor particular, o de Belinda, la empleada cuya relación con el púgil presenta un aspecto más de la irrupción en la vida de los chicos del “eterno femenino” aludido en el título.

La referencia en este a la identidad del narrador no es una simple extravagancia. Importan en el relato, tanto como los divertidos episodios, el fluir de la conciencia y el particular lenguaje del Ceporro, quien no puede evitar mezclar sus vivencias con sus fantasías (meterse una discusión es para él como librar una batalla, y así se lo imagina muy plásticamente) o bien descubrir, a fuerza de reflexiones, las analogías más insólitas o la posibilidad de pensar una cosa y la contraria. Aparición del eterno femenino brinda, de este modo, no solo una experiencia de buen humorismo, sino de lenguaje narrativo, que alcanza lo poético con llano y rítmico lenguaje infantil.

Manuel Prendes Guardiola

 

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